Germán Vargas Guillén
Mea res agitur: es el problema de la metafísica. Heidegger indicó que los problemas de la metafísica tienen la propiedad de que incluyen, conciernen, al que pregunta (en ¿Qué es metafísica?). Se puede, en efecto, hacer una crítica rotunda a la metafísica (R. Carnap. La eliminación de la metafísica por el análisis lógico del lenguaje). Sin embargo, con ello mismo se logra una rehabilitación de ella.
En una metáfora feliz cabe decir que: “Simbólicamente, la realidad es vista como agua. Lo característico de ella es que fluye constantemente y de ella pueden emerger todas las cosas. La realidad es acuática, fluido extenso que no se deja atrapar en contenedores, más puede ser comprendida en contenidos: conceptos, símbolos, metáforas[...] Aquí, lo importante es ver cómo la hermenéutica (simbólica) socava el principio de realidad metafísica a favor de una concepción interpretativa y textual de la misma” (Minaya, 2023, 291).
Autor/ Author
Germán Vargas Guillén Universidad Pedagógica Nacional (Colombia)
ORCID ID: 0000-0001- 6156-799X
Recibido: 07/12/2024 Aprobado: 14/12/2024 Publicado: 29/01/2025
La metáfora del agua, en cierto modo, se contrapone a la de la red. Aquélla, como ya se dijo, fluye; ésta, en cambio, contiene, atrapa. Como para los presocráticos, todavía podemos concebir que del agua “pueden emerger todas las cosas”; esto es, el agua es una suerte de ἀρχή. Y no lo es, o no parece serlo, por tratarse de una substancia, sino más bien porque es movimiento, principio energético.
Esta manera de ver el ἀρχή se puede emparentar con el
hecho de que se accede primero -que a cualquiera otra cosa- al lenguaje; éste habla de las cosas, antes que a las cosas. Cierto, el lenguaje diseca las cosas, detiene el fluir de la realidad, de las cosas en el mundo; y, sin embargo, se dan los intersticios del lenguaje (Blanchot) con el hecho paradójico de que el lenguaje fosiliza el sentido, lo transmuta en significado, pero cuando se lee, por ejemplo, una teoría, un poema, vuelve a fluir (el sentido) tanto en el lector como en la vida misma de la experiencia. Sobre esto se puede llamar la atención, incluso, en relación con los arquetipos (244 y ss.); éstos, se puede decir, son unas estructuras de base, pero tienen que ser reificados-resignificados una y otra
vez; esto es, tienen que ser puestos en la vida del sentido.
¿Se trata, pues, de una metafísica del lenguaje? Para Minaya «en el lenguaje se “con-tiene” al ser, ya es el modo del proferir o decir las cosas» (234). Así, entonces, al mismo tiempo el lenguaje nos da realidad, pero nos abre [a la] experiencia, y, por ello mismo, [al] mundo.
Por eso Minaya (29 de septiembre de 2023) sostiene que: De lo que se trata, pues, es de una filosofía o de una metafísica del sentido. En ésta el lenguaje juega un papel fundamental. Esta metafísica se caracteriza por una inevitabilidad de la relación lenguaje-realidad, lenguaje-pensamiento, la misma realidad histórica muestra su propio movimiento que se transfiere, o se puede transponer en modelo, que se expresa como comprensión en conceptos con fuerza o poder ontológico, al lado de lo simbólico y de lo metafórico.
Esta metafísica del sentido, más que un sentido fuerte o sustancialista de la realidad, asume la fluencia de la realidad y de la pluralidad de sentidos que se pueden elaborar sobre ella -como tarea del lenguaje-. La realidad misma, entonces, se manifiesta en significado(s), en sentido(s). Aquí aparece una dimensión, si se quiere, afectiva: el sentido es sentimiento, consentimiento consentido, dimensiones de la afectoemotividad, esto es, dación de la realidad al sujeto; dación del sentido a la realidad por el sujeto; estructuración del sentido del mundo desde la esfera de la experiencia del sujeto.
Estamos incluidos, interpelados, entrelazados en/con el lenguaje; somos indiferenciables con él, en él, desde y por él. Como lo expresó J.L. Borges “De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo” (En: Heráclito); éste es en y como lenguaje; éste tiene propiedades tanto diacrónicas como sincrónicas, esto es, dación en y como temporalidad, su fluir. No es que los humanos tengamos lenguaje; es que somos lenguaje. El lenguaje no es un medio; es, en cambio, nuestro propio ser. Pero, de retorno, nosotros somos la vida misma del lenguaje.
Sí, se puede afirmar -en dos perspectivas diferentes-: (a) «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo» (Wittgenstein); o, (b) «El mundo se nos da lingüísticamente sedimentado» (Husserl), «El lenguaje es la casa del ser, en su morada habita el hombre» (Heidegger). Como quiera que se lo mire: se apunta a una ontología del lenguaje. La cosa misma a la que se apunta es a la comprensión del ser, vía el lenguaje; o, en otra dirección, a clarificar la comprensión del lenguaje como ser, como experiencia de ser.
Ahora bien, lenguaje y sentido parecen ser lo mismo; y, simultáneamente, lo otro: el principio de identidad, la ipseidad (Ricoeur); y, a su vez, el principio de alteridad, la otredad. Por el primero de estos principios se mantiene lo permanente, lo mismo, la estructura de ser; por el segundo, se preserva la fluencia, el agua, el permanente brotar, el llegar a ser. Uno y otro principios más que excluirse, se incluyen mutuamente. Aquí, en el modo del quiasmo se instala el sentido como una medianía entre permanencia y fluencia, entre repetición y diferencia, entre identidad y alteridad. Pero el sentido justamente al-ser se desplaza a otro-modo-que-ser (Levinas), en fin, devenir, llegar-a-ser, despliegue-de-potenciales. ¿De dónde viene, pues, a sentido el ser? Sin más,
Germán Vargas Guillén
del sin-sentido, de la posibilidad, una suerte de caos matricial, un magma nutricio que puede tomar múltiples horizontes o perspectivas -de ser, de sentido, de sentido de ser-. La medianía del sentido se despliega, entonces, como símbolo: la otra mitad,
el complemento, lo otro de lo mismo, la alteración en la repetición, el inicio de la diferencia, en fin, el diferendo. Entonces, el ser del lenguaje si por algo se caracteriza es por su variabilidad y, sin embargo, no se encalla en el relativismo: se puede acudir al referente; que éste sea en sí temporal e histórico no impide que se pueda ostentar, que se pueda tener un criterio para dirimir las diferencias de comprensión. En último término, lo que implica el ser del lenguaje es que expresa, pero igualmente calla o encubre. El lenguaje expresa, pero no lo abarca o lo comprende todo; y, sin embargo, lo expresado insinúa o indica más allá de lo directamente indicado.
Sí. El lenguaje se puede entender como el ser, todo completo y bien redondo
-como observó Parménides-. Pero en él se incuba lo inexpresado, lo impensado, el haz de potenciales. Entonces puja por llegar-a-ser. En su incompletud gime por completud, aspira a ella, reinicia en cada momento, a cada paso, dar a entender, abarcar, comprender el ser, lo que puede ser.
Y, ¿se sitúa el polo del ser? Desde luego, a él sólo se accede por el lenguaje. Él es
Khôra (χώρα: Timeo, Platón; Derrida), receptáculo, lo indefinido, el tercer género. Y,
¿qué puede albergar, recibir, incubar? Sin más, lenguaje, potencia expresiva, formas de devenir en/como expresión. En sí mismo, ser: lo que hay… y nada más (¿Qué es metafísica?, Heidegger); τόδε τί… y nada más (Ideas I, Husserl): sin más, lo que se puede ostentar, el referente… y nada más.
Sí. Ser implica al mismo tiempo polo hylético y polo noemático, a una; aquello de lo que se habla o se puede hablar; lo que soporta no sólo la comprensión, también toda posibilidad de acción. Pero, por eso mismo, es fluir de la experiencia anónima o prepredicativa y en cuanto sin-sentido mera facticidad, pura nada.
De ahí que sea imperativo volverse al polo noético, al ámbito del sentido, a la experiencia predicativa. La dupla νοεῖν-νοῦς (intuir-intuido) implica la expresión: el gesto, el símbolo, el predicado, el concepto, la metáfora, la descripción, la explicación, la interpretación y, más allá de todas estas posibilidades, la conversación, el diálogo. Sí, lo dicho, el decir, implica -en algunas de sus formas y momentos- la remisión a…, en último término la correlación. En este devenir la expresión crea, abre, mundo.
Entonces, un mero ser sin lenguaje o un mero lenguaje sin ser se mantienen como un sin-sentido. La auténtica correlación opera como lenguajear del ser o como esenciar del lenguaje. Y en el quiasmo: lenguajear del ser como esenciar del lenguaje o esenciar del lenguaje como lenguajear del ser aparece el mundo, el mundear, la situación-mundana de todo ente, incluyendo el que comprende todo ente -a su manera: el Dasein (Ser y tiempo, Heidegger).
¿Cómo va, como ser, el ser del comprender, el interpretante, en fin, el Dasein? Su ir, esto es, su temporalidad, opera en y como lenguaje -ya se dijo, tanto en diacronía como en sincronía-. El interpretante es un ser-en/como-lenguaje. Si bien habla -y, como lo indicó Heidegger (Ser y tiempo) puede zozobrar en la habladuría, en la mismidad de la repetición inauténtica- se exige de él la autenticidad de la expresión. Así, sólo expresa si se deshace de todo lo dado por la tradición y lo destruye; si se halla ante la experiencia originaria (Urerfahrung) que propicia la expresión originaria (Urform),
Una metafísica del sentido -Mea res agitur- Comentario a Simbolismo e implicación
auténtica. Lo auténtico, ser y expresión, es la vivencia sui que tiene una expresión sui. (N.B. No implica novedad, ni “creación”, mucho menos imposturas. Sólo decirlo desde sí, por sí, con la radicalidad de ser en sí, como en Lugar común de Amado Nervo).
El mundear, el lenguaje. Como ya se dijo: «en el lenguaje se “con-tiene” al ser, ya es el modo del proferir o decir las cosas» (234). No hay, pues, otro “lugar” -χώρα- donde se afinque el lenguaje que en el ser; no hay otro modo de manifestación del ser que el lenguaje. Lo que queda entonces es el mundo (κόσμος); sólo que éste, que comporta un “orden” sólo se comprende y expresa como lenguaje; incluso si se trata del nomos (νόμος) y la hybris (ὕβρις): se alude a un orden o una desmesura que han sido o son efectuados -creados- como efectos del lenguaje.
Una metafísica del sentido es una metafísica de la creación. Es, si se quiere, una antropología metafísica, en fin, es la metafísica del interpretante, del animal simbólico, del que está implicado en la realidad y se implica en ella, no sólo con nombrarla, también con transformarla.
Si la búsqueda del sentido marca la existencia es justamente por la necesidad de hallar posibilidades expresivas. Sólo con estas se puede caminar el trayecto, si se quiere transitar, de la representación, del disponer. Se puede, entonces, aceptar que cada lenguaje, cada gramática trae consigo, una forma de vida (Wittgenstein): habitamos el mundo según nuestra manera de apropiarlo linguísticamente; todo ello puede equivaler a la emblemática expresión: el hombre, un símbolo (Ch. S. Pierce).
Simbolismo e implicación, según las consideraciones que se han presentado, es una obra de metafísica del sentido, de la creación, de la posibilidad de desplegar potenciales tanto de ser como de existir.
Germán Vargas Guillén