Xicoténcatl Servin
Este pequeño ensayo propone una reflexión filosófica en torno a la memoria y el olvido. Busca describir la importancia de la relación entre la memoria y el olvido en la construcción de nuestra vida y mostrar su proceso escritural. A partir de nuestros recuerdos construimos narraciones que van configurando nuestra identidad. La existencia y la literatura encuentran aquí un punto de encuentro: somos en gran medida nuestra propia narración de vida. Más que nuestros recuerdos somos las historias que creamos de estos mismos. En la segunda parte se retoma el cuento de Ted Chiang “La verdad del hecho, la verdad del sentimiento”, el cual nos narra la posibilidad de tener una memoria digital perfecta. ¿Qué pasaría si careciéramos de la capacidad de olvido? ¿Qué pasaría si tuviéramos una memoria perfecta? ¿Habría posibilidad para el perdón? ¿Podríamos soportar toda la carga de los recuerdos?
Autor/ Author
Xicoténcatl Servin
Universidad Nacional Autónoma
de México
Recibido: 22/08/2024 Aprobado: 30/11/2024 Publicado: 29/01/2025
narration.
Y llego a los campos y extensos recintos de la memoria, donde están los tesoros de innumerables imágenes tomadas por los sentidos. Allí también me encuentro ‘conmigo mismo’ y me acuerdo de mí y de qué hice, cuándo y dónde y de
qué modo estaba afectado cuando lo hice […] Y de allí viene la capacidad de pensar, construir imágenes del pasado
y prever el futuro
(Agustín de Hipona, Confesiones. Libro X)
Cierro los ojos, intento recordar entre todo el revoloteo de mis pensamientos el recuerdo más antiguo. Conforme van saliendo a la superficie las imágenes se vuelven cada vez más borrosas. Aparece en mi memoria una serie de recuerdos difusos, selecciono uno por pura intuición, no estoy seguro que sea el más antiguo pues entre toda esa bruma de recuerdos las imágenes surgen de mi memoria revueltos cronológicamente, ni siquiera sé a cabalidad si sea un recuerdo puramente mío o diseñado por mi imaginación y mi narración de vida. Elijo el que en este momento está más presente, confío en mi meditación y mi remembranza. Cierro la puerta del gran salón de la memoria. Comienzo a escribir estas líneas.
Recordar es una forma de pensarnos a través del tiempo. Es una forma de alimentar nuestra vida presente, de configurarnos ante lo que hemos sido. Pero también recordar puede llevarnos al desagrado, nuestra memoria guarda sucesos que en otro tiempo nos lastimaron, recuerdos que nos hieren o que simplemente preferimos no recordar. La memoria es un mecanismo de nuestra mente que nos permite almacenar una inmensidad de estímulos e información; prácticamente podríamos decir que todo lo que experimentamos en nuestra vida, pasa de una u otra manera por nuestra memoria. Si son experiencias significativas permanecen ahí, en los rincones profundos y obscuros de nuestro inconsciente. Si no lo son, simplemente devienen, se arrojan al olvido.
La memoria está íntimamente ligada a la duración de nuestras experiencias vividas. En nuestra vida diaria recordamos principalmente lo que es funcional y tiene alguna practicidad en nuestra vida. Esta modalidad de la memoria suele denominarse memoria episódica, y es aquella que registra los sucesos que experimentamos a diario y los va “almacenando” según su impacto en nuestra consciencia. Otro tipo de modalidad de la memoria es la memoria semántica, la cual nos permite acceder al conocimiento de los hechos generales, es decir, al significado que aprendemos sobre conceptos, palabras, hechos, símbolos o estímulos. Este tipo de memoria puede considerarse el registro más amplio y abstracto de nuestra psique.
Todos guardamos recuerdos en nuestra memoria que suelen determinar nuestra proyección de nosotros mismos. Recuerdos agradables y desagradables que permanecen ahí, en el gran retrato de nuestra vida. Freud solía llamar a estos recuerdos impregnados en nuestra memoria “huellas mnémicas”1 recuerdos significativos y determinantes en nuestra vida. Cuando intentamos recordar nuestro pasado, los
recuerdos que surgen con mayor fuerza son los que han tenido un impacto mayor en nuestra consciencia, pero hay otros que, como mecanismo de autoprotección de la propia psique han sido arrojados a lo profundo de nuestro inconsciente y que permanecen ahí, escondidos como huellas de nuestro pasado.
Olvidamos como una forma de “aligerar” el presente, de dar paso a nuevas experiencias y estímulos. El olvido es un mecanismo de nuestra propia psique que sirve para configurar eso que llamamos “yo”. La psique selecciona recuerdos para configurar nuestra identidad presente y se deshace de recuerdos que interrumpen o frenan la afirmación del propio “yo”. En este sentido, podemos decir que no somos propiamente los recuerdos que almacenamos, ni las propias vivencias pasadas: somos las historias que nos contamos de nosotros mismos. Creamos una narración de nuestra propia vida y configuramos a partir de esta nuestras identidades y personalidades. La existencia y la literatura encuentran aquí un punto de encuentro: somos en gran medida nuestra propia narración de vida.
La historia de nuestra vida está atravesada no sólo por nuestros recuerdos, sino por las narraciones que hacemos de éstos, sin importar que los hechos hayan ocurrido de una forma diferente a como nosotros nos las presentamos. El olvido en este caso es el mecanismo que nos permite seleccionar nuestros propios recuerdos, incluso modificarlos con nuevas narraciones. Necesitamos del olvido para poder construir nuestra identidad a lo largo del tiempo.
El olvido es un mecanismo que también da paso a experiencias importantes en nuestra vida como el perdón. Todas nuestras relaciones dependen de alguna manera del juego entre la memoria y el olvido. Necesitamos que el tiempo degrade un poco la experiencia vivida para poder dar paso al perdón. Olvidar nos permite “ablandar” el peso de un suceso desagradable en nuestra vida. Es más fácil perdonar a alguien cuando el dolor ya no está fresco, cuando se ha diluido un poco. Suele decirse que es necesario aprender a olvidar, pero lo que en realidad funciona es aprender a no reaccionar con aversión ante nuestros recuerdos. La aversión constante de nuestros recuerdos es lo que los empuja cada vez más profundo a nuestro inconsciente. Sin reacción no hay aversión, y así, el olvido llega solo.
Memoria y olvido juegan un rol fundamental en nuestra identidad y nuestra vida. Recordar es retornar a nuestro propio despliegue en el tiempo, es releer nuestras huellas pero siempre aportando una nueva narración. Quizá por eso solemos recordar momentos de nuestro pasado cuando alguna experiencia de la vida nos desequilibra o nos sentimos perdidos. Recordamos para reafirmar nuestra identidad, siempre cambiante y siempre huidiza. Nuestra memoria es como un gran texto de jeroglíficos a los que tenemos que dar sentido e interpretar para poder comprendernos a nosotros mismos. El olvido son esos espacios en blanco que nos permiten darle coherencia y relación a nuestra vida. Somos un libro abierto interpretándose a sí mismo. Somos un laberinto de narraciones que se bifurcan “-Un laberinto de símbolos […]. Un invisible laberinto de tiempo.” (Borges, 2013, 111).
¿Qué pasaría si careciéramos de la capacidad de olvido? ¿Qué pasaría si tuviéramos
una memoria perfecta? ¿Habría posibilidad para el perdón? ¿Podríamos soportar toda la carga de los recuerdos? Funes el memorioso2 suele ser un gran ejemplo de lo devastadora que se presentaría la vida sin la capacidad de olvido. También un ejemplo de lo intolerable del presente cuando se muestra nítido y sin ningún rezago de olvido. Nuestra psique ha evolucionado de manera que la memoria y el olvido funcionan de forma paralela y complementaria. Sin embargo, las implicaciones cognitivas de la tecnología podrían llevarnos a alcanzar una memoria perfecta, a “cancelar” el olvido y tener ante nosotros, y cuando así lo deseemos, nuestros recuerdos prístinos y claros. De alguna manera, nuestra capacidad de memoria ya se ha visto afectada por la irrupción de la tecnología en nuestra vida. Nuestra memoria suele ser cada vez más instantánea porque nos enfrentamos a diario a un gran cúmulo de información. Antes podíamos recordar el teléfono de nuestras casas y de nuestros familiares, podíamos recordar direcciones y las fechas de los cumpleaños de nuestros más cercanos. Hoy hemos perdido esa capacidad porque simplemente ya no nos es funcional; hoy llevamos en el bolsillo una bitácora digital, aplicaciones que nos recuerdan los
cumpleaños y otras que nos permiten orientarnos de manera inmediata.
Aunque la forma en cómo se ha modificado nuestra memoria ha cambiado con la irrupción tecnológica de nuestros tiempos, esto es algo que ha venido sucediendo desde hace mucho tiempo. Inventamos la escritura como una forma de guardar registro de fechas y sucesos históricos. La creación de la escritura puede considerarse una de las primeras tecnologías de la memoria. El paso de la cultura oral a la cultura escrita significó un cambio radical en la forma en que contamos e interpretamos el pasado. Gracias a este cambio, hoy podemos conocer los sucesos que pasaron hace mucho tiempo y seguir interpretándolos y creando nuevas narraciones. El mundo en general, así como nuestra vida individual no es otra cosa sino una constante narración de perspectivas.
Ted Chiang en su cuento: “La verdad del hecho. La verdad del sentimiento” que aparece en su maravilloso libro de ciencia ficción Exhalación nos invita a imaginarnos un futuro -nada lejano-, donde exista la posibilidad de contar con una memoria perfecta. Se trataría de un software digital instalado en nuestra retina ocular, el cual nos permitiría proyectar ante nuestros ojos nuestros recuerdos exactos, es decir, el suceso pasado tal y como pasó, sin el sesgo del olvido. Supongamos que quisiera recordar la discusión que tuve hace algunos años con mi familia; nuestra memoria es capaz de almacenar las imágenes de ese momento porque, de alguna manera, fue algo que me marcó emocionalmente, pero debido al paso del tiempo existe un sesgo de olvido.
Algo de aquél suceso se perdió entre los rincones de mi memoria, permitiéndome crear una nueva narración del suceso en la que aporté algo de mi nuevo “yo” para hacerme más ligera la carga emocional de aquel recuerdo, o simplemente para crear una nueva narración en la que “yo” no fuera el culpable sino la víctima. Este proceso suele ser en gran medida el mecanismo de nuestra psique como un medio de autoprotección del “yo”3.
La narración que Ted Chiang nos ofrece en su historia no parece nada disparatada ni mucho menos distópica, pues el despliegue incesante de la tecnología en nuestras vidas es cada vez mayor. Creemos que los múltiples dispositivos tecnológicos que utilizamos a diario en nuestras vidas son simples objetos u artefactos externos a nosotros. Pero, si lo reflexionamos bien, se tratan en realidad de dispositivos que se insertan cada vez más en nuestros cuerpos y nuestras vidas. El teléfono celular
que utilizamos compulsivamente a diario se ha convertido en una extensión más de
nuestro propio cuerpo. Se ha encarnado en nuestra propia mente.
Chiang imagina una prótesis digital de nuestra memoria llamada Remem, la cual sería capaz de mostrarnos los sucesos de nuestro pasado de manera exacta.
[…] Remem es simplemente la primera de una nueva generación de prótesis de la memoria y, a medida que este tipo de productos se vayan adoptando en masa, iremos sustituyendo nuestros recuerdos orgánicos maleables por archivos digitales perfectos. Contaremos con un archivo de lo que realmente hicimos en lugar de con una historia que evolucione con las sucesivas repeticiones. Mentalmente, pasaremos de la cultura oral a la cultura alfabetizada. (Chiang, 2020, 225.)
Remem haría de nuestros recuerdos archivos digitales incapaces de corregir, convertiría nuestras huellas mnémicas en archivos sin la capacidad de interpretarse a través del tiempo. Nuestras narraciones ya no serían más que constataciones perfectas del pasado, sería como releer una bitácora cronológicamente perfecta. Olvidar sería prácticamente imposible.
Con dispositivos encarnados en nuestro cuerpo como Remem, estaríamos más cercanos a convertirnos en cyborgs, proceso que ha comenzado desde hace tiempo y será imposible frenarlo. Ante dispositivos como Remem, la construcción de nuestra identidad estará alejada de los sesgos del olvido. Los supuestos sobre los que se construye nuestra vida pasarán ahora a ser revisables en todo momento, dejaremos de auto engañarnos sobre nuestro pasado y cada uno podrá hacer un auto examen de su propia vida.
¿Cuáles serían las implicaciones para experiencias como el perdón? Si el olvido estuviera prácticamente anulado ¿podríamos perdonar fácilmente a los otros? Quizá el perdón no necesite imperativamente del olvido, quizá aprendamos que perdonar implique también saber amar nuestros recuerdos, saber amar nuestros errores. Quizá dispositivos como Remem nos hagan darnos cuenta, como afirma Chiang, de que: “El objetivo no es demostrar que tenías razón, el objetivo es reconocer que estabas equivocado. Porque todos nos hemos equivocado en diversas ocasiones, hemos actuado con crueldad e hipocresía, y todos hemos olvidado la mayoría de esas ocasiones. Y eso significa que en realidad no nos conocemos.” (Chiang, 2020, 226). Contar con una memoria perfecta no puede ser tan malo, podría llevar a conocernos mucho mejor, a identificar sucesos y actitudes que tendríamos que evitar.
Experiencias como el perdón pueden basarse en el reconocimiento y la aceptación de nuestros propios errores y esto posibilitar a su vez el reconocimiento y empatía con los errores y faltas del otro. Será mucho más complicado perdonar porque ya no estará la ayuda del olvido en nuestro proceso de sanar las heridas, pero el perdón será ahora más sincero, significará una verdadera impronta de perdón y empatía.
Pero, ¿qué será de las historias que nos contamos a nosotros mismos? ¿Qué será de nuestras narraciones personales que de alguna manera constituyen el sentido de nuestra vida? Somos seres dialógicos, seres literarios, por lo que, dispositivos como Remem, no harán que dejemos de narrar nuestra vida, pues sucederá que nuestras narraciones dejarán de ser “ficticias”, tendremos que enfrentarnos a nuestro pasado y a nuestros propios errores, crear nuestra trama de vida a partir de esto. Nuestras historias de vida pasarán de ser “fabulaciones ficticias” a narraciones realistas de nuestra propia vida.
En las páginas anteriores hemos intentado describir la importancia de la relación entre la memoria y el olvido. Nuestros recuerdos son registros valiosos de nuestra vida, son las huellas de nuestro pasado y con las que vamos escribiendo la gran trama de nuestra vida. Los recuerdos que se almacenan en nuestra memoria no permanecen fijos ni inalterables, sino que van adquiriendo nuevos sentidos a través que los vamos reinterpretando a lo largo de nuestra vida. En este sentido podemos afirmar que nuestra identidad se basa en un proceso de escritura y reescritura de nuestras vivencias. Necesitamos representarnos nuestras experiencias a partir del proceso narrativo de nuestra vida. El olvido es parte fundamental de este proceso porque nos permite crear los espacios vacíos para nuestras narraciones.
Sin embargo, el olvido también nos lleva a enterrar en lo profundo de nuestra memoria sucesos y experiencias que preferimos no recordar y esto suele llevarnos a crear ficciones de nuestro pasado, a interpretar a conveniencia nuestros recuerdos. Pero como vimos en la segunda parte de este texto, la posibilidad de tener una memoria perfecta está cada vez más cerca y con ella el cambio de la trama de nuestra vida. Nuestros recuerdos podrán convertirse en archivos digitales, en rastros inalterables de nuestro pasado.
Y ahora, te toca cuestionarte a ti, querido lector: ¿Quisieras contar con una memoria perfecta, recordar a precisión tus recuerdos y crear una historia realista de tu propia vida, o preferirías continuar en el vaivén de la memoria y el olvido y crear bellas ficciones de tu existencia?
2 Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso” en Ficciones, Ediciones Gandhi, México, 2013.
Borges, Jorge Luis. (2013). Ficciones. Segunda edición. México: Ediciones Gandhi. Chiang Ted. (2020). Exhalación, Trad. Rubén Martín Giráldez, España: Sexto Piso
Derrida, J. (1989). “Freud y la escena de la escritura”, en La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos
Freud, S. (1925). “Nota sobre la pizarra mágica”, en Obras completas, vol. 19, Buenos Aires: Amorrortu,
pp. 239-247.