José Alfonso Correa Cabrera
El presente texto analiza aquellos elementos de la poesía de Hölderlin que permiten entrever en su obra una crítica a la modernidad. Para tal efecto, este texto retoma el poema El archipiélago. En esta obra, con tal de denunciar los aspectos más inquietantes de la modernidad, el poeta alemán contrasta dos formas contrapuestas de habitar el mundo: la primera se caracteriza por dominar la naturaleza, así como por reducir el trabajo humano (y, con él, a los propios seres humanos) a la categoría de instrumento; la segunda, en cambio, rechaza la oposición entre genio y naturaleza, y presupone un trabajo poiético como fundamento de la comunidad. Podemos asociar la primera actitud con la modernidad de signo capitalista, mientras que la segunda es la alternativa defendida por Hölderlin. La presente interpretación, por tanto, equivale a una invitación a revalorar el potencial emancipatorio de la obra del poeta alemán.
Autor/ Author
José Alfonso Correa Cabrera Universidad Nacional Autónoma de México
Recibido: 22/08/2024 Aprobado: 30/11/2024 Publicado: 29/01/2025
Abstract: This article analyses those elements of Hölderlin's poetry that offer us a glimpse into his critique of modernity. To this end, this text offers a close reading of the poem The Archipelago. In this work, in order to denounce the most disturbing aspects of modernity, the German poet contrasts two opposing ways of inhabiting the world: the first one is characterized by its obsession with dominating nature, as well as with reducing human labor (and, with it, human beings themselves) to the status of a mere instrument; the second, on the other hand, rejects the opposition between genius and nature, and places poietic activity at the foundation of the community. While we should associate the first attitude with capitalist modernity, the second one is the alternative upheld by Hölderlin. Therefore, the interpretation that I hereby present amounts to an invitation to reassess the emancipatory potential of the German poet's work
¿Quién fue Friedrich Hölderlin y por qué habría de interesarle su obra literaria al mundo de la filosofía? Las clasificaciones más comunes se contentan con catalogar a Hölderlin como un romántico. Pero ‘romántico’ es una de esas etiquetas que suelen ocultar más de lo que dilucidan. Comencemos entonces por ahí: ¿a qué nos referimos cuando atribuimos a alguien el título de ‘romántico’? ¿Qué es el romanticismo y por qué este concepto compete a la filosofía?
Las interpretaciones más simplistas del romanticismo reducen este ethos a un simple sentimentalismo que reacciona ante el evangelio de los ilustrados. Tal pareciera que los románticos se aferran a las certezas conceptuales del pasado y repudian el celo científico. Pero no es sólo la dimensión epistémica de la Ilustración lo que preocupa al romántico. Si, tal y como mostraron Horkheimer y Adorno (1944[2006]), el frenesí sistematizador no se reduce al orden conceptual, entonces la Ilustración es una fuerza omnímoda que contagia todos los ámbitos de la vida. Quizá es por ello que Hölderlin es un romántico sui generis (al fin y al cabo, ¿qué romántico no lo es?). Sus preocupaciones rebasan los límites de las generalizaciones convencionales. En el poeta alemán, el romanticismo es más que una reacción ante la ideología ilustrada. La suya es una crítica a la praxis social. En este sentido, la poesía de Hölderlin está más en sintonía con la concepción del romanticismo expuesta por Löwy y Sayre (2002[2008], 34): “El romanticismo representa una crítica de la modernidad, es decir, de la civilización capitalista moderna, en nombre de los valores y de ideales del pasado (precapitalista, premoderno). Podemos decir que el romanticismo está iluminado, desde su origen, por la doble luz de la estrella de la rebelión y del ‘sol negro de la melancolía’”. El romanticismo de Hölderlin advierte los efectos más nocivos de la modernidad y se rebela ante ellos.
Otra concepción del romanticismo bastante limitada es la sostenida por Hegel,
quien sostenía que en el arte romántico el yo “[...] niega toda particularidad, determinada, todo contenido –pues todo se hunde en esta libertad y unidad abstractas–, y, por otra, todo contenido que deba ser válido para el yo sólo es como puesto y reconocido por el yo” (1835[2011], 50) . Al menos en el caso de Hölderlin, la condena de Hegel resulta injustificada. Si Hegel afirmaba que el romanticismo se caracterizaba por absolutizar el yo, el énfasis de Hölderlin en la comunidad lo deja exento de este veredicto.
Para dar cuenta de las particularidades que caracterizan a la obra Hölderlin, y para refutar las interpretaciones simplificadoras que caricaturizan el romanticismo, conviene analizar un poema de su madurez: El Archipiélago1. En este poema, con tal de acentuar los rasgos perturbadores de la modernidad, Hölderlin contrapone dos ethea irreconciliables: el ethos griego vs. el ethos persa2. Mientras el primero constituye la concepción vital a la que Hölderlin aspira, podemos asociar la segunda a aquellos rasgos de la modernidad que el poeta aborrece. Son al menos dos los rasgos que permiten contraponer a griegos y persas: por un lado, la forma en que cada uno de ellos experimenta la relación entre poder, sociedad y naturaleza; por otro, el papel
que el trabajo juega para cada uno de estos grupos.
En El Archipiélago, Hölderlin presenta una concepción antiautoritaria de las relaciones humanas. Para entender en qué consiste esta concepción, es necesario observar cómo el poeta alemán contrasta el despotismo persa y la democracia ateniense.
Los persas no combaten por voluntad propia, sino como vasallos (Knechte) mandados a la muerte por su rey caprichoso (der vielgebietende Perse). Mientras los griegos se reúnen a luchar como pueblo (Volks), los persas no son más que un tumulto (Getümmel). Unos luchan inspirados por el genio, mientras que los otros son los títeres del autócrata. La orden autoritaria es la señal para precipitar la deletérea muchedumbre sobre la ciudad divina: “Leicht aus spricht er das Wort und schnell, wie der flammende Bergquell […] Städte begräbt in der purpurnen Flut und blühende Gärten […] So mit dem Könige nun, versengend, städteverwüstend, / Stürzt von Ekbatana daher sein prächtig Getümmel” (Hölderlin, 1801[2001], 58)3
Pero mientras la voluntad individual es completamente anulada por el déspota, la comunidad griega supone una alianza voluntaria entre individuos: “[...] da reicht, in der Seele bewegt und der Treue sich freuend, / Jetzt das liebende Volk zum Bunde die Hände sich wieder” (64)4. Aquí no hay un autócrata, sino un pueblo que se jura fidelidad a sí mismo. El ateniense no es el tirano que apuesta con ligereza la vida de los demás, sino el individuo que reconoce en la polis el espacio idóneo para su autorrealización. Todo ello debe leerse a la luz de la sociedad contemporánea a Hölderlin, donde el absolutismo se enfrentaba a la promesa de libertad5.
Por otro lado, el avance de los persas supone la aniquilación de la vida: “[...] im Tal ist der Tod, und die Wolke des Brandes / Schwindet am Himmel dahin, und weiter im Lande zu ernten, / Zieht, vom Frevel erhitzt, mit der Beute der Perse vorüber”
(58)6. Su violento paso tritura las flores y extermina la naturaleza. Nada queda en pie ante la acumulación obsesiva. El botín es un fin en sí mismo que convierte la vida en una trivialidad. Además, el persa derriba las imágenes beatas y destruye los signos de hospitalidad (die freundliche Pforte). En el ágora, la religiosidad yace hecha pedazos. El enemigo del Genio es también el aborigen de un mundo desencantado. Dominar a los hombres, violar la naturaleza y profanar la alianza con la divinidad son sus principales atributos.
En cambio, el ateniense ha tramado una alianza con la naturaleza. “Doch umfängt noch, wie sonst, die Muttererde, die treue, / Wieder ihr edel Volk” (66)7. El ser humano hölderlineano no subordina la naturaleza a su voz despótica, sino que la reconoce como su origen. No es una vuelta a la naturaleza ahistórica o una renuncia a la civilización, sino una reconciliación. El hombre no permanece impotente ante una naturaleza sobrecogedora. Tampoco se trata de dos entidades que conviven paralelamente sin afectarse entre sí. Hölderlin no supone una dicotomía irreductible entre la inocencia primitiva y la cultura que se enfrenta a la naturaleza. La hermandad que han fraguado implica un enriquecimiento recíproco. Esta relación armónica no se rompe con la reconstrucción de la ciudad destruida, sino que se consuma en ella.
La ciudad no es un producto de la vanidad humana, sino una ofrenda a la naturaleza bienaventurada. “Aber der Muttererd und dem Gott der Woge zu Ehren / Blühet die Stadt itzt auf, ein herrlich Gebild, dem Gestirn gleich / Sichergegründet, des Genius Werk” (66)8. La ciudad, quizá la obra más característica de la cultura, florece. El ateniense que construye no es el engreído que aspira a superar la naturaleza, sino aquél que encuentra en el Genio al prototipo de la perfección. La naturaleza munífica provee a sus hijos predilectos de todo aquello que les es necesario: “Sieh! und dem Schaffenden dienet der Wald, ihm reicht mit den andern / Bergen nahe zur Hand der Pentele Marmor und Erze. / Aber lebend, wie er, und froh und herrlich entquillt es / Seinen Händen und leicht, wie der Sonne, gedeiht das Geschäft ihm” (68)9. Es la naturaleza generosa quien se ofrece, como modelo y materia, para reconstruir Atenas. Pero es también la mano del hombre la que alivia a la naturaleza exangüe: “Schon auch sprossen und blühn die Blumen mählich, die goldnen / Auf zertretenem Feld; von frommen Händen gewartet, / Grünet der Ölbaum auf, und auf Kolonos’ Gefilden / Nähren friedlich, wie sonst, die Athenischen Rosse sich wieder” (66)10. El ateniense romantizado no es un pérfido depredador, sino un pródigo cultivador.
Si el poeta se refiere a las viejas deidades, ello no ha de entenderse como una reivindicación del valor intrínseco de la mitología clásica. Hölderlin no poetiza sobre la Grecia Antigua por una obsesión de anticuario, sino por la urgente necesidad de encontrar respuestas a la miseria de su época. El poeta no anhela indistintamente el pasado, sino que subraya aquellos rasgos divinos que contrastan con sus propios problemas. El pasado glorioso no se exhuma por el simple hecho de ser pasado, sino porque su evocación permite resaltar los rasgos insatisfactorios del presente. Ello resulta evidente cuando se observa que El Archipiélago no es sólo un discurso fúnebre en honor a la gloria ateniense, o un repudio a los delirios imperialistas de Jerjes, sino también una crítica a sus contemporáneos.
A diferencia de la comunidad griega, el individuo contemporáneo vive sin lo divino, ensimismado, sin ser capaz de escuchar al otro. Su actividad es un trabajo neurótico que no pone fin a la miseria: “Aber weh! es wandelt in Nacht, es wohnet, wie im Orkus, / Ohne Göttliches unser Geschlecht. Ans eigene Treiben / Sind sie geschmiedet allein, und sich in der tosenden Werkstatt / Höret jeglicher nur“ (72, 74)11. El trabajo no es ya una actividad comunitaria donde el hombre interactúa armónicamente con sus semejantes. Pese a aglutinarse en el taller de trabajo, los individuos ni siquiera son capaces de escucharse entre sí. La comunidad originaria se ha fracturado y las actividades sociales sólo reproducen el aislamiento.
La alienación respecto al otro es una de las aristas que Marx (1932[2002]) trataría unas décadas después al referirse al trabajo enajenado. Y de forma similar a Marx, la modernidad que Hölderlin repudia no sólo impone sobre nuestro linaje la noche de la alienación. El trabajo no es sólo un esfuerzo solitario, sino también una carga infecunda: „viel arbeiten die Wilden / Mit gewaltigem Arm, rastlos, doch immer und immer / Unfruchtbar, wie die Furien, bleibt die Mühe der Armen” (74)12. El trabajo del hombre contemporáneo no es ya un deleite creador, sino una condena que se
repite ad absurdum. Pese a su reiteración inexorable, el cansancio de los miserables es infértil. La diferencia respecto al trabajo de los griegos es diametral: mientras que el trabajo venerado por Hölderlin era de naturaleza poiética (schaffend)13, el trabajo de los modernos se impone como una pena (Mühe). En este infierno representado por el poeta alemán, la civilización parece estar mortalmente enfrentada al trabajo humano, ese fundamento sin el cual ésta no habría logrado ponerse en pie. En esta modernidad infernal, el disfrute de los valores de uso ha quedado subordinado a la valorización del valor abstracto (Echeverría, 1998[2000]).
La obra de Hölderlin no se explica sin referir a la sociedad que estimuló al poeta. Ni la poesía de Hölderlin ni la de ningún otro romántico son meras composiciones ahistóricas. Esto es particularmente cierto para los románticos y su desprecio por el presente. Las inexactitudes históricas no sólo deben pasarse por alto en nombre de la licencia poética. Tampoco se trata de un etnocentrismo delirante. Los rasgos amplificados por Hölderlin no son una visión sesgada de lo acontecido, sino una promesa de lo que podría llegar a ser. Tal y como afirma Aristóteles, el poeta no cuenta “[...] lo sucedido, sino lo que podría suceder y lo posible en virtud de la verosimilitud o la necesidad” (Poética, 1451a35).
Para Hölderlin, los griegos representan una alianza íntima entre el hombre y la naturaleza. Si el hombre moderno arrasa sin piedad los recursos naturales; si estos no son más que simples medios para una racionalidad instrumental obsesionada con la acumulación, los griegos viven en armonía con la naturaleza. Se trata de una relación mutuamente benéfica. De forma similar, si el hombre contemporáneo vive a expensas de sus gobernantes y de los directores de los grandes consorcios, Hölderlin aspira a una comunidad donde el individuo y el todo contribuyan mutuamente a su realización. Finalmente, si el individuo es forzado a renunciar a sí mismo en favor de la totalidad; si el trabajo enajenado es un martirio sin fin que castra la poiesis, Hölderlin apela a reconciliar genio y naturaleza con tal de reencontrarnos con el trabajo fecundo.
Este aspecto de la obra de Hölderlin no ha pasado desapercibido. Por ejemplo, Theodor W. Adorno (1974[2018], 466) observó que el intento de Hölderlin por explorar las tensiones entre naturaleza y espíritu es uno de los aspectos más destacados de su obra. Para Adorno, el mérito filosófico de Hölderlin radica en rechazar la hybris de la razón dominadora, y en comprender que genio y naturaleza no son dos polos irreconciliables (47-472). De forma similar, la crítica literaria contemporánea ha contribuido a rescatar el potencial emancipatorio inscrito en la obra hölderliniana y a destacar la relevancia de su forma de repensar la relación humanidad-naturaleza (Stone, 2012; Thompson, 2018).
Es por estas razones que podemos decir que Hölderlin buscó una salida a la avasalladora modernidad de signo capitalista. La visión romántica de Grecia que ofreció en El Archipiélago debe entenderse como una alternativa a dicha modernidad. Hölderlin advirtió en los albores del siglo XVIII las contradicciones centrales de la Ilustración, aquéllas que hacen miserable la vida en nuestras sociedades: el desbocado afán por someter a la naturaleza, la fungibilidad del individuo, el sacrificio
del trabajo vivo en nombre del trabajo abstracto. Por tanto, más que rechazar a rajatabla su presente, el poeta alemán buscó denunciar los aspectos más sórdidos de su civilización. El romanticismo de Hölderlin no es conservador ni mucho menos reaccionario. Al apelar a una reconciliación con la otredad/naturaleza, Hölderlin muestra su vocación emancipatoria.
1 La novela epistolar Hiperión puede conducir a una interpretación similar a la que defiendo en el presente texto. Al igual que en El Archipiélago, Hölderlin (1797–1799[2016]) utiliza en Hiperión a la Grecia clásica como modelo de humanidad. Dado que en esta novela son el griego Hiperión y su amigo alemán Bellarmin quienes intercambian cartas, el contraste entre las civilizaciones occidentales modernas (“la gente del norte”) y la Grecia romantizada por Hölderlin es bastante evidente. Ver, por ejemplo, Thompson (2018).
manos en señal de alianza.”
fundada tan sólidamente / como los astros, obra del genio”.
de su mano, mármol y metales. / Más viviente, como él, gozosa y magnífica, surge de sus manos,
/ y fácil, como la del sol, prospera su obra.”
13 El adjetivo schaffend puede traducirse como trabajador, pero también como productivo, creativo o constructor.
Adorno, T. W. (2018). Parataxis. Sobre la poesía tardía en Hölderlin. En A. Brotóns Muñoz (Trad.), Notas sobre literatura (pp. 429–472). Madrid: Akal. (Obra original publicada en 1974)
Aristóteles. (2002). Poética (A. López Eire, Trad.). Madrid: Istmo.
Echeverría, B. (2000). La modernidad de lo barroco (2a ed.). Ciudad de México: Ediciones Era. (Obra original publicada en 1998)
Hegel, G. W. F. (2011). Lecciones sobre la estética (Alfredo Brotons Muñoz, Trad.). Madrid: Akal. (Obra
original publicada en 1835)
Hölderlin, F. (2001). El Archipiélago (L. D. del Corral, Trad.). Madrid: Alianza. (Obra original publicada en 1804)
Hölderlin, F. (2016). Hiperión o El eremita en Grecia (J. Munárriz, Trad.). Madrid: Hiperión. (Obra original publicada en 1797–1799)
Horkheimer, M., & Adorno, T. W. (2006). Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos (J. J. Sánchez, Trad.). Madrid: Trotta. (Obra original publicada en 1944)
Löwy, M., & Sayre, R. (2008). Rebelión y melancolía: El romanticismo a contracorriente de la modernidad
(G. Montes, Trad.). Buenos Aires: Nueva vision. (Obra original publicada en 2002)
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Stone, A. (2012). Hölderlin and Human-Nature Relations. En E. Brady & P. Phemister (Eds.), Human- Environment Relations (pp. 55–67). Dordrecht: Springer Netherlands. https://doi.org/10.1007/978- 94-007-2825-7_5
Thompson, M. J. (2018). Hölderlin’s Aesthetic Critique of Modernity. En C. McCall & N. Ross (Eds.),
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