Luis Barahona Jiménez (1914-1987)

En el Centenario de la Guerra de 1856

(Madrid, 1956)


Nos hemos reunido aquí para recordar la gesta máxima de nuestra historia, la Guerra que emprendiera Costa Rica el año 1856 contra el filibustero William Walker, que pretendía conquistar Centroamérica para fundar en ella un estado esclavista. Mi cometido en esta oportunidad es llevar vuestra atención hacia aquellos hechos, para extraer de ellos su mensaje de perenne actualidad histórica, tanto en la perspectiva de nuestra nacionalidad, como en el ámbito mayor del mundo americano. Por ello he de empezar esbozando el mapa geográfico y humano de mi Patria hacia mediados del siglo pasado, enfocando luego los hechos que conmemoramos, para concluir con algunas consideraciones sobre nuestro destino históricos como costarricenses y como americanos.

La tierra


Desde niños traemos grabada en la imaginación la forma caprichosa de nuestro pequeño país. Semejante al toro que en las pampas guanacastecas levanta el polvo con sus patas y baja los cuernos para lanzarse a la carga, así aparece en los mapas la forma de esta tierruca de paz. Dos océanos la arrullan y dan frescor con sus brisas; de tarde en tarde, fuertes chubascos la obligan a guarecerse bajo los llovedizos techos de sus árboles silvestres.

Casi todo el territorio está cubierto por montañas y altos valles, con sólo dos extensas llanuras penetrables desde la costa, por lo que vence en todo lo áspero y empinado sobre lo suave y blando del paisaje.


Autor/ Author

Luis Barahona Jiménez (1914-1987) Universidad de Costa Rica


Recibido: 02/05/24 Aprobado: 30/06/24 Publicado: 05/09/24

Ambas costas tienen magníficos abrigos, especialmente la que baña el Océano Pacífico. De aquí que este litoral ofrezca una mayor penetrabilidad pues son abundantes las ensenadas que permiten sujetar el comercio nacional e internacional, con lo que poco a poco el país adquiere riquezas costeras que marcan simultáneamente el desarrollo de las poblaciones adyacentes. A más de esto la circunstancia providencial de estar situada en el corazón del Continente Americano la destinó todo un porvenir de riqueza y cultura desde la época precolombina, sirviendo de “MEETING GROUND” de razas, culturas, idiomas, religiones,


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sistemas artísticos y hasta geográficos. Durante el período español se le incorporó al Reino de Guatemala, más tarde se la consideró sudamericana en adjudicación hecha a Nueva Granada.

No hay sino un solo sistema geográfico

, dividido en su parte central por un doble valle. La Meseta alcanza una altura media de 1300 metros, con un área de 2000 kilómetros cuadrados: 20 kilómetros de anchura, por 70 de longitud, clima fresco y agradable: “Aquí reina, en efecto, escribía en el siglo pasado el científico H. Polakowsky, una eterna primavera y clima más saludable apenas podría hallarse en el mundo.”

La meseta reúne la población; en ella se hallan las mejores ciudades, los mejores cultivos y las industrias más desarrolladas, principalmente la industria del café. Efectivamente, la historia de nuestra pequeña nacionalidad ha evolucionado alrededor de este único centro: La meseta; de aquí que

nuestra cultura, desde el punto de vista geográfico, sea una cultura de meseta.

En Costa Rica fue necesario que los primeros pobladores españoles buscasen estos valles para el establecimiento de la vida colonial. Pues no soportando lo insalubre y mortífero del clima del litoral y no contando con recursos suficientes para iniciar la explotación de las montañas altas, y siendo por otra parte, gentes de llanura, hallaron muy bien dispuesta la meseta para el género de vida a que estaban acostumbrados, ya que la mayoría procedían de las tierras extremeñas y andaluzas.

¿Para qué luchar con la aspereza si el paraíso de Dios, regado por mil fuentes, estaba allí aparejado con toda clase de comodidades para la vida? Un poco de esfuerzo y las aldeas, las villas, los cultivos surgirían como por ensalmo a lo largo de la planicie. Razón sobrada tenía Juan Vázquez de Coronado para entusiasmarse a la vista del maravilloso Valle del Guarco. Así escribe en carta a Felipe II: “Vi el asiento, parecióme bien y no he visto otro mejor en estas partes, eceto el de Atrisco en Nueva España. Tracé una ciudad en aquel valle, en un asiento junto a dos ríos. Tienen el valle tres leguas y media de ancho; tiene muchas tierras para trigo y maíz; tiene el templo de Valladolid, buen suelo, y cielo.”

Poco a poco la planicie ha ido influyendo en sus moradores. De vivir tranquila, aunque pobremente, se originó un modo de ser que el pueblo inconscientemente fomentaba, trasmitiéndolo a las nuevas generaciones. La agricultura, el cultivo, en buena parte heredado de los aborígenes, contribuyó a retener cada vez más al hombre hasta el día en que aparece la hacienda, base de la vida campesina y con ello de nuestra nacionalidad.


El hombre


Acabamos de ver la influencia del medio geográfico en el desarrollo de nuestra vida campesina. El pueblo influido por estas circunstancias ha ido formando su carácter, al abrigo de la tradición y de las nuevas condiciones de vida. El tipo representativo de nuestro pueblo es por eso el campesino, o mejor, el “CONCHO”, como lo llamamos en el habla familiar. Según quiere el filólogo Carlos Gagini, “Concho” es abreviatura de Concepción, nombre muy común en nuestro pueblo; y es posible que sea así, como que del nombre de Concepción aplicado a la mujer, deriva el de Concha y Conchita. Pero “Concho” significa ante todo, “rústico, hombre sencillo del campo”. El sentido preciso que el pueblo deposita en sus palabras, el uso y la tradición, han consolidado la generación de un nuevo vocablo, equivalente a un término de nueva significación: “Concho” no es ya Concepción, sino campesino costarricense.

El “concho” es, pues, el tipo humano representativo por excelencia de Costa Rica. Leamos las siguientes líneas escritas en 1858 por Thomas Francis Meagher a propósito de los carreteros que hacían por entonces el tráfico con Puntarenas, nuestro bello puerto del Pacífico. Ellas nos pondrán en camino de descubrir las características del “concho”: En todo el camino, dice, nos llamó grandemente la atención la viva inteligencia, la viva actividad, la intrepidez, el semblante despierto y la gentileza de los muchachos costarricenses.

Muchos de estos guiaban las carreteras cargadas de café, tropezando alegremente al lado de los bueyes corpulentos, y por muy áspero y resbaladizo que estuviese el camino, y llevando la yunta con la destreza de carreteros avezados por los peores desfiladeros, las cuestas más escarpadas, los recodos más estrechos; venciendo con experta y valiente sagacidad todas las dificultades de la jornada. A veces relevaban galantemente a los hombres que venían desocupados detrás de las carretas, a pie o en mulas, o dormidos dentro de ellas sobre los sacos de café, en tanto que los chicos blandían el chuzo, el cetro del camino. Y no era tan sólo a lo largo de esta carretera, ni en este trabajo opresor que se portaban con tanto lucimiento. En todo el país, en los campos, en el mercado, en la selva, en medio de la más afanada muchedumbre, en la soledad más completa, en todas partes eran los mismos muchachos despiertos, expeditos, arrojados, incansables. Son para el país una fuente de salud y una corona de joyas que no tiene precio.”

Completemos esta descripción con la de otros científicos viajeros que nos

visitaron por el año 1853 y 54, el Dr. Moritz Wagner y el Dr. Carl Scherzer, quienes bosquejaron así nuestro pueblo: “viendo desde las gradas altas de la catedral de San José el espectáculo del mercado no puede negársele un carácter bastante pintoresco. El traje de las gentes del pueblo es, sin embargo, algo uniforme. El público femenino es por lo menos un veinte por ciento más numeroso que el masculino y desde luego mucho más bonito. Los hombres guapos son una rareza entre los habitantes del pueblo de Costa Rica. En cambio se ven bastantes campesinas lindas. Aquí ha permanecido la raza española más pura que en cualquier otro Estado de la América hispánica. Sin embargo se percibe también aquí en muchas caras la mezcla de sangre india y bien puede aceptarse, como término medio, que entre la gente del pueblo por lo menos, la quinta parte de los hombres tiene en su tipo ciertas huellas, definidas o

indeterminadas, de mezcla de sangre, mientras que la relación en los habitantes de la ciudad es mucho más a favor de la raza no mezclada; apenas una de cada veinte caras de las que aquí se encuentran recuerda el tipo indio.

Los hombres son, en general, de estatura corriente y bastante bien formados, de postura floja y negligente. Tienen una tez morena, casi sin excepción cabellera negra, una frente regular, ojos negros, narices feas y anchas; éstas como los pómulos salientes que se encuentran con frecuencia, relevan la peculiar forma indígena. A menudo se ven también caras muy morenas; generalmente usan sombreros de paja o palma de ala angosta. Llevan en los días fríos o lluviosos una manta rayada sobre la camisa, pantalones de mezclilla o de algodón. Más del 90% de la población de Costa Rica es descalza; no usan, por comodidad o por economía, zapatos entre la semana; aún los hijos de comerciantes acaudalados de la ciudad caminan comúnmente hasta los diez años descalzos. La aristocracia de San José, es decir, los ricos cafetaleros y comerciantes, se visten a la moda francesa; les gustan los trajes tallados y le dan mucha importancia a los sombreros elegantes de seda de París o de pita trenzada de Panamá, de ala corta.

Las mujeres usan sombreros muy pequeños de paja o palma de la misma forma

que los hombres y se cubren con ellos sólo la parte superior de la cabellera. Alrededor del cuello gastan collares de abalorios o alhajas de metal con cruces o imágenes de santos, a menudo dos o tres veces entrelazados; no se usan pendientes en las orejas, pero sí anillos en los dedos. El vestido de zaraza floreada, debajo del cual se asoma el pie desnudo, sólo llega hasta las caderas; una ligera camisa blanca cubre, dejando visible la mitad del pecho, la parte superior del busto. Cuando salen a paseo se echan un reboso multicolor sobre la nuca; a la belleza y novedad de este chal se le da mucha importancia. La mayor parte de las muchachas y de las mujeres jóvenes usan su larga cabellera negra en trenzas limpias, bien arregladas y entretejidas elegantemente. Más de una princesa europea podría envidiar a una pobre muchacha neohispana del campo por

el rico adorno de su cabellera, que la naturaleza le ha dado sin ayuda artificial.

Estas cabelleras tienen a veces un brillo sedoso; entonces son de una belleza extraordinaria. La frente es regular y las más de las veces hermosa; las cejas notablemente despobladas, los ojos grandes, de un negro oscuro y a veces maravillosamente bellos. La nariz, en cambio, tiene sólo a veces una forma bonita; comúnmente son demasiado anchas. No se ve aquí la noble forma de la nariz griega que se encuentra tan a menudo entre las mujeres de Castilla y Andalucía. La boca es finamente cortada y los dientes son generalmente bien formados, a menudo tan blancos como el marfil.”

“En San José se celebran todos los años, en diciembre, grandes fiestas populares. Entonces se organizan procesiones públicas con disfraces, en las que el diablo cargado de cadenas aparece como espantajo popular; unos cientos de piastres se despilfarran en juegos artificiales de mucho estallido y de poco gusto. Se organizan bailes y espléndidas comilonas; y por último una llamada corrida de toros, que comparada con las de Castilla, resultan una mera caricatura. El genio flojo indolente y manso que caracteriza a casi toda la población de este país, parece haber contagiado también a los cuadrúpedos. Los perros de Costa Rica ladran mucho, pero no muerden, los tigres del bosque sólo atacan a los viandantes cuando duermen; y apenas si se llega

a excitar por medio de martirios y de toda clase de intimidaciones a los toros.”

Los costarricenses son en su mayoría creyentes y buenos católicos, van por costumbre al menos una vez al año a confesarse y respetan al clero ignorante e inculto, pero no aceptan ni jesuitas ni la intervención de sacerdotes en los asuntos seglares y no quieren, ante todo, pagar mucho a la Iglesia.

Las peleas dominicales de gallos, tan atractivas para la fantasía de la multitud, son en San José mucho más populares que las procesiones y fiestas religiosas. No creemos exagerar, si afirmamos que la mitad de la conversación de la población masculina capitalina gira, durante toda la semana, alrededor de los gallos. El correo de Europa sólo viene cada quince días y por eso no puede “La Gaceta” publicar más de dos veces novedades del escenario mundial. Los asuntos políticos, las grandes guerras y los acontecimientos que conmueven al mundo, despiertan en el costarricense poco interés.

Las cualidades más simpáticas del costarricense son sus amables costumbres sociales y su complacencia solícita; sin embargo, no se le puede pedir ningún sacrificio real. Esta cortesía, común a todas las clases sociales no cambia nunca. Un costarricense no se pone violento ni se vuelve grosero; jamás vi una riña en este país. Tal vez se rehúsa, de vez en cuando, el dar una limosna a un mendigo, pero nunca se le echa con palabras descorteses puerta afuera. La exquisita cortesía del costarricense no se desdice ni siquiera en el caso de pequeñas incursiones a la propiedad ajena.

Finalmente, he de citar un párrafo que es decididamente anti-costarricense, pues sus errores de apreciación quedaron completamente refutados por los hechos ocurridos dos años después en las campañas de Santa Rosa, Rivas y San Juan. Dice así: “El espíritu caballeresco español, el ánimo y la valentía de la raza castellana que se acrisoló un día bajo el mando del héroe Cortés, tampoco ya no existe en el Nuevo Mundo. Este espíritu batallador degeneró en varios países, como México, Guatemala y Nicaragua en bandolerismo y robos a mano armada. En Costa Rica, Nueva Granada, Venezuela, Chile y Perú se extinguió por completo. Ni siquiera los napolitanos son tan antimilitaristas y pacíficos como los costarricenses; hasta los ejercicios militares dominicales a que un instructor polaco-alemán obligaba entonces a la milicia, les parecen una atrocidad. Los duelos son inauditos.

Los insultos más ofensivos no encolerizarían a un costarricense lo bastante para

desafiar a su ofensor y óigase bien:

Una banda de unos cientos de aventureros que unieran al valor y decisión la disciplina necesaria, podrían apoderarse bastante fácilmente de esta República. Es incomprensible el que no se les ocurriera a los muchos refugiados políticos errantes, el invadir violentamente a Costa Rica para fundarse aquí una nueva patria con las instituciones que ellos desearan. La peculiar situación geográfica del país y las condiciones físicas de sus fronteras, harían más factible la invasión por un pequeño grupo que por un gran ejército.

No es posible entusiasmar a costarricenses indolentes o infundirles valor y desprecio voluntario a la muerte, aun cuando se trata de la libertad de la patria, contra un tirano extranjero. Hasta aquí pues esta descripción, no siempre muy exacta del tipo humano prevaleciente en Costa Rica la víspera de la invasión filibustera.


Los hechos


Vamos ahora a hacer un poco de historia para confirmar las palabras de uno de nuestros más grandes Presidentes, Don Ricardo Jiménez Oreamuno, quien en frase lapidaria resumió la más grande de las virtudes de nuestro pueblo diciendo: “Los ticos aguantan todo, mientras no les toquen la tierra en que viven y sus libertades tradicionales.” Por el año 1854 Nicaragua se vió afligida con frecuencia por dolorosas contiendas.

El partido conservador legitimista o granadino presidido por don Fruto Chamorro, y el partido Leonés, llamado democrático con don Francisco Castellón a la cabeza, se disputaban la supremacía, haciéndose cruda guerra.

Castellón autorizó entonces un contrato para traer colonos, el cual tenía por fin hacer venir combatientes que dominaran al partido de Chamorro. Fue así como llegó a Nicaragua William Walker, un abogado norteamericano que prefirió al ejercicio de su profesión el dedicarse a invadir pueblos débiles. Walker, después de los correspondientes arreglos desembarcó en el Realejo en 1855 “con una expedición formada en San Francisco de California”.

Una vez en Nicaragua abrigó la esperanza de dominar el resto de Centroamérica, y servirla en bandeja de plata a los dirigentes de los Estados esclavistas del Sur de Estados Unidos.

Del lado costarricense había justa alarma ante el curso que pudieran seguir los acontecimientos. El Presidente Juan Rafael Mora estuvo, indiscutiblemente, a la altura de las circunstancias; con energía y visión clara de los hechos estuvo alerta; su Ministro en Washington le informaba de cuantas combinaciones urdía Walker en Estados Unidos. Ya el 20 de noviembre de 1855 publicó la siguiente proclama, llena de profundas vibraciones patrióticas:


Costarricenses


La paz, esa paz venturosa que, unida a vuestra laboriosa perseverancia, ha aumentado tanto nuestro crédito, riqueza y felicidad, está pérfidamente amenazada. Una gavilla de advenedizos, escoria de todos los pueblos, condenados por la justicia de la Unión Americana, no encontrando ya donde hoy están con qué saciar su voracidad, proyectan invadir a Costa Rica para buscar en nuestras esposas e hijas, en nuestras casas y haciendas, goce a sus feroces pasiones, alimento a su desenfrenada

codicia.

¿Necesitaré pintaros los terribles males que, de aguardar fríamente tan bárbara invasión, pueden resultaros?

No: vosotros los comprendéis, vosotros sabéis bien qué puede esperarse de esa horda de aventureros apóstatas de su patria; vosotros conocéis vuestro deber.

¡Alerta, pues, costarricenses! No interrumpáis vuestras nobles faenas, pero preparad vuestras armas.

Yo velo por vosotros, bien convencido de que, en el instante del peligro, apenas retumbe el primer cañonazo de alarma, todos, todos os reuniréis en torno mío, bajo nuestro libre pabellón nacional.

Aquí no encontrarán jamás los invasores, partido, espías ni traidores. ¡Ay del

nacional o extranjero que intentara seducir la inocencia, fomentar discordias o vendernos! Aquí no encontrarán más que hermanos, verdaderos hermanos, resueltos irrevocablemente a defender la patria como a la santa madre de todo cuanto aman, y a exterminar hasta el último de sus enemigos.

La prensa de Costa Rica atacó fuertemente al filibustero, y Walker taimadamente envió a un representante suyo para convencer al Presidente Mora de que no abrigaba pensamientos hostiles contra Centro América. Informado el Presidente de semejante emisario monta en sagrada indignación, expidiendo por conducto del Ministerio de Relaciones Exteriores, el notable documento que leo a continuación que expresa la energía y la resolución del héroe, en una hora definitiva y de la que pendió sin reparo, los sagrados y altos destinos de la patria crudamente amenazada; dice así:

Al gobernador de Puntarenas ordena S.E el Gral. Presidente de la república que si en ese puerto se presentase uno que se titula Louis Schlessinger el cual viene con el objeto de representar ante este Gobierno al que se nombra de Nicaragua, lo haga Ud. Embarcarse inmediatamente para que regrese. Pues S.E. no está dispuesto a reconocer Gobierno alguno de Nicaragua que no sea hechura de la libre y espontánea voluntad de aquellos pueblos, dominados actualmente por fuerzas extranjeras

Lo digo a Ud. para su puntual cumplimiento, avisándome del resultado. Dios Guarde a Ud. Febrero 18 de 1856

Este latigazo que recibió el Filibustero sobre su cara lo exacerbó a tal punto que de inmediato invadió nuestro suelo llegando hasta San Rosa, por la frontera norte.

Al llegar a este punto debemos recordar, como lo dicen Wagner y Scherzer en su obra que, la fuerza armada de Costa Rica constaba de cinco mil milicianos… Las guarniciones de la frontera eran muy insignificantes. En la Nicaragua había 16 soldados. “Y no me resisto a extender la cita, pues es realmente admirable la gesta de aquel pueblo, de aquel ejército del que se burlan ambos extranjeros con estas palabras; “La guarnición permanente de la capital de San José se compone de 116 veteranos, en su mayor parte sargentos, tambores o músicos de banda…Hemos presenciado frecuentemente los ejercicios de la milicia costarricense, que apenas sabe ejecutar los movimientos y marchas militares. No ha podido aún el instructor polaco, a pesar de sus gritos e insultos, enseñarles el contenido marcial y la precisión militar que se consideran necesarios para volvernos nosotros indispensables y para ser ellos buenos soldados. Los meridionales tienen una preferencia particular e innata por la comodidad y la pereza; sólo se les podría transformar por medio de los métodos rusos en aquellas exactas máquinas que mueven sus piernas a la voz de mando tan regularmente como el péndulo de un reloj. El Zar Nicolás se escandalizaría en Costa Rica, pues en el sentido ruso no hay aquí ni un solo recluta disciplinado. Parece que se escogiera a la gente más pobre, inválida y fea para el servicio militar. Si el bufón Fallstaff, de Shakespeare, hubiera visto al instructor polaco y a sus reclutas en la plaza de San José, le hubiera repetido su pregunta a Sir John, de si también él había descargado las picotas y enganchado a los cadáveres; pero el mismo Fallstaff se hubiera tal vez avergonzado de estos espantajos, pues “su sombra” y su “enclenquez” eran por lo menos de color blanco. La maza de los milicianos son descalzos y no llevan uniforme, sino sólo pantalones de mezclilla o algodón, cuyo color se deja a su gusto y sobre la camisa nada más que el arma y la cartuchera. En el campo de

batalla nunca han demostrado valor. No tienen ni un átomo de valor guerrero y de la valentía personal que no se les puede negar a aquellos aventureros españoles que conquistaron al mando de Cortés y Pizarro, una gran parte de América.”

Pues bien, con un ejército de descamisados, con el pie desnudo, en el suelo, para que mejor sintiesen la tierra por la que iban a morir, en total nueve mil hombres, el Presidente Mora, ahora General en Jefe del mismo, marcha a repeler los invasores, no sin antes dar la siguiente proclama:


Compatriotas:


¡Alas armas! Ha llegado el momento que os anuncié. Marchemos a Nicaragua, a destruir esa falange impía que la ha reducido a la más oprobiosa esclavitud. Marchemos a combatir por la libertad de nuestros hermanos.

Ellos os llaman, ellos os esperan para alzarse contra sus tiranos. Su causa es nuestra causa. Los que hoy los vilipendian, roban y asesinan, nos desafían audazmente e intentan arrojar sobre nosotros las mismas ensangrentadas cadenas. Corramos a romper las de nuestros hermanos y a exterminar hasta el último de sus verdugos.

No vamos a lidiar por un pedazo de tierra, no por adquirir efímeros poderes, no por alcanzar misérrimas conquistas, ni mucho menos por sacrílegos partidos. No, vamos a luchar por redimir a nuestros hermanos de la más inicua tiranía; vamos a ayudarlos en la obra fecunda de su regeneración; vamos a decirles: Hermanos de Nicaragua, levantaos; aniquilad a vuestros opresores. Aquí venimos a pelear a vuestro lado por vuestra libertad, por vuestra patria. Unión, Nicaragüenses, unión. Inmolad para siempre vuestros enconos; no más partidos, no más discordias fratricidas. Paz, justicia y la libertad para todos. Guerra Sólo a los filibusteros.

A La lid, pues, costarricenses. Yo marcho al frente del ejército nacional. Yo, que me regocijo al ver hoy vuestro noble entusiasmo, que me enorgullezco al llamaros mis hijos, quiero compartir siempre con vosotros el peligro y la gloria.

Vuestras madres, esposas, hermanas e hijos os animan. Sus patrióticas virtudes os harán invencibles. Al pelear por la salvación de vuestros hermanos combatiremos también por ellos, por su honor, por su existencia, por nuestra patria idolatra y por la independencia hispanoamericana.

Todos los leales hijos de Guatemala, El Salvador y Honduras marchan sobre esa horda de bandidos. Nuestra causa es santa, el triunfo es seguro. Dios nos dará la victoria y con ella la paz, la concordia, la libertad y la unión de la gran familia centroamericana.

Así dio comienzo aquella gesta cuyo centenario estamos hoy celebrando en este regazo acogedor de nuestra común madre, España. El 20 de marzo de 1856 se encontraron ambos ejércitos en Santa Rosa, que es una hacienda, con una plazuela, formada por un valle hondo y limpio, circundado por colinas de poca elevación, pero escarpadas, según consta en la descripción del General José Joaquín Mora, hermano del Presidente. Allí se vio a aquellos soldados motejados de “sombras” y “enclenques”, “incapaces de valor guerrero y de valentía personal”, acometer al enemigo, al son de las trompetas que tomaban a degüello, en tal forma que, según lo menciona el propio parte de guerra, el sable y la bayoneta los hacían trizas y ellos,

los filibusteros, aterrados, ni atinaban a ofender con sus tiros. Y agrega, en frase que lo dice todo por su sobriedad castrense, digna de los grandes capitanes: “Hubo entre los soldados notables rasgos de valor; pero tan comunes a casi todos, que sería imposible enumerarlos.” Con razón el entonces Ministro de la Guerra decía: “No podía esperarse otra cosa del denuedo y decisión del valeroso ejército de Costa Rica, que el Excelentísimo Presidente tiene la gloria de mandar, ni puede creerse que a otro jefe le tocara la de dar el primero y más decisivo golpe al enemigo, sino al intrépido y valeroso General don José Joaquín Mora, honor y esperanza del ejército de Costa Rica.”

Después de este primer desastre algunas tropas costarricenses invadieron Nicaragua y ocuparon los puertos de San Juan del Sur y la Virgen, éste último sobre la ribera del lago de Nicaragua. Pronto recibió Walker noticias de todo esto, coincidiendo con la de haber cesado la alarma en León; y sabiéndose allí que los otros Estados centroamericanos no marcharían contra los filibusteros, a lo menos por entonces, resolvió marchar sobre la ciudad de Rivas, para donde salió con todas sus fuerzas, a excepción de dos compañías, dejadas de guarnición en Granada.

En Rivas se sabía que el ejército enemigo estaba en marcha aumentando por nuevas fuerzas que habían arribado por San Juan del Norte y llevando además a la vanguardia, 800 nicaragüenses del partido llamado democrático. Dice Don Ricardo Fernández Guardia:” En la mañana del 11 de abril de 1856, Mora se dejó sorprender por Walker y en pocos minutos se hizo éste dueño de casi toda la ciudad fortificándose en los mejores edificios” “El combate se trabó, según Jerónimo Pérez, de una manera horrible y desventajosa para los de Costa Rica, porque se lanzaban, a pecho descubierto, a desalojar a los contrarios de las casas que ocupaban, desde cuyos techos hacían estragos en ellos”. Por su parte, Don Joaquín Bernardo Calvo, a quien sigo en esta relación, nos dice que “Una vez frustrado el plan de asalto, los nuestros tomaron la ofensiva y a las once de la mañana los filibusteros y sus aliados estaban reducidos a la plaza y avenidas de la Iglesia y concentrados, principalmente en el Mesón llamado de “Guerra”, mientras los costarricenses tenían el resto de la ciudad; pero el ataque sobre los lugares ocupados por el enemigo se hacía tan costoso, como eran certeros los fuegos de los filibusteros, con armas superiores y ejercitados en el manejo de ellas, ya que con ellos militaban soldados ingleses, norteamericanos, alemanes, etc., duchos en el arte de la guerra. En tanto que nuestro improvisado ejército de labradores y artesanos lo suplían todo con el arrojo, la constancia y la disciplina.

Entre tantos héroes como hubo aquel día de Gloria para Costa Rica y Centro

América, se cita siempre el nombre del General don José Manuel Quirós, quien, invitado a inclinarse un tanto, en lo recio del fuego, para que se resguardarse del peligro, contestó: “los Generales no se agachan”.

Y el de muchos otros soldados cuya lista sería abrumadora; pero entre todos sobresale con su estatura de héroe y mártir aquel soldado oscuro de nombre Juan Santa María, en el cual vemos siempre los costarricenses el símbolo de las virtudes heroicas de nuestro pueblo y el más grande paladín de nuestras libertades. Para conocer mejor su hazaña nada como cederle la palabra a uno de los tantos testigos que estuvieron en aquella ocasión, la más grande de nuestra historia patria, quien bajo

juramento declaró: que la víspera del día once de abril por la noche Juan Santamaría, vecino de la ciudad de Alajuela y tambor de la compañía del declarante, encontró una botella que contenía aguarrás, la que creyó serle de alguna utilidad más tarde: que al día siguiente cuando muchos de los enemigos se habían refugiado en el “Mesón”. Un ayudante de órdenes del General Cañas llamado Pedro Rivera, penetró al Cuartel, se dirigió a la guerrilla de la cual era Comandante el declarante y dijo: ¿quién se atreve a incendiar el “Mesón” ?, y Santa maría dijo, que él se atrevía y acto continuo empapó con el aguarrás que contenía la botella referida, unos pedazos de lienzo y unas tusas que encontró al acaso y formando una especie de tea la que colocó en una caña escota rajada, se dirigió a incendiar el Mesón. -Advierte el testigo: que antes de partir, Santamaría le dijo: “Recomiéndeme ”: que la tea se incendió de tal modo, que al conducirla en la mano Juan Santa maría semejaba un torbellino de fuego: que con heroica resolución, él la aplicó al edificio, que se incendió inmediatamente; y que al consumir este hecho pereció a consecuencia de los tiros que dirigían los enemigos “He escogido este testimonio de entre otros muchos por la sencillez del relato en la cual aparece el héroe momentos antes de morir como uno de tantos soldados que sintió dentro, sin saber cómo, al ansia redentora, disponiéndose a morir en la forma más natural del mundo; escurriéndose sólo musitar una palabra a manera de oración postrera, cuyo sentido parece ser más bien: “encomiéndeme a Dios porque voy a morir”, sin saber cuál era la dimensión altísima de sus heroísmo, pues tan sólo lo miró como el cumplimiento de un deber para con la Patria.

Aquel hecho dio la victoria a nuestros soldados, pues el enemigo se defendía

desde el mesón, causando muchas muertes en nuestras filas y sin mayores riesgos

de su parte.

Una vez desalojado el Mesón, ni los filibusteros fueron aprisionados en medio de un círculo de fuego que culminó con su más completa derrota hacia la media noche de aquel memorable “11 abril de 1856”.

Después de esto vino el azote de la peste del cólera, consecuencia de la gran mortandad que hubo en aquel día en que quedaron insepultos cientos de cadáveres. La población de Costa Rica se vió diezmada y empobrecida. Más no contentos con aquellas glorias y aquellos resonantes triunfos alcanzados a costa de tantos sacrificios por la conquista. De las libertades centroamericanas, volvieron a la carga al año siguiente, esta vez luchando hombro con hombro al lado de sus hermanos de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. De nuevo el teatro de la guerra fue la vieja ciudad de Rivas, y de nuevo se escogió la fecha gloriosa del 11 de abril para repetir las mismas hazañas del año anterior. Poco antes, el 22 de septiembre Walker lanzó el mayor insulto a Centro América, emitiendo un decreto por el cual se establecía la esclavitud en Nicaragua.

Por fin habían logrado superarse las diferencias entre los altos jefes militares centroamericanos, que venían obstaculizando la acción conjunta de los ejércitos. De esta vez nombraron General en Jefe de los ejércitos expedicionarios de Centro América al General costarricense don José Joaquín Mora. El historiador Calvo, ya citado, dice a este propósito lo siguiente:

Este nombramiento fue un acto de reconocimiento a Costa Rica, que desde el primer momento, comprendiendo el peligro que corría la independencia de la América Central, no omitió sacrificio para sostenerla resueltamente; y fue un acto de justicia para el señor Mora, a quien corresponde el honor de haber sido el primero que dio una derrota a los invasores, que era uno de los héroes del 11 de Abril de 1856, y el Jefe del ejército que dominaba el río de San Juan y el Lago, que era la muerte del filibustero.

El Estado Mayor General del ejército de Centro América lo integraban, el Segundo Jefe, General Cañas; Mayor General, el General Zavala; Inspector General, el General Xatruch; y el General Chamorro quedó en su cargo anterior de Cuartel Maestre. Desgraciadamente esta segunda batalla de Rivas, no tuvo el éxito deseado, y rechazadas nuestras tropas bajo un fuego vivo de metralla el General Jerez dio la orden de retirada , habiendo tenido las fuerzas centroamericanas graves pérdidas. Pero el citio a la ciudad continuó, produciéndose un aumento en la deserción de los sitiados. Sabedor el Comandante del buque de guerra de los Estados Unidos St. Mary, Mr Charles JR Davis, del extremo al que habían llegado sus compatriotas y queriendo salvarlos llevó sus gestiones con éxito logrando que Walker capitulase. Fue así como, gracias a los sentimientos hidalgos de los centroamericanos, que recuerdan por su generosidad y nobleza de espíritu, ni a los viejos caballeros

Españoles tan bellamente inmortalizados por Velázquez en el lienzo de Las

Lanzas, pudo Walker con 16 de sus más adictos compañeros, acompañado por el Capitán Davis y el General don J. Víctor Zavala, ponerse a salvo a bordo de la corbeta St. Mary, el 1 de mayo de 1857.

Por dos veces más intentó Walker realizar sus tan acariciados planes de instaurar la esclavitud en Centro América, pero fracasó. La última vez fue apresado en Honduras y fusilado en Trujillo el 12 de septiembre de 1860.


Nuestro destino histórico


Entonemos ahora los ojos a la luz de estas perspectivas históricas que hoy se nos abren con motivo de este centenario y tratemos de alcanzar su mensaje espiritual. En primer lugar, no cabe duda de que la voz de nuestro Presidente Mora era un fiel reflejo del sentir de nuestro pueblo en aquella hora azarosa tanto para Costa Rica como para el resto de Centroamérica. Sus proclamas así lo dejan ver claramente. De donde podemos concluir que por aquellos años cada uno de los países que integraban la gran familia centroamericana, sentía en toda su vigencia el parentesco cierto que los ligaba por razones históricas, culturales, económicas y políticas. El hecho mismo de haberse logrado la unidad del mando para combatir al Filibustero hasta acabar con él en la batalla del 11 de abril del 1857, en la que se sintió por primera vez esa unidad espiritual y humana como una realidad viva y eficaz, al margen de toda retórica y demagogia, pues que en el campo de batalla se confundió la sangre de todos los centroamericanos, derramada generosamente para robustecer y alimentar el árbol majestuoso y venerado de nuestra independencia y soberanía; este hecho, digo, es una prueba palmaria de que por entonces, si bien ya se había desintegrado la unidad política, subsistía en todo su vigor la unidad espiritual y moral de la gran familia centroamericana.

Y este hecho no debemos dejarlo pasar sin comentario, pues si a ello debemos el que se preservasen todas nuestras más caras tradiciones e instituciones que nos han permitido llegar a estas alturas históricas como pueblos libres y dueños de nuestros destinos, no podemos menos que hacer un cuidadoso examen de conciencia para ver en qué medida hemos correspondido a aquellos sacrificios, reconociendo todos y cada uno, tanto en el plano político y social como en el individual, los errores cometidos, a fin de que en el futuro podamos marchar juntos a la conquista de los altos fines para los cuales el Dios de las naciones nos ha llamado. No olvidemos que el pasado ha de contarse siempre como un elemento indispensable en la constitución espiritual de las sociedades, sea para mantenerlo, sea para superarlo.

Y ese pasado debe actualizarse en su mejor forma como hermandad y virtud heroica al servicio de la unidad centroamericana en aquellas formas y estilos que mejor correspondan a nuestro modo de ser y de deber ser. Cada uno en su puesto debe recordad que es soldado de una causa histórica que acaso deba llegar a su plenitud en este siglo que vivimos acosados por urgencias de unidad en razón de las fuerzas desintegradoras que hoy andan por el mundo acechando en cada momento la coyuntura propicia para dividir y reinar, aunque solo sea sobre los escombros y el polvo de la civilización.

Pero debemos ir más lejos, ya que nuestro destino histórico está vinculado al destino histórico de la gran familia de pueblos americanos, herederos de una misma tradición cultural y espiritual. Recordemos a este aspecto que aquella cruzada centroamericana cobra el filibusterismo… origen a un esbozo del nuevo derecho americano en el plano internacional, hoy por fortuna consagrado ya como norma de convivencia entre nuestros pueblos, en el cual se hablaba de un estatuto que garantizaba la independencia y soberanía de todas las Repúblicas, así como su integridad territorial, comprometiéndose a no ceder ni enajenar parte alguna del territorio y a considerar como actos de usurpación los… dos de un poder creado con auxilio de la fuerza extranjera, admitida, y el llamamiento de tal fuerza como crimen de alta…

Debemos comprender que en tal proyecto el patriotismo americano empezaba a actualizarse con una visión clara del porvenir y, asegurando la posibilidad jurídica de un nuevo concepto de América, que hoy por cierto ha logrado plena vigencia en el plano internacional, y que a no dudarlo habrá de pesar enormemente en el destino de la humanidad.

Por todo lo cual debemos concluir este solemne acto con el más puro y devoto reconocimiento hacia el heroísmo de nuestros héroes mayores y con la formulación íntima de un propósito, cual es el de continuar, en la medida de nuestras posibilidades, la gran obra de la dignificación, unificación, y defensa de la familia centroamericana. Y a la vez, el acrecentamiento, defensa y depuración de los valores de todo orden que constituyen la razón de ser en la historia de ese ámbito geográfico y humano que llamamos América. En esta empresa nos encuentra hoy bregando el primer centenario de nuestra guerra del 56. Quiera el Cielo darnos la victoria como entonces, para que América pueda inaugurar un nuevo período en la historia en que se asegure el triunfo de las esencias humanistas y la fe en los altos destinos del ser humano.


A propósito de la parroquia de piedra


La revista rusa “Literatura soviética” en su número 931, correspondiente al mes de Enero de este año, publica un artículo firmado por la escritora Nadezhda Rozhevnikova que lleva por título “El picapedrero”, ilustrado con una fotografía del Kremlin en blanco y negro. El objeto que persigue la articulista no es otro que el destacar el valor artístico de los trabajos en piedra y por consiguiente el de dicha artesanía que aquí como en toda Europa se ha conservado a lo largo del tiempo. El Kremlin está construido en piedra blanca y produce una sensación de solidez y perennidad como que este fue el propósito de quienes le construyeron y siéndolo en la mente de los moscovitas de hoy y en la de los actuales restauradores, pues dicho edificio es un símbolo de estabilidad o de inmutabilidad tanto del imperio zarista como del socialista de nuestros días. Este símbolo hace mucho tiempo que habrá desaparecido de no ser por la labor constante, cariñosa y experta de los maestros canteros que viven dedicados a su restauración y a la de miles de monumentos artísticos que hay en el territorio de la Unión Soviética.

El trabajo de restaurador dice la escritora aludida, “requiere que el especialista

tenga dobles e incluso triples conocimientos. No basta tener “manos de plata”, es preciso tener intuición, basada, en primer término, en la experiencia, que ayuda a encontrar restos de las formas iniciales y quitarles las superposiciones de tiempos posteriores”. En suma, que la cantería, otros prefieren llamarla “maestros en trabajo artístico de la piedra”, es todo un arte que requiere conocimientos, técnicas, buen gusto y constituye toda una tradición artesanal que trasmite a través del tiempo sus secretos.

Picapedrero suena bien, declara el maestro Víctor Golovin.

Aquí hay tradición y hay que estar orgullosos. Somos picapedreros…Y trabajamos la piedra como hace trescientos cuatrocientos años, qué digo, como hace un milenio. Tenemos los mismos instrumentos: picas, hierros (en Costa Rica diríamos: puntas, cinceles, buchardas). Al igual que nuestros abuelos lo hacemos todo a mano. En los reglamentos así se dice: cumplir los trabajos de restauración con técnica vieja”. En este campo hay muchos aprendices y nuevos diplomados porque el trabajo es grande e interesa a las comunidades y al Estado soviético en general no sólo la labor restauradora, sino la construcción de nuevas obras, algunas verdaderamente monumentales, como las dedicadas a los héroes de la Segunda Guerra Mundial. Ocurre los mismo que en el resto de Europa Occidental, sobre todo en España, Francia e Italia, donde hay tantas obras construidas en piedra como el Escorial, la catedral de Burgos, la de Nuestra Señora de París, la de Chartres y la de la Colonia, para mencionar unas pocas. Allí también los maestros canteros no dan abasto en su labor de verdaderos creadores y recreadores de belleza imperecedera en uno de los materiales más nobles que hay.

Todo lo anterior vienen a cuento de un movimiento que se ha producido en

Cartago en estos días y que suele producirse con cada generación para echar abajo la Parroquia de piedra o más concretamente, los muros que no llegaron a coronarse a consecuencia del terremoto de 1910. Es sintomático que ahora sean los jóvenes los que eleven el clamor para derruir lo que las generaciones padas levantaron con tanto

sudores, devoción y amor porque si aquí en la URSS, donde se arrasó con todo lo que se tuvo por caduco y propio de tiempos tenebrosos, dedican ahora tantos esfuerzos y dinero a reconstruir y mantener todas las obras que consideran tesoros artísticos, cómo es posible que en nuestro país haya quienes, so color de modernistas y de revolucionarios o siquiera de renovadores, clamen en la prensa pidiendo que se echen abajo los vetustos y venerables muros de “La parroquia”, precisamente la única obra que simboliza el carácter de una generación en su empeño casi heroico por levantar un templo de líneas sobrias y elegantes, que pudieran servir de testimonio de anhelos y de su actitud cristiana ante la vida? Desde aquí me uno a los que se han opuesto a tal desafuero cultural. Soy hijo de cantero, de aquellos viejos maestros que trabajaban con amor la piedra morena arrancada de nuestros tajos para dejarnos obras como “La parroquia” de Cartago, Colegio de Señoritas, la ya desparecida Biblioteca Nacional y, por encima de todas, El teatro nacional, orgullo del país y tesoro artístico inapreciable. Mi padre luchó siempre por que se terminara “La parroquia”, pero siempre surgió el espectro de un nuevo terremoto para impedirlo: estos muros son bellos y deben ser conservados. Los pueblos necesitan tener algún símbolo que suscite en ellos la vivencia de los trascendente, sea como heroísmo, como pura belleza, como sentimiento de lo divino, como unidad de un destino que se va manifestando y realizando a través del tiempo no otro es el valor de los monumentos levantados a los héroes como el Arco del Triunfo en París, El Partenón, las catedrales medievales o como nuestra parroquia de piedra donde cuelga la campana que anunció a nuestros mayores el amanecer de la Independencia nacional.