Andrea Leitón Redondo
Este artículo hace un análisis del libro VI del Contra Celso del padre de la Iglesia Griega Orígenes de Alejandría, dicha obra evidencia la alta influencia de la filosofía platónica sobre el autor y cómo éste integró algunos postulados filosóficos a su propuesta, pero también el uso que hace de la doctrina paulina referente a la mujer, para formular un ideal femenino que resistiera los ataques de los adversarios del cristianismo.
filosofía patrística, mujer, platonismo.
Abstract: This paper analyzes the book VI of the Contra Celso of the father of the Greek Church Origins of Alexandria, this work demonstrates the high influence of the Platonic philosophy on the author and how he integrated some philosophical postulates to his proposal, but also the use that makes of the Pauline doctrine concerning women, to formulate a feminine ideal that would resist the attacks of the opponents of Christianity.
Autor/ Author
Andrea Leitón Redondo Universidad de Costa Rica ORCID ID: 0009-0005-
Recibido: 23/02/23 Aprobado: 15/05/23 Publicado: 17/03/24
La figura de Orígenes de Alejandría resulta ser una de las más trascendentales dentro del cristianismo, ya que es uno de los primeros pensadores que reconocen en la filosofía una herramienta vital para darle sustento al nuevo movimiento religioso, que en la época enfrentaba importantes ataques en virtud de su juventud y poca sistematicidad (la poca con que contaba el cristianismo) y porque también estaba luchando por arraigarse en un terreno dominado mayoritariamente por el judaísmo y el helenismo, sin dejar de lado la fuerza cultural que traía inercialmente el Imperio Romano.
Con el alejandrino, por una parte, podría decirse, nace el
intento de asimilar, dentro del movimiento cristiano, la tradición platónica a través de Filón y que se refleja en la obra origenista y, por otra, le viene el insumo dado por la doctrina paulina, columna vertebral del cristianismo.
Dentro de todas las temáticas desarrolladas por Orígenes, una de ellas es de interés directo para la investigación, a saber, el papel que juega la mujer, que es concebida como «problemática» en la tradición judía y pagana, su debilidad natural arrastra al hombre, situación que debe ser regulada en el cristianismo. Mediante el ascetismo, el celibato y el martirio, se logrará controlar a las mujeres propensas a la concupiscencia, es decir, el ideal de perfección girará en torno a la capacidad femenina para someter su cuerpo.
El presente escrito busca comprender, en primer lugar, la influencia paulina; en segundo lugar, la influencia filosófica platónica y, en último lugar, cómo lo anterior contribuyó a la conformación de un ideal femenino que le fuera útil al cristianismo y que, lejos de ocasionarle dificultades, más bien le colaborará en su lucha por hacerse un espacio en medio de las arraigadas corrientes de pensamiento de la época.
Posicionar al recién nacido cristianismo dentro de una estructura claramente judía -por un lado- y grecorromana -por otro-, no fue tarea fácil para los pensadores del nuevo movimiento religioso que, además, luchaban con otros subgrupos de la misma corriente (gnósticos y seguidores de Santiago el hermano de Jesús). Ante tal coyuntura, aparece Orígenes de Alejandría1 quien intentará zanjar las diversas problemáticas que se suscitaban, haciendo uso de la filosofía griega (especialmente la platónica) como un instrumento que permitiera la comprensión de los textos sagrados, estos dos elementos permitieron que formulara las bases de su doctrina. Uno de los puntos discutidos por el alejandrino consiste en que las Sagradas Escrituras poseen un triple significado: el somático, el psíquico y el espiritual; esto lo lleva a establecer una relación con el hombre que es un compuesto tripartito: cuerpo, alma y espíritu (Abbagnano, 1973, 255). Es necesario reconocer que para hacer exégesis de las Escrituras, se debe distinguir el significado literal (corpóreo) del significado alegórico (espiritual), teniendo en cuenta que el primero cederá al
Así, pues, la divina sabiduría, en cuanto es distinta de la fe, es el primero de los que se llaman carismas o dones de Dios; el segundo después de ella es la llamada gnosis o ciencia que se concede a los que saben puntualmente estas cosas; y el tercero es la fe, pues también han de salvarse los sencillos que se acercan según sus fuerzas a la religión (Contra Celso VI, 13).
segundo, puesto que existe una superioridad en cuanto a conocimiento se refiere:
Tal superioridad se fundamenta en el hecho de que no todos los creyentes asumen el mensaje de la misma forma, ni con el mismo compromiso, pero es necesario que todos accedan, incluso los «simples» como él denomina a quienes recurren de una
forma ciega al sentido literal.
Hecha la aclaración sobre los niveles de conocimiento y la justificación de la existencia de los mismos, Orígenes inicia su arduo camino exegético de los textos sagrados, aplicando como podrá verse elementos de la filosofía platónica, a los contenidos de las escrituras para blindarlos de los ataques y para robustecer la doctrina cristiana.
Orígenes toma el relato de la creación del Génesis y lo plantea desde la filosofía, como un acto de bondad de la divinidad, así tenemos a Dios que es la sustancia espiritual absoluta e inmutable, el Uno primitivo y la fuente de vida y, por tanto, el principio que no ha sido nunca creado ni procreado, de él brotan a su imagen y semejanza las mentes libres, solo una de ellas se mantuvo adherida al Logos, para posteriormente unirse hipostáticamente, el resto se distribuyeron en distintos círculos que representan los niveles de alejamiento de Dios: las jerarquías angélicas, el diablo y los demonios y, por último, las que llegarían a ser humanas (Trevijano, 2001, 176). Dicho de otra forma, Orígenes sugiere que, por libre elección, los ángeles, los demonios y las almas aparecieron en la creación divina.
Debe rescatarse lo que para Orígenes significa la libertad de las naturalezas, porque esto conduce a uno de los puntos medulares en toda su propuesta: el libre albedrío, que constituye una novedad frente al relato tradicional de la creación, en el cual tal posibilidad es inexistente. El alejandrino más bien considera que Dios ve como una oportunidad de corrección y de educación progresiva la creación de este mundo y de los cuerpos humanos (Contra Celso VI, 55).
Ahora bien, el cuerpo funciona como un recordatorio para el alma, puesto que es su castigo por haberse alejado de la divinidad, pero eso no quiere decir que está imposibilitada para regresar, al contrario, la añoranza por el retorno hacia ese estado de perfección dará lugar a la apocatástasis o restauración universal (Contra Celso VI, 56).
Tal propuesta de interpretación origenista para el relato de la creación, resulta
En el Génesis no se habla para nada de un alma, y mucho menos que sea preexistente. La falta de Adán es un hecho acaecido en este mundo. Para nuestro autor en cambio el alma tiene ya un sentido platónico o neoplatónico, distinto a la visión bíblica del hombre; la falta es transhistórica, transmundana. El hombre es el fruto de una caída que es algo muy distinto a una expulsión ocurrida dentro de nuestro mundo.
novedosa y de alguna manera escandalosa, al respecto señala Dussel (1974, 82):
De inmediato saltan varios puntos, a saber: hasta ese momento, el cristianismo había asumido el relato creacionista tal y como aparecía en el Génesis, ahora con la interpretación de Orígenes cambia el modo de entender el mensaje bíblico, pues la caída se produce de un «mundo anterior» al «mundo material»; hablar de un alma preexistente transforma la concepción de ser humano, ya que este buscará deshacerse de las ataduras del cuerpo, liberar su alma y retornar a la presencia divina;
y, por último, deja claro que todo lo anterior se debe a un asunto de elección, es decir, el ser humano es quien finalmente decidió someterse a todo este proceso, y no depende de nadie más que de sí mismo para mejorar o mantener su condición (Contra Celso VI, 63).
El Logos es el orden racional del mundo, la fuerza que determina su unidad y lo dirige. Precisamente como tal, se distingue de Dios. Solamente el Padre es el Dios en sí: el Logos es la imagen y el reflejo de Dios. Es distinto del Padre «por la esencia y el sustrato» y dejaría de ser Dios sino contemplase continuamente al Padre. Por esta naturaleza suya subordinada, el Logos ha recibido del Padre el encargo de penetrar en la obra de la creación y de infundirle orden y belleza. Pero, en segundo lugar, el Logos vive en los hombres que participan todos de él: aun permaneciendo idéntico a sí mismo, el Logos se adapta a los hombres y a su capacidad de llegar hasta él y se reviste de formas diversas, según aquellos que se acercan a conocerle, esto es, según su disposición y capacidad de progreso. El Logos es, pues, la fuerza inmanente que diviniza el mundo y al hombre. En la misma medida en que se acerca al mundo y al hombre para penetrarlos y volverlos a conducir a la perfección originaria, se aleja del Padre (Abbagnano, 1973, 257).
El alejandrino sí deja en claro que, por sí solo, el ser humano no retornará a Dios, necesita de un intermediario que lo conduzca hacia ese estado de perfección primigenio, el Logos es quien tiene esa misión: en primer lugar, Orígenes atribuye al Logos la misma función que le atribuían los estoicos:
Por lo anterior, se justifica la encarnación, pues la aceptación por parte del hombre (es decir, la fe en Cristo), es el primer paso del camino ascendente hacia la contemplación, para acoger con mayor perfección la venida espiritual que el misterio de la encarnación ofrece en adelante a todos los hombres (Trevijano, 2001, 177). Esto permite comprender mejor que el hombre es imagen de Dios, aunque posea un alma caída y que puede alcanzar la divinización participada del alma siguiendo el Evangelio (Dussel, 1974, 84). Por ello, la división tripartita del hombre adquiere un sentido más claro: el cuerpo es la materialización de una culpa, el alma es la naturaleza y el espíritu es la participación misma de la vida divina (Sobre los principios IV, 2, 4).
Orígenes buscó incansablemente situar al cristianismo por encima de las doctrinas dominantes del momento, a saber, el judaísmo y el helenismo, incluso, luchó hacia el interior del mismo cristianismo contra de los gnósticos.
Para lograrlo necesitaba ofrecer una perspectiva novedosa que atrajera adeptos, es decir, debía proporcionar una opción que superara a las corrientes con las que estaba rivalizando, cómo podría hacerlo, si tanto el judaísmo como el helenismo, se encontraban arraigados en la mentalidad de sus seguidores, arrancar muchos siglos de creencias no es una tarea que se logre de la noche a la mañana.
Además, fundamentar sus verdades de fe recurriendo tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento, le estaba costando caro ya que eran el blanco de ataque, sus otros oponentes criticaban que no existiera una secuencia entre lo dispuesto en el Antiguo
Testamento y lo estipulado en el Nuevo Testamento, las diferencias eran evidentísimas: escritos en lengua distinta y con mensajes que discrepan, solo por mencionar dos de las problemáticas en las que se hallaban (von Campenhausen, 2001, 54).
Allí en tiempos de Jesús y Pablo, el filósofo judío Filón había tratado de demostrar en sus numerosas obras escritas en griego que su religión hebrea podía ser expuesta y entendida en los términos de la filosofía griega, justificándola ante el tribunal de la razón.
Filón de Alejandría había dado inicio a un intento de reconciliación entre el helenismo y el judaísmo, tal y como lo indica Jaeger (1965, 59):
Por supuesto que tal intento le fue de gran utilidad al cristianismo, principalmente a la escuela de Alejandría, pues Clemente y Orígenes, como herederos de Filón, aprovecharon para iniciar el allanamiento del camino. El paso a continuación era incorporar exitosamente el trabajo greco-judaico filoniano al cristianismo urgido de bases sólidas para su fundamentación. Por tal razón el alejandrino dedicó casi toda su vida al estudio de las Sagradas Escrituras y se le reconoce su monumental trabajo con las hexaplas2, como el primer intento de establecer un texto crítico del Antiguo Testamento y a la vez fue el método para ponerlo a salvo de sus detractores. La revisión erudita del alejandrino permitió dilucidar que las Escrituras poseen tres significados: literal, histórico y espiritual (que también tienen relación con la división tripartita del hombre) pero que el fin de las mismas es que las comprendan desde su significado espiritual. Esto justifica que recurriera a las explicaciones alegóricas para conseguirlo, otros pensadores bíblicos ya habían recurrido a tal técnica, entre ellos Pablo de Tarso, el cual fue concebido como un maestro de exégesis bíblica.
Al resolver la dificultad que el Antiguo Testamento representaba, a continuación
debía solucionar el conflicto que se hallaba en el Nuevo Testamento, la doctrina paulina fue su guía para llevar a cabo esta otra tarea.
Según Orígenes, en Pablo se encuentran ejemplos de interpretación bíblica paradigmáticos, identifica versículos de sus cartas como reglas de interpretación, lo cual conduce al autor a aseverar que Pablo es un ejemplo de hombre espiritual que accede al contenido espiritual de la Escritura (Fernández, 2013, 610).
Puesto que, como será evidente para los lectores, la coherencia es imposible en lo que se refiere a la letra, mientras no es imposible, sino además verdadero el sentido principal, hay que esforzarse para comprender todo el sentido, conectando inteligiblemente el significado de lo que es imposible según la letra con lo que no solo es imposible, sino que, según la historia, es también verdadero, lo que se comprende de modo alegórico junto con aquello que no ha sucedido en la letra. Pues, acerca de toda la divina escritura, se nos presenta que toda ella tiene sentido espiritual, mientras no toda tiene sentido corporal. Pues en muchos lugares se demuestra que es imposible lo corporal (Sobre los principios IV, 2, 6).
Para sustentar lo anterior, el alejandrino recurre a 1 Cor. 2,13 en donde Pablo exhorta a comparar las realidades corpóreas con las realidades espirituales, pues pretender que exista coherencia en los escritos es imposible y no sería una medida apropiada, la sabiduría humana no es equiparable a la sabiduría espiritual:
De esta forma Orígenes asesta un golpe a sus adversarios, pues les demuestra que la Escritura sí es coherente consigo misma, pero sí se recurre a confrontar a nivel espiritual no a nivel de la letra.
Otro de los versículos que resulta esencial es 1 Cor. 10, 1-13 porque, según el alejandrino, Pablo proporciona un modelo para interpretar los libros de la Ley, no solo relata el paso del pueblo judío por el desierto, sino que ofrece una regla que se debe aplicar sistemáticamente a la interpretación del Antiguo Testamento (Fernández, 2013, 612), interpretación fundada en la espiritualidad paulina, que tiene como base lo expresado en Rom. 7,14: “sabemos en efecto que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado”. Por eso asumir las Escrituras en sentido literal no permite en el caso del Antiguo Testamento, salvar a los textos de los ataques de los adversarios, al aclarar que la ley es espiritual y que, por lo tanto, los relatos poseen un sentido alegórico, funciona de tal manera que el Nuevo Testamento ahora es concebido como una herramienta de mejor comprensión para aproximarse al Antiguo Testamento. Claramente lo anterior provocará que algunos escojan a uno por encima del otro, en este caso, que dejen de lado las viejas Escrituras por complejas y que tomen las nuevas por sencillas y accesibles.
El autor visualiza tal escenario y de inmediato corrige indicando otro texto
paulino: “toda escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tim. 3, 16-17); con esto termina por resolver la crítica de la inutilidad de algunos textos bíblicos, el carácter inspirado de los mismos, los convierte automáticamente en un beneficio para el lector, así logra establecer un principio hermenéutico: todo texto bíblico es útil.
Finalmente eso lo conduce a concluir porqué Pablo es el modelo (Fernández, 2013, 621): en su persona se haya quien ha recibido el don del Espíritu, es quien mediante la ejercitación, la aplicación y la constancia ha logrado comprender la Escritura (Contra Celso VI, 70).
Como se sabe, el judaísmo ofrecía un modelo de mujer claramente definido en los libros del Génesis y del Levítico: nacían y morían sujetas al dominio masculino, vivían confinadas en sus casas y no contaban con la mínima posibilidad de cambiar tales condiciones.
Por su especial predilección hacia los pobres, Jesús no dudó en desafiar todas las prohibiciones
Al aparecer la figura de Jesús y con él un cambio en la manera de relacionarse con los otros, la mujer inicia un camino en el cual es partícipe activa del nuevo movimiento que nace con el galileo, como lo atestiguan múltiples fuentes, los apóstoles no fueron los únicos acompañantes, también habían mujeres, lo cual resulta escandaloso en el sentido que no se apegaban al tipo de mujer configurado por el judaísmo:
legales para dirigir su mensaje a las mujeres, hasta el punto de aparecer inmoral o como escandaloso. En oposición a la actitud rabínica, Jesús toca la mano de la suegra de Pedro; no rechaza a la hemorroísa. Pero sobre todo –mientras que para los judíos era impensable enseñar la ley a las mujeres o, incluso, conversar libremente con ellas o aceptar su servicio- Jesús da el espectacular ejemplo de lo contrario con su familiaridad con las hermanas Marta y María; resultaba inaudito para cualquier judío entrar en una casa donde vivieran dos mujeres solas. Jesús hace tambalear todos esos prejuicios y tabúes, a veces incluso ante la sorpresa de sus propios apóstoles, sorprendidos por el ejemplo de ver hablar al Maestro cara a cara con la samaritana. Recuérdese su actitud, chocante para los fariseos hacia la mujer adúltera o hacia la prostituta arrepentida. De igual modo, en sus enseñanzas mediante parábolas, trataba a menudo a mujeres y generalmente de las más pobres (Aubert, 1976, 24).
Que Jesús les diera tal importancia a las mujeres judías y que las incluyera en su ministerio, tuvieran buena o mala reputación, es síntoma de que en verdad estaba interesado en ellas y que se había adjudicado la función de darles respuesta a sus hondas expectaciones religiosas.
Pero, además, tal comportamiento constituía la base para que las mujeres iniciaran una búsqueda de igualdad con respecto a los hombres dentro del contexto religioso que les había sido vetado. Por supuesto que eso generó la incomodidad de algunos de los seguidores del galileo y, evidentemente, se desataron conflictos a lo interno del movimiento. Valga indicar que hasta este punto estamos hablando de un escenario completamente judío.
Luego, al entrar en escena Pablo de Tarso, y asumir el proyecto del Cristo celeste, debía buscar la forma de integrar exitosamente toda la doctrina del Maestro y que nada ni nadie quedaran excluidos, pues la idea era que esta nueva propuesta religiosa incluyera a todos y ganara cada vez mayor número de seguidores justamente por ese carácter innovador (en virtud de la inminencia de la restauración de Israel).
A lo largo de las epístolas paulinas se rastrea un giro con respecto a la mujer: si bien no volverá a estar sujeta completamente a lo estipulado en el Antiguo Testamento, sí tendrá que seguir ciertas disposiciones, dicho de otra forma, dejará de ser una mujer judía para convertirse en una mujer cristiana, lo cual indica que continuará sometida al orden estipulado por los varones.
Pablo apuntará especialmente a exhortar a las mujeres a que renuncien al matrimonio y, en caso de llegar a enviudar, lo recomendable es no volver a casarse. Debemos recordar que la Ley judía tenía un plan de vida para sus mujeres: matrimonios arreglados, divorcios condicionados y, si la viudez llegaba antes de tiempo, habían establecido un procedimiento a seguir (Dt. 24, 1-4; 25, 5-10; 1 Tim. 5, 2-16; Rom. 7, 1-3; 1 Cor. 7, 2-15). Por nada del mundo una mujer en el mundo judío debía quedar sola o desamparada, el pueblo de alguna manera era responsable de ella.
Escoger una vida célibe, libre de las demandas matrimoniales, de la maternidad y de las cargas que conllevaba ser mujer en el ambiente judío, fue la «novedad» ofrecida para las mujeres cristianas, por supuesto que los varones también eran invitados a seguir el mismo camino, pero ellos no percibían los «beneficios» como sí lo hacían las mujeres.
La formulación a la que recurrió Pablo para comenzar a abrirse paso entre los adversarios, fue señalar que en el cristianismo todos son iguales y que no hay distinción: “[…] ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo” (Gál. 3, 28). Una doctrina que presenta una igualdad ante los ojos de la divinidad cuando venga el Reino, en medio de creencias en las cuales las mujeres son lo peor, resultó llamativa y si se agrega que ofrece la posibilidad de liberarse de los deberes impuestos, aún más interesante es optar por seguir esa nueva lectura de la Torá que ofrece condiciones favorables para el sector femenino en una época de excepción3 (es decir, de restauración).
Lo anterior le valió a Pablo ser considerado un personaje que trastoca y arruina matrimonios, porque al iniciar las conversiones hacia el cristianismo como secta judía, las mujeres que se sometían a tales procesos, terminaban abandonando sus planes matrimoniales o se alejaban de sus maridos4. Por supuesto que ante tales situaciones amenazantes del orden familiar, social, político, religioso y cultural, las reacciones no se hicieron esperar y se produjo una disputa por restablecer el orden e instaurar controles a las mujeres disidentes a fin de restaurar la convivencia.
Como Pablo «incitó» a que las mujeres renunciaran a cumplir las obligaciones (maritales, maternales y de la casa en general) y en su lugar optaran por acogerse a una vida ascética, célibe y de entrega a Cristo, los padres de la iglesia fijaron precisamente la figura de Cristo como un ideal por alcanzar. Hombres y mujeres podían trabajar para conseguirlo, pero a las segundas se les iba a dificultar más: su condición de mujeres y toda la carga que eso conlleva les exigiría mayor esfuerzo, mayor entrega y mayor sacrificio. Para ser como Cristo, hay que ser hombre, pero si se es mujer, el único medio por el cual se consigue es apropiarse de las características distintivas de los varones y anularse como mujeres, de ahí que se diera el nacimiento del concepto mulier virilis muy utilizado en el periodo patrístico (Pedregal, 2005, 146; Schüssler, 1989, 335). Pareciera que ante la necesidad de mantener normados los espacios, tal propuesta fue la mejor salida: retomar principios tanto judíos como paganos y mezclarlos con lo que el cristianismo paulino ofrecía, para obtener un producto más o menos original que pregonaba ser el prototipo de mujer que el cristianismo necesitaba.
Además, el nuevo movimiento religioso aspiraba a presentarse como una opción
respetable en medio de lo arraigados que estaban tanto el judaísmo oficial de la época como el helenismo. Los cristianos ya habían librado batallas por múltiples señalamientos hacia sus doctrinas, en cuenta, que se les conociera como una religión de mujeres, rasgo que resultaba perjudicial: “[…] ya era motivo de desprecio y burla para los paganos el hecho de que el cristianismo fuera una “religión de mujeres, niños y esclavos”, individuos que eran social e intelectualmente inferiores” (Marcos, 2006, 37). Ante tal panorama, el cristianismo se veía en la obligación de transformar la concepción de las mujeres que eran seguidoras, es decir, ya no podían continuar con la labor de transmisión de enseñanzas, debían dar un giro en el que su función se concentrara en alcanzar a Cristo como ideal. De ahí que las mujeres iniciaran un proceso en el que identificaban la suma perfección con la virginidad o la abstinencia
sexual, condiciones que atentaban en contra de las funciones que tradicionalmente se les había asignado.
En los primeros siglos de la religión, el ascetismo era la vida más santa para un cristiano. Estos cristianos intentaban vivir no para este mundo, sino para el venidero. Sus metas eran el crecimiento espiritual y el progreso moral, cultivados por la oración, las obras de caridad y la inmersión en las Escrituras por medio del estudio y la discusión. El crecimiento espiritual requería también la negación de los apetitos carnales que, se creía, encadenaban el alma a la tierra y evitaban que se acercarse a Dios. El ascetismo suponía la negación de las necesidades corporales de alimento, agua, sexo, limpieza, y de dormir el máximo posible. Algunos hombres griegos, romanos y hebreos habían ensalzado el ascetismo y seguido esa vía, pero el ascetismo cristiano fue todavía más allá. Enaltecía no sólo la continencia sexual, sino la virginidad sexual […] al igual que los hombres, estas mujeres abandonaron sus cometidos tradicionales y se dedicaron a una vida de celibato y devoción piadosa.
Como se ha dicho, las mujeres iniciaron un camino en el que buscaban ser dignas de pertenecer al cristianismo, ya no bastaba únicamente con reproducir las enseñanzas del galileo, sino que ahora debían ser como él, por tal razón, la opción de una vida en la que renunciara a los bienes materiales y se conservaran castos, resultó ser una vía con la cual se sintieron identificadas5 al respecto señalan Anderson y Zinsser (2015, 97):
Aquellas que voluntariamente se acogían a la virginidad, debían permanecer en sus casas, bajo la tutela de la familia, preferiblemente de la madre, por compañera tenían a la soledad, pues no podían mantener relación con nadie, ni con los de su propia casa, excepto su madre, tampoco debían asistir a ninguna actividad que las distrajera de su recogimiento (Pedregal, 2005, 156).
Renunciaban, además, a las comidas, someterse a ayunos prolongados contribuía a que el cuerpo se limpiara de las impurezas que los alimentos podían transmitirles, pues algunos de estos (como la carne o el vino), les exaltaban los ánimos. Con el tiempo, las consecuencias inmediatas eran una delgadez extrema (lo que en la actualidad denominaríamos anorexia) y trastornos en el periodo menstrual (amenorrea). Es significativo el hecho de que en una mujer desaparezca la menstruación, por lo que representa para ella y lo que la distingue del hombre, pero en su elección resulta ser un obstáculo, pues le recuerda su femineidad, cuando lo que busca es la anulación de la misma (Pedregal, 2005, 156-157).
A tales renuncias se le suma la interrupción de los ciclos de sueño para orar y el descuido de la apariencia física en general, pues el objetivo era que desapareciera cualquier indicio de rasgos que fueran llamativos. Como puede verse, las mujeres atravesaban un proceso de total negación de su condición, pues era el único medio por el cual conseguirían merecer a Cristo6.
En el caso de las mujeres que fueron martirizadas, las benefició en el sentido de
que eran admiradas y respetadas, pues al mostrar que estaban dispuestas a entregar
El ejercicio de protesta rompía también con los moldes tradicionales en los que ellas estaban inmersas: matrimonio, cuidado de los hijos, sumisión al marido y ausencia de la vida pública y de iniciativas que traspasaran el umbral del hogar […] las mártires ejercían su derecho a ser autónomas, negándose a cumplir actividades contrarias a su fe, confesándose cristianas y abandonando sus obligaciones terrenas (Torres, 2005, 192).
la vida por su fe, les acarreó una enorme devoción entre los fieles cristianos. Algunos vieron en la actitud de estas mujeres cierto aire de protesta, porque se atrevían a aceptar públicamente su elección religiosa, a pesar de los deseos de sus familias, a su vez representaba la ruptura con las imposiciones tradicionales, pues ya no estaban sujetas al padre o al marido, sino que ahora respondían a Cristo como el nuevo señor a quien debían rendir cuentas:
Uno de los primeros tratos vejatorios es despojarlas en público de sus vestidos. La desnudez es interpretada como un castigo en sí mismo, pues si el cuerpo de una mujer casta debe mantenerse siempre al abrigo de todas las miradas, por el contrario, un cuerpo mostrado abiertamente es signo de accesibilidad sexual, y en el mundo grecorromano ésta se asocia con la prostitución […] tal acto las despoja de sus signos externos y, por tanto, las excluye del grupo de las mujeres respetables, y en consecuencia, se ataca una de las virtudes más apreciadas en ellas: el pudor (Pedregal, 2000, 290).
Negarse a cumplir con el papel que tradicionalmente habían desempeñado las mujeres significó una clara amenaza a la estabilidad y continuidad de la estructura familiar, que inmediatamente se vería reflejada en la sociedad, de ahí la reacción tan hostil y las torturas a las que fueron sometidas para que se retractaran y volvieran a ocupar su lugar:
[…] desde la interpretación cristiana, puesta en la boca de las mujeres, la desnudez es un paso más en su propósito, el primer síntoma de la disociación entre su cuerpo y su mente; y la belleza un rasgo de su feminidad que debe ser destruido como signo de rechazo al mundo e inicio de la vía de perfección […] el ideal estético de la fealdad, que tiene su referente inicial en la Magdalena penitente, forma parte de la negación del cuerpo femenino y tiene su continuidad, más allá de las torturas de las persecuciones, en la convicción imperativa de afear el rostro y en los rigores ascéticos que ponen fin a la belleza deslumbrante (Pedregal, 2000, 291).
La violencia a la cual eran sometidas les servía de oportunidad para demostrar su temple, ante quienes deseaban el desfallecimiento de las transgresoras, podría catalogarse de despiadado, sí, pero constituía el momento idóneo para acercarse más a Cristo, pues ese era el objetivo, mostrar que no solo podían ser viriles, sino también dignas y si debían ofrecer su cuerpo para alcanzarlo, este servía de garantía:
Esto muestra que la mujer al someterse voluntariamente a tales vejaciones, dejaba en claro su deseo de suprimir por completo su naturaleza, convertirse en un varón renunciando a las demandas impuestas por la tradición, pero adecuándose a las nuevas necesidades y al contexto en el que estaban insertas.
Por lo anterior, podría decirse que el cristianismo, en medio de las luchas que libraba, ofreció tanto a hombres como a mujeres la idea de una igualdad; ante tal posibilidad, la mujer debía someterse a una serie de requerimientos, que de entrada resultaron ser atractivos, porque podía renunciar a la heredada doctrina judía, en la que no pasaría de ser esposa y madre. Ahora, en cambio, tenía acceso a las enseñanzas cristianas y a la vez alcanzaba la oportunidad de socializarlas, preferiblemente si se apegaba a un molde original que no guardaba relación con el modelo hebreo, concebido como restrictivo.
En el caso del cristianismo el cuerpo está separado del alma y habita en él como si estuviese en un espacio oscuro y sucio, al que hay que limpiar continuamente para no contaminarse. De ahí que la renuncia a la sexualidad y a la maternidad llegaba a ser elección decisiva para poder conservar una virginidad inmaculada, situación que implicaba además la privación de comer carne, beber vino y de todo aquello que se relacionara con la oralidad […] de esta manera, se podía llegar al objetivo más importante del pensamiento cristiano sobre el cuerpo, que fue no solo su dominación sino su transformación, acción que no se contemplaba en el pensamiento pagano y que tiene su explicación en la visión del cuerpo como enemigo por parte los cristianos de la época (Hidalgo, 1993, 231-232).
Los requerimientos básicamente tenían que ver con todo lo referente a la sexualidad, que a su vez guarda estrecha relación con lo que representa el cuerpo para los cristianos –un obstáculo-, de ahí que se justifique el desprecio y la valoración negativa que en adelante pesara sobre él y porqué la búsqueda incesante de un estadio superior que libere el alma de su carcelero:
El papel de las mujeres girará en torno a la toma de conciencia de poder elegir libremente un modelo de vida alternativo a lo ofrecido oficialmente por el judaísmo o el helenismo, aunque tuviese que renunciar a su naturaleza humana, a cambio obtenía una nueva autonomía (7), aunque eso significara alterar dos de las estructuras básicas de la sociedad de su tiempo: la familia y la religión.
Orígenes, al ser un conocedor de la filosofía platónica, no pudo evitar tomar categorías prestadas para hacer una apología utilizando a Platón, como un representante que estaba más cerca del cristianismo que del helenismo, así fue como combatió a Celso y a su Discurso Verdadero en el que desacreditaba al movimiento cristiano.
La enorme cantidad de referencias origenistas hacia Platón le costaron que se le señalara como hereje, pues logró empatar la doctrina cristiana con muchos de los postulados platónicos, cosa que resultó ser escandalosa, pero a la vez fue efectiva porque el objetivo era que el cristianismo contara con una sólida base, con la cual lograra defenderse de los constantes ataques, sin la filosofía difícilmente podría sostenerse y Orígenes fue consciente de ello.
Lo esbozado por Orígenes especialmente en el libro VI del Contra Celso es muestra de cómo logró convertir postulados paganos a planteamientos cristianos, que iniciaron la formulación de la antropología cristiana y que marcará para siempre a sus sucesores, pues ya no se podrá nombrar al cristianismo a secas, sino que lo atraviesa una importante cuota de platonismo, por lo que sería más apropiado referirse a un cristianismo platonizante.
Las constantes alusiones al dualismo al que el ser humano y el mundo están sujetos son la muestra de que los cristianos no superaran la división de la cual son objeto y que pesará sobre ellos para siempre, con Pablo se habían dado los primeros pasos, pero con Orígenes se terminará el aterrizaje de tal idea.
[…] Dios puso como escondrijo las tinieblas […] con lo que quiso dar a entender la Escritura que es oscuro e incognoscible lo que dignamente pudiera pensarse de Dios, como quiera que Él mismo se esconde entre tinieblas de los que no pueden soportar los esplendores de su conocimiento ni verlo a Él mismo, ora por causa de la impureza del espíritu, ligado que está al cuerpo de humillación humano, ora por su misma limitada capacidad para comprender a Dios (Contra Celso VI, 17).
Un ejemplo de ello se halla en cómo el alejandrino concibe lo indignos que son los seres para contemplar a la divinidad, pues están atados al cuerpo que es un impedimento y hasta no ser superado, no podrán retornar a su antiguo estado de perfección:
Cualquier alma que, en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero cuando, por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra (Fedro 248c).
Tal dualidad obliga al hombre a superarse a sí mismo, debe ejercitarse de manera que ponga su alma por encima del cuerpo, hasta aquí aunque se habla de la propuesta origenista, es inevitable ver las similitudes con el pensamiento platónico, el cual sostiene que:
Tanto Platón como Orígenes coinciden en que las almas deben ser capaces de controlar sus tendencias, para no alejarse de la búsqueda de perfección, de lo contrario, cuanto mayor sea su distanciamiento recibirán como castigo un cuerpo que les dificultará alcanzar el estado primigenio, es decir, gozar de la presencia de la divinidad.
Como se sabe, el cuerpo (República VII, 518-519b) tiene en Platón una connotación negativa, porque recuerda lo contingente, lo débil, lo susceptible, lo limitado y lo perecedero; es por esto que funge como una cárcel, que encierra al hombre y lo condena al mundo material. De esta forma obliga al hombre a demostrar que es capaz de alcanzar el conocimiento, el cuerpo es un impedimento y dependiendo de la cantidad de culpa por haber perdido la racionalidad, así deberá esforzarse para ganar la prueba que en este caso, tiene que ver con superar su cuerpo. Esto conduce a las
Todos los varones cobardes y que llevaron una vida injusta, según el discurso probable, cambiaron a mujeres en la segunda encarnación. En ese momento, los dioses crearon el amor a la copulación, haciendo un animal animado en nosotros y otro en las mujeres de la siguiente manera. Perforaron el conducto de salida de la bebida en dirección a la médula […] allí donde evacúa el líquido que ha recibido y que fue comprimido por el aire a través del pulmón y los riñones hasta la vejiga. La médula, tras ser animada y haber recibido ventilación, infunde un deseo vital de expulsar el fluido al conducto por donde se ventila y lo hace un Eros [amor] de la reproducción. Por ello, las partes pudendas de los hombres, al ser desobedientes e independientes, como un animal que no escucha a la razón, intentan dominarlo todo a causa de sus deseos apasionados. Los así llamados úteros y matrices en las mujeres […] les ocasiona, por la misma razón las peores carencias y les provoca variadas enfermedades, hasta que el deseo de uno y el amor de otro, como si recogieran un fruto de los árboles, los reúnen y, después de plantar en el útero como en tierra fértil animales invisibles por su pequeñez e informes y de separar a los amantes nuevamente, crían aquellos en el interior, y, hasta hacerlos salir más tarde a la luz, cumplen la generación de los seres vivientes. Así surgieron, entonces, las mujeres y toda la especie femenina (Timeo 90c-91d).
diferentes posibilidades que enfrenta el alma, antes de regresar al ansiado estado de perfección, pues según la propuesta platónica, en primera instancia le correspondería un cuerpo de hombre, si no logra dominarlo, es degradado a un cuerpo de mujer (que es un peso extra, porque la corporeidad femenina implica una mayor cantidad de trabajos) y, por último, si tampoco consigue someterlo, degradará en un animal:
Nótese lo señalado por Platón: las mujeres naturalmente tienen una predisposición hacia el deseo y la procreación, eso las hace incitar a los hombres, de ahí que se le endilgue a la mujer que ella es la provocadora e incluso quien impide que el varón avance o progrese en su superación.
Lo anterior explica por qué Orígenes y el cristianismo rechazan la sexualidad humana, ella es la desviación del alma hacia el camino a la divinidad y la mujer es la principal distractora, pues no discierne con claridad lo que es bueno de lo que es malo. Asimismo, se entiende la exhortación origenista hacia la práctica del ascetismo, del martirio y de la castidad, pues son las vías para alcanzar nuevamente la virtud.
Sin embargo, por lo que sigue me parece que su diagrama, descrito en parte, se funda en malas inteligencias de la secta, a mi juicio, más oscura, la de los ofitas. Llevados de nuestro amor a la verdad, hemos dado con ese diagrama, en que encontramos fantasías, como las llamó Pablo, de hombres que se cuelan en las casas, y cautivan a mujerzuelas, cargadas de pecados, traídas y llevadas de concupiscencias varias, que están siempre aprendiendo y no son jamás capaces de
Se ha dicho que la tradición platónica será la responsable y, de alguna manera, la que hereda al cristianismo la noción de que la naturaleza femenina es débil y que es amiga de actuar a hurtadillas y es tramposa (Leyes VI, 781a). Orígenes da una muestra de que tal era la concepción que imperaba en la época:
llegar al conocimiento de la verdad (2 Tim 3, 6-7). Pero el diagrama era tan de todo en todo inverosímil, que ni siquiera lo aceptaban las mujerzuelas, tan fáciles de engañar, ni esos rústicos en grado superlativo, prontos a dejarse llevar por todo lo que tenga visos de probabilidad (Contra Celso VI, 24).
La mujer en los sistemas gnósticos, como generadora principal y más visible de nuevos seres humanos, cuyo espíritu está aprisionado en la materia, representa sobre todo el aspecto más material de la pareja humana, aquel donde se percibe con más nitidez el proceso de generación y corrupción. El fenómeno de la menstruación al que se unen concepciones míticas en torno a la sangre y la mácula, ayuda también a considerar a la mujer como representante de la carnalidad dentro de la dualidad del ser humano. De ahí no es extraño que, invadido por estas ideas, junto con las judías antes expresadas, se haya derivado en el cristianismo una inmensa prevención contra el sexo, generador de seres encadenados a la materia y, consecuentemente, contra la mujer como la personificación más visible y adecuada del sexo (Piñero, 2007, 153-154).
La mujer que se retrata en la obra origenista es un ser colmado de vicios, pero habría que precisar que, en el cristianismo, esta imagen negativa parte del judaísmo por un lado y de la concepción gnóstica, por otro, ya que la referencia a un tal diagrama de los ofitas guarda relación con una de las sectas gnósticas que se desarrollaron en el siglo II:
Lo anterior permite comprender por qué el cristianismo considera a la naturaleza femenina como inútil en cuanto a la virtud se refiere: en definitiva, es incapaz de mejorar porque su constitución se lo impide, por eso se justifica que siempre se le conciba como un ser inferior. Precisamente eso provocará que Orígenes tenga que defenderse de los señalamientos de Celso, con respecto a la procedencia de Jesús, pues este apunta a que el vientre de María es «tamaña suciedad» y que la naturaleza divina fue arrojada a una impureza que quedará mancillada (Contra Celso VI, 73). Orígenes reacciona aduciendo que Celso no entiende que el nacimiento del salvador, debía proceder de una mujer casta y pura, lo cual demostraba la ausencia de cualquier inmoralidad.
El alejandrino continuará la idea de la mujer virgen que dio a luz al salvador de los cristianos, por lo que hacia esa dirección se dirigirá para configurar un molde femenino que le evite ataques como los de Celso. Es consciente de la naturaleza
«torcida» de la mujer, pero María será el referente para todas las seguidoras cristianas, lo que es totalmente coherente con la propuesta origenista que exhorta a la castidad, al ascetismo y, en última instancia, al martirio.
Orígenes propone que las mujeres se acojan a una vida ascética, libre y de entrega a Cristo, siendo este último un ideal que debían alcanzar. Fundamenta su propuesta en la igualdad cristológica de Gálatas 3, 26-28, hay que ser como Cristo, la mujer debe anularse para ajustarse a ese molde. Si bien se libera de cumplir con los deberes tradicionales, las exigencias cristianas la llevan a superar esa condición “natural”
El cuerpo para Orígenes es el obstáculo para alcanzar a Cristo (ideal de perfección espiritual y moral), principalmente para las mujeres que por su naturaleza están predispuestas hacia los deseos sexuales, de ahí que exista un explícito rechazo hacia la sexualidad humana en el cristianismo.
Padre de la Iglesia Griega (185-253), nacido probablemente en Alejandría, de padres cristianos, tuvo que hacerse cargo de su familia, pues su padre Leónidas cayó mártir en la persecución de Septimio Severo, discípulo de Clemente, apodado «adamantius» (hombre de acero) debido a su férrea posición en defensa del cristianismo, se acogió a una vida de ascetismo, conocido también por aplicar al pie de la letra la cita Mt. 19,12 y emascularse, algunos pensadores como Eusebio señalan que lo hizo más bien para eliminar ideas malintencionadas, pues a sus enseñanzas no solo acudían hombres sino también mujeres.
Dispuso seis columnas paralelas al texto hebreo del Antiguo Testamento en: (1) caracteres
hebraicos; (2) el texto hebreo en caracteres griegos con el fin de determinar su pronunciación;
(3) la traducción de Aquila, judío contemporáneo de Adriano; (4) la traducción griega de Símaco, judío contemporáneo de Septimio Severo; (5) la traducción de los Setenta (aquí es donde Orígenes incorpora su crítica) y finalmente (6) la del judío Teodoción (Jaeger, 1965, 73).
Tal mensaje paulino, posteriormente fue parcializado, la igualdad que proclamaba Pablo, ocurría en el plano cristológico no en el social, es decir, dependía de la segunda venida del Señor, mientras tal acontecimiento llegaba, la sociedad mantenía el orden jerárquico.
A modo de ejemplo, el caso de Tecla, quien estaba comprometida e iba a contraer matrimonio, abandona a su novio, a su madre y a su vida cómoda con tal de seguir los pasos y enseñanzas de Pablo (Torres, 2005, 179).
Orígenes consideraba que el desprendimiento del mundo no puede adquirirse más que por la práctica del ascetismo durante toda la vida: las frecuentes vigilias domeñan el cuerpo; los ayunos severos lo doblegan; el estudio ininterrumpido día y noche de las Sagradas Escrituras debería ayudar a concentrarse en las cosas divinas; la virtud de la humildad debe prevalecer por encima de cualquier cosa (Quasten, 2001, 407-408).
Orígenes concebía que el supremo bien consistía en «asemejarse a Dios lo más posible», el mejor camino hacia el ideal de perfección es la imitación de Cristo (Quasten, 2001, 405).
Varios autores hacen referencia a la documentación conocida como Actas Apócrifas, en las cuales se han plasmado la sensibilidad y el entusiasmo femenino por la predicación apostólica; la evangelización; la castidad como un alto valor que promovían y admiraban; el abandono que hacían algunas mujeres de sus esposos e hijos y la problemática que eso les acarreaba; la hostilidad hacia el matrimonio; el rechazo de algunas esposas cuando iniciaban su conversión hacia sus maridos (Hidalgo, 1993, 233-234).
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