Juan Gabriel Alfaro Molina

El fenómeno jerárquico en el cristianismo. Entre una visión de servicio (diaconía) y el uso oculto del poder (kratos)



Autor/ Author

Juan Gabriel Alfaro Molina Universidad de Costa Rica ORCID ID: 0000-

00023935-3298

Correo: Juan. alfaromolina@ucr.ac.cr


Recibido: 06/12/23 Aprobado: 12/01/24 Publicado: 17/03/24

RESUMEN

Se disertará de manera descriptiva y crítica sobre el verdadero sentido de las jerarquías cristianas. Esto es, describiendo la forma en que funcionan dichas jerarquías, así como la interpretación personal de lo que realmente significan y ocultan, esto es, el uso del poder. Si bien es cierto, la estructura de toda organización social requiere de puestos de poder, en la religión cristiana dichos puestos son disfrazados con el término amigable de servicio (diaconía), presentándolos de manera positiva como espacios de oblación o dedicación desinteresada por parte de los líderes religiosos. Esto se abordará desde la crítica que Michael Foucault hace al sistema jerárquico como una estructura de poder. En la práctica, dichas jerarquías implican un nivel de sometimiento y pleitesía de los niveles más bajos hacia los más altos.

Palabras Claves: jerarquía, poder, estructura, servicio, privilegios.

Abstract: The true meaning of Christian hierarchies will be discussed in a descriptive and critical manner. That is, describing the way in which these hierarchies work, as well as the personal interpretation of what they really mean and hide, that is, the use of power. While it is true that the structure of every social organization requires positions of power, in religions, these positions are disguised with the friendly term of service (diakonia), presenting them in a positive way as spaces of oblation or selfless dedication on the part of the religious leaders. This will be addressed from Michael Foucault's critique of the hierarchical system as a power structure. In practice, these hierarchies imply a level of submission and obeisance from the lowest levels to the highest.

Keyswords: hierarchy, oower, structure, service, privileges.


  1. Introducción


    La estructura de la religión cristiana responde a criterios fundamentales de la institucionalidad social (Matthes, 1971, 13), y uno de estos criterios es la cuestión jerárquica. La


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    fundamentación religiosa de esta jerarquía proviene desde su misma visión metafísica, dado que se establece una estructura de seres celestiales en orden y cercanía con la deidad principal. Por ejemplo, el Pseudodionisio el Areopagita, siguiendo la estructura de su maestro Hieroteo, establece tres jerarquías, primero los serafines y querubines, luego las virtudes, dominaciones y potestades, y finalmente los ángeles, arcángeles y principados (Pseudo Dionisio Areopagita, 2007, 124-125). Esta clasificación refiere al grado de importancia de cada uno de los seres, todos ellos remitidos a la divinidad suprema.

    Para Durkheim, la jerarquía surge del binomio sagrado-profano, lo profano se vincula con lo sagrado y “se lo representa, en efecto, ocupando en relación con él una situación inferior y dependiente” (Durkheim, 1968, 4; cfr. Alberigo, 1993, 80ss), de tal forma que hay unas cosas y personas más sagradas que otras, que ocupan por derecho propio un nivel superior en el orden del universo. Esto genera la idea de clases o niveles de objetos y personas, desde las más importantes o sagradas hasta las más insignificantes y profanas. De hecho, a lo largo de la historia de las religiones han existido críticas a sus sistemas jerárquicos, censuras que provienen tanto desde lo interno como desde lo externo de dichas organizaciones religiosas, y dichas objeciones enfatizan en que las jerarquías responden a sistemas de privilegios y exclusiones sociales.

    El presente artículo analizará la jerarquización en el cristianismo como una estructura de poder desde la visión de Foucault. Este grupo religioso justifica la necesidad de dicha jerarquía desde su misma perspectiva de lo sagrado, el cual sigue un orden desde el ente divino, pasando por los diversos grupos de seres celestiales, hasta los seres más ínfimos e insignificantes. Lo anterior implica, que en dicha organización religiosa se emula dicha estructura, de tal modo que quien asume los puestos más altos en la pirámide jerárquica es quien está más cercano a lo sagrado y a los seres celestiales. Para cimentar dicha propuesta, se argumenta que los que ocupan dichos cargos son por elección divina, lo cual hace que se vuelva irrefutable e incuestionable la presencia de los individuos en dichos puestos de mando.

    Para desarrollar esto, el artículo estará compuesto por tres apartados, el primero versará sobre la vinculación de lo jerárquico con el binomio profano-sagrado, el segundo con el análisis de lo jerárquico como estructura de poder, según Foucault, y el tercero con la técnica de maquillar el uso del poder con el criterio de servicio a una comunidad o sociedad y con la apelación al principio de la obediencia, implicando que obedecer al líder religioso es obedecer a Dios.


  2. Lo jerárquico y la relación profano-sagrado


    Los fenómenos religiosos se fundamentan en las creencias y los ritos, la primera estaría vinculada con una forma de conocimiento, asociada a la opinión, y la segunda a la praxis o acción (Durkheim, 1968, 4). En efecto, las religiones se fundamentan en sus rituales, dado que estos responden a una necesidad científica del ser humano de visibilizar sus creencias, el poder aplicar sus sentidos para experimentar dicha presencia de lo divino. El rito establece una jerarquía de expresiones y objetos, desde lo profano hasta lo sagrado, de tal manera que dicha jerarquía implica un proceso de

    ascenso, desde lo material hasta lo espiritual. Ello responde a la propuesta aristotélica de la unidad de la materia y la forma (hilemorfismo), que Tomás de Aquino retoma como explicación del sacramento en el cristianismo (Suma Teológica, C.60. a7, 515), donde vincula la realidad visible (material) y la invisible (espiritual).

    La distinción entre lo sagrado y lo profano se relaciona con lo jerárquico, dado que unas cosas están más cercanas a las realidades materiales y profanas, y otras a las realidades celestiales y supremas, “[…] por eso una religión no se reduce generalmente a un culto único” (Durkheim, 1968, 44), sino que tiene niveles en sus creencias y ritos, niveles que son emulados en cuanto a las funciones que cumplen cada uno de los miembros del conglomerado religioso. De hecho, en la jerarquía cristiana, conforme se tiene un nivel más alto en la línea de lo sagrado, el individuo que ostenta dicho cargo tiene más potestades espirituales que sus subalternos, como la realización de rituales exclusivos propios de su categoría, la entrada a ciertos lugares sagrados restringidos para ellos, el perdón o la absolución de ciertas penas, el levantamiento de ciertos impedimentos para que el resto de los individuos puedan recibir lo sagrado, etc.

    Desde lo anterior, se considera que los puestos jerárquicos en el cristianismo,

    y en general en todas las religiones (cuando hay alguien que sobresale e influye en los otros), se manejan desde un principio como puestos de poder, donde existe una vinculación de amo y esclavo, de legislador y legislado, de guía espiritual y del necesitado de dicha guía. El superior jerárquico es el que sabe lo que debe hacerse, debido a que los miembros del grupo religioso tienen la firme convicción, promovida históricamente por la misma religión cristiana, que la designación de sus jerarcas es el querer divino, y dado que Dios es quien lo ha elegido, todo lo que disponga es fruto de su iluminación y disposición sagrada. Conforme con esto, la existencia de la jerarquía cristiana no se distingue de la jerarquía civil, debido a que ambos buscan tener un control de sus militantes o súbditos.

    El mismo término de jerarquía implica que hay unos que mandan y otros que obedecen, y este se ha establecido desde la antigüedad en la relación entre lo civil y lo religioso, sobre todo en la época medieval que se fortaleció la idea de dos poderes sagrados, los dos brazos de Dios, el brazo secular y el brazo religioso, uno correspondiente al rey y el otro al papa. Esta relación permite que muchas veces lo civil haga uso de lo religioso, sobre todo con el fundamentalismo, que es darle peso a una decisión política mediante argumentos religiosos, y lo religioso haciendo uso de lo civil, cuando se busca que su buena relación con el Estado se traduzca en la obtención de ciertos privilegios y comodidades para el desarrollo de su ejercicio sacro. Igualmente, a lo largo de la historia, el cristianismo ha logrado que sus posturas tengan una fuerte resonancia en el fuero externo, esto es, influir en el desarrollo político y social de una nación.

    Estas son las estrategias utilizadas en algunas naciones con la teología de la

    prosperidad o la teología del imperio (Hinkelammert, 1992, 51ss), donde existe la mezcla entre las decisiones políticas, económicos y sociales con lo religioso, generando un estado confesional y represor. También, como detalla Peter Singer en su obra The President of Good and Evil: The Ethics of George W. Bush, ello ocurre cuando el gobernante toma decisiones en nombre de una nación y lo justifica como una

    iluminación o mensaje divino (Singer, 2004, 90ss), de tal forma que no hay solamente un argumento de poder civil sino también de poder religioso. No obstante, como señala Weber, “[…] el anhelo de salvación genuinamente místico y carismático de los virtuosos religiosos ha tenido un sentido apolítico o antipolítico” (Weber, 1978, 77), pero en la práctica, más bien se ha dado lo contrario, la conjunción de lo místico con lo político, dado que el objetivo de las jerarquías cristianas ha sido la máxima expansión de su poder.

    Tradicionalmente “[…] casi todas las plataformas de las instituciones religiosas han presentado una religiosidad relativa en lo que atañe a los valores sagrados, la racionalidad ética y la autonomía legal” (Weber, 1978, 78), precisamente porque el mensaje religioso busca constituirse en una norma de vida, en las actitudes éticas que debe seguir el creyente y a las leyes que considera debe estar sometido. Este tipo de ética es llamada por Weber como la ética social orgánica (Weber, 1978, 78), la cual consiste en la diferenciación de dones y carismas que tiene cada individuo, y que está llamado a poner al servicio de las otras personas. Todo ello se hace con el objetivo de estar cerca de lo sagrado y en aras de la salvación individual.

    Tanto “[…] para el hombre disciplinado, como para el verdadero creyente, ningún detalle es indiferente, pero menos por el sentido que en él se oculta que por la presa que en él encuentra el poder que quiere aprehenderlo” (Foucault, 2009, 162), dichos detalles se imponen por la presión de poder que tienen las jerarquías cristianas sobre sus militantes. Una presión que corresponde a la apelación a lo sagrado, de ahí que se le proponga al creyente un modelo de vida que debe seguir, el del hombre de Dios, modelos que en muchos casos son figuras sumamente obedientes y sometidas a lo que les han propuesto sus jerarquías. Igualmente, el anhelo de poder del ser humano es una realidad que se le impone, y más cuando este es presentado como algo bueno y del querer divino.


  3. La estructura jerárquica como estructura de poder.


    Conforme con la propuesta de Foucault sobre las múltiples estructuras de poder presentes en muchas de las actividades humanas, se considera que la existencia de las jerarquías cristianas son una estructura de poder basada en la investidura sagrada y en la apelación a que quienes ostentan dichos puestos han sido puestos allí por el mismo designio divino. Foucault utiliza la expresión microfísica del poder, “[…] cuya formalización es el panóptico de Bentham, para aludir a esa forma del poder que penetra los cuerpos, sin necesariamente recurrir a la violencia o las instituciones, para volverlos políticamente dóciles y económicamente rentables, es decir, para disciplinarlos” (Foucault, 2019, 15), de tal forma, que en virtud de poseer un puesto importante en la jerarquía del cristianismo, el individuo es capaz de controlar a todos aquellos que se encuentran bajo su autoridad, vigilándolos desde una posición suprema.

    Como indica Bentham (1979, 66), y luego desarrolla Foucault, dicho control

    desde el poder se hace sin signos de violencia, y más bien la postura de dichos líderes jerárquicos es presentarse ante su comunidad como los pastores o cuidadores de sus ovejas. Les hablan como un padre a sus hijos, lo cual conlleva también la línea

    patriarcal, de protección y dominio, y ponen cargas pesadas a sus súbditos, leyes o mandamientos, que ellos mismos son incapaces de llevar. De hecho, los que están sometidos a estas jerarquías buscan siempre su aprobación, sienten presión para agradar al superior jerárquico, con la esperanza de formar parte de su círculo de confianza. Dichas jerarquías ven cualquier cuestionamiento de sus dirigidos como una falta de respeto y compromiso, y directa o indirectamente generan en ellos la idea de que serán castigados.

    El control que ejercen sobre los otros es absoluto, de tal forma que vigilan su forma de actuar, de hablar y de vestir. Desde el actuar se establece un tipo de ética abstraída de los libros sagrados y de su tradición religiosa, que curiosamente, en la práctica, para muchos creyentes lo más importante de dicha ética religiosa es lo que ven los demás, el conservar las apariencias, más que el cumplimiento certero de dichos códigos de comportamiento. En el caso del control del lenguaje, psicológicamente los altos niveles jerárquicos utilizan un tono de voz amable y de bondad, excepto cuando se les confronta sobre la inviabilidad de sus propuestas religiosas, donde no les queda otra opción que recurrir a la violencia o a la anatematización (Alberigo,1993, 14). El anatematizar, condenar o maldecir, es la aplicación de la falacia ad hominem, dejar al adversario como el villano y pagano, tal como se procedía antiguamente en los concilios ecuménicos contra los llamados herejes. Este es el sistema de presión de entidades al servicio de la jerarquía como por ejemplo la inquisición, los tribunales religiosos, los consejos de ancianos, cuya solución al problema de las opiniones contrarias, es la expulsión de cualquier miembro de su agrupación que cuestione su ejercicio del poder.

    Igualmente, el lenguaje que conoce el individuo religioso es propio del ámbito del

    dominio jerárquico, más si el individuo ha estado vinculado con la religión desde su niñez, con abundancia de frases de la sagrada escritura, la mención insistente de Dios, los discursos elaborados o hechos de tinte religioso, lo cual muchas veces se agrava con el desconocimiento que tiene el creyente del lenguaje fuera de su religión. La estructura jerárquica para denigrar dicho lenguaje, le da el apelativo de “mundano”, que es el idioma de la ciencia, la tecnología, los derechos humanos, etc. En relación con esto, desde la propuesta de la epistemología genética de Piaget, el lenguaje que maneja cualquier individuo es un constructo desde su niñez, “[…] el método genético equivale a estudiar los conocimientos en función de su construcción real, o psicológica, y en considerar todo conocimiento como siendo relativo a cierto nivel del mecanismo de esta construcción” (Piaget, 1978, 32), porque todo conocimiento depende de una estructura y de un funcionamiento, la estructura es el elemento biológico y el funcionamiento la forma como el individuo lo expresa.

    Para Foucault, siempre hay una vinculación entre el poder y el conocimiento,

    de tal forma que no son pocos los filósofos que a lo largo de la historia han buscado liberarse de ídolos (Francis Bacon), o despertarse de sueños dogmáticos (Immanuel Kant), en relación con sus antiguas creencias. En cuanto al control jerárquico sobre la forma de vestir de sus seguidores, en las religiones se establece un código de vestimenta, y es conocido las problemáticas que estos códigos generan en cuanto al tema de la equidad de género y la eliminación de la cultura patriarcal. También, los miembros de dichas jerarquías utilizan atuendos particulares y diferenciados para

    reforzar la idea del poder y el respeto que merecen debido al alto cargo que poseen. Conviene agregar, que la idea jerárquica es uniformar a todos los miembros de su grupo, en cuanto al diseño, estilo, dimensiones de las vestiduras (por ejemplo, en los centros educativos religiosos), como signo externo del control que tienen sobre ellos. Controlar implica que el conocimiento que manejan los superiores jerárquicos es “[…] un sistema de poder que bloquea, prohíbe, invalida ese discurso y ese saber” (Foucault, 2019, 131) de las clases más bajas y de los gobernados.

    Cuando las jerarquías se sienten amenazadas por sus súbditos se vuelven represivas, su ideal es mantener el statu quo, el mantener todo bajo su control, de tal forma que los miembros de sus rebaños, como comúnmente llaman a sus fieles, permanezcan en el redil, es decir, que no les cuestionen sus decisiones y que acaten sus leyes. La principal forma como las jerarquías religiosas controlan a sus súbditos es a través de la formación y monitoreo de sus conciencias, mediante la idea de que deben evitar hacer lo malo, aquello que es contra Dios, y que, si incurren en ello, deben realizar actos penitenciales o compensatorios. Aquí se refuerza, en palabras de Deleuze, las estructuras del encierro, donde “tanto la interioridad psíquica como el encierro físico se encuentran estrechamente subordinados a funciones de exterioridad. Hablando de la Historia de la locura, Blanchot tiene una fórmula excelente: ¿Qué es lo que está encerrado? Lo que está encerrado es el afuera” (Deleuze, 2015, 8, Cfr. Foucault, 2019, 136), esto es, que el individuo pasa de un encierro a otro generado por los diversos actores sociales que rodean su vida.

    Una vez que el individuo que ha buscado acceder al poder religioso lo obtiene,

    se siente medianamente pleno, pues por una parte ha alcanzado su meta, pero por otra, anhela aún más, su ambición no tiene techo, quiere ascender hasta el primer peldaño. Ello implica que vivan en un clima de miedo y desconfianza de aquellos quienes le rodean y que podrían hacerle caer de su pedestal, “y solo quienes están a distancia del poder, quienes no están ligados en nada a la tiranía, encerrados en su habitación con sus meditaciones y su estufa, pueden descubrir la verdad” (Foucault, 2019, 161), porque ellos no anhelan el dominio o mando sobre los otros, sino su función meditativa sobre el mundo. Como se mencionó anteriormente, para Foucault el poder está vinculado con el saber, el cual es parte de la estructura de control del cristianismo, sobre todo en el denominado fuero interno, la interioridad del individuo, el adentrarse en la vida de los individuos para conocer sus secretos. En los procesos confesionales que someten las jerarquías religiosas a sus creyentes, hay una “extracción del saber” (Foucault, 2019, 182), una invasión de la intimidad del individuo, y una vez que se tiene dicha información, logran que el individuo se sienta presionado de que las jerarquías puedan utilizar dicho conocimiento para denigrarlo o crearle un conflicto social. Esto refuerza el poder del jerarca, el manejar los miedos y debilidades de sus subalternos, mediante la apelación a lo que le faculta el derecho divino y a su condición de soberano.

    Tanto desde el punto de vista religioso como desde el secular, “[…] desde la Edad

    Media, el papel esencial de la teoría del derecho ha sido fijar la legitimidad del poder: el problema fundamental, central, alrededor del cual se organiza toda esa teoría, es el problema de la soberanía” (Foucault, 2019, 236). Esta soberanía implica evidenciar las potestades de quienes mandan, alardear de su poder, frente a las obligaciones

    de quienes están sujetos a dicha soberanía, obligaciones contenidas en los códigos legislativos religiosos. Las normativas del cristianismo es instrumento de dominación, parte del sistema de la vigilancia y el castigo. Muchos de los jerarcas del cristianismo se han formado en leyes, dado que quien maneja el derecho puede determinar la justicia, y ello es tener potestad sobre las personas. Ahora, el poder es algo que no se estanca en un individuo, sino que este es transitorio, “el poder se ejerce en red y, en ella, los individuos no solo circulan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de ejercerlo” (Foucault, 2019, 239), y esa red es aquella que sostiene dichas estructuras de poder.


  4. Dominio jerárquico: El maquillar el uso del poder con la obediencia.


    Una de las constantes expresiones que utilizan quienes poseen los puestos de poder, tanto en lo religioso como en lo civil, es presentarse como “servidores de la sociedad”. No obstante, la mayoría de estos puestos no cumplen con ese ideal de servicio sino más bien de ser servidos. En el ámbito del cristianismo, los superiores legitiman su posición jerárquica apelando a que son los mayores servidores de un pueblo según el designio divino, es decir, que Dios les ha otorgado esa “carga”, como así le denominan para generar la idea de sacrificio, que deben cumplir estoicamente. Así se enseña en los procesos de formación religiosa, para que los futuros consagrados tengan claro desde sus inicios que quienes “sirven” (entiéndase, tienen el poder) es por voluntad divina (Retamal, 2004, 344), y a su vez, generan la competitividad propia del mundo religioso, las nuevas generaciones que buscan relevar a quienes se encuentran en las máximas estructuras del poder.

    Los procesos de formación del cristianismo están marcados por niveles de

    ascensos, los cuales se adquieren no solamente por las diversas habilidades de los formandos, sino que también influye mucho el grado de confianza que este genera en relación con el o los guías religiosos. De hecho, uno de los aspectos esenciales en dicha formación es otorgarles a los candidatos a líderes religiosos diversas tareas o responsabilidades que tienden a denominarse puestos de “servicio”. Se puede argumentar, que ello es una especie de entrenamiento para el ejercicio del poder, alimentando, de igual forma, la necesidad de competencia y de destacar por encima de los demás. Curiosamente, aunque sean puestos de poder, se busca incorporar en ello el ideal místico del ser servidor de los otros, para quitarle la connotación peyorativa que la expresión posee. A través de estos ejercicios, indirectamente, se genera la idea de que debe lucharse por los mejores puestos, incluso con vaticinios espirituales de que Dios tiene cosas grandes para la persona, porque le ha elegido entre muchos para una misión especial.

    Estos puestos de poder están marcados por una serie de características, las

    cuales se hacen muy evidentes en la liturgia cristiana, por ejemplo: (a) Un lugar privilegiado en las celebraciones litúrgicas, la llamada sede o silla principal. (b) Vestimentas y signos distintos del resto de los miembros del grupo religioso, como los colores de privilegio, cruces, báculos, anillos y coronas. (c) La obligación de las jerarquías inferiores de reconocer a su jerarca a través de ciertas menciones durante los actos litúrgicos. (d) Potestades exclusivas, reservadas a los superiores, que no las

    puede llevar a cabo otro miembro del grupo religioso, como algunas celebraciones y absoluciones. (e) La presencia de una corte celestial o “grupo de servidores” que velan por las necesidades del jerarca y que siempre están a su disposición. (6) Una especie de feudalismo, cuando se hablan de los territorios que están a su cargo, la tenencia de un escudo, al estilo medieval, que le da más exaltación a su figura (7). La elaboración continua de documentos, cartas, encíclicas con sus respectivos sellos y que se constituyen vinculantes para la población a su cargo, etc.

    Lo interesante con este fenómeno religioso es que los miembros del cristianismo asumen esto como natural, que sus guías religiosos tengan una serie de privilegios o potestades por encima de ellos mismos. Esto es acorde con lo indicado por Foucault, de que “[…] nuestros aprietos para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no se deben a que todavía ignoramos qué es el poder?” (Foucault, 2019, 136), o será que los individuos, ¿no quieren tomar conciencia de ello?, para seguir viviendo la utopía de la bondad y del servicio desinteresado. El disfrazar el poder con algo más digno como el ser servidor de los demás, es una de las tácticas jerárquicas, cuyo objetivo es legitimar una función de interés propio con la visión mística de la fraternidad hacia los demás. Al igual que sucede en el ámbito social, que a veces no se tiene claro quien tiene el poder, pero si se tiene claro quien no lo tiene (Foucault, 2019, 137), sucede lo mismo en el cristianismo. Aunque es evidente y bien marcado los diversos niveles de puestos jerárquicos (establecidos históricamente por la estructura eclesial), sucede que en muchas oportunidades en las decisiones de quien tiene el cargo están presentes las influencias e indicaciones de la gente que tienen a su alrededor.

    Otra de las formas como las jerarquías ejercen el poder es mediante el sistema

    de “[…] la profecía o el mandamiento que implican, al menos relativamente, una sistematización y racionalización del estilo de vida, sea en aspectos particulares o en su conjunto” (Weber, 1978, 63), esto es, manipular a los miembros de su grupo religioso con la idea de que han recibido revelaciones sobre lo que Dios quiere para con ellos. Su objetivo es que estas personas cumplan a cabalidad sus decisiones, y de esta forma mantener el control sobre cada una de sus acciones. Su principal argumento es que deben ser obedientes a los designios divinos, y con ello ejercen presión sobre los individuos, debido a que, ¿quién puede revelarse contra lo establecido por Dios?, si lo dicho en su nombre es sacro y obligatorio.

    De hecho, “[…] la noción de clase dirigente no es muy clara ni está muy elaborada. Dominar, dirigir, gobernar, grupo en el poder, aparato de Estado, etc.: hay aquí todo un conjunto de nociones que exigen un análisis” (Foucault, 2019, 137; 161). Debe explorarse bien hasta dónde llega el ejercicio del poder, cuáles son sus connotaciones y circunstancias en la vida de las personas, y si es posible una estructura religiosa que no implique el poder. Solamente cuando el individuo toma conciencia de que es manipulado por las estructuras de poder, comienza su verdadera liberación. El poder ejercido por las jerarquías cristianas tiene como objetivo el mantener a sus súbditos bajo la obediencia, para Foucault, la disciplina es una estructura de poder propia del claustro o el encierro de un grupo de personas. De ahí, que muchas veces los sistemas formativos de los grupos religiosos reciben la categorización de sectarios, porque muchos de estos son cerrados, selectos, basados en la idea de que sus participantes son elegidos por Dios.

    La obediencia que exigen las jerarquías cristianas se logra a través de la disciplina personal y comunitaria, en ella “[…] los elementos son intercambiables puesto que cada uno se define por el lugar que ocupa en una serie, y por la distancia que lo separa de los otros” (Foucault, 2009, 169), es decir, la disciplina se aplica conforme al rango o peldaño que cada uno tienen en la estructura religiosa. La mayor parte de los miembros del cristianismo son formados bajo una disciplina que implica el respeto y la veneración hacia la autoridad, una especie de lealtad que es más sumisión y defensa a ultranza del líder religioso, formados con la firme convicción de que este es incuestionable. Curiosamente, otro aspecto propio de la disciplina exigida por las jerarquías para sus fieles es el control de su tiempo, “[…] durante siglos, las órdenes religiosas han sido maestras de disciplina: eran los especialistas del tiempo, grandes técnicos del ritmo y de las actividades regulares” (Foucault, 2009, 174), ellos controlan las actividades diarias de sus miembros, estableciendo horarios rigurosos en cuanto a sus oraciones, horas específicas que deben acatar a cabalidad, en general, un control de la vida.

    Las jerarquías funcionan bajo la vigilancia y el castigo, los cuales son los métodos

    para controlar las acciones de sus subalternos. En la vigilancia, la mirada cumple la función de ser el ojo de Dios, que todo lo ve, que conoce todo lo que hace el individuo (sus temores, anhelos, proyectos, sexualidad, fortalezas, debilidades, etc.), información valiosa para el manejo de los individuos. Igualmente, el castigo se hace presente cuando algunos de los miembros no cumplen con las órdenes establecidas por las jerarquías, y es importante que este sea ejemplar, conocido por las mayorías, para que no repitan patrones de cuestionamiento de la estructura religiosa. En la vigilancia cristiana cumple un papel muy importante los denominados observatorios, institutos religiosos de análisis de la realidad, recogiendo datos con información sensible sobre cada uno de los miembros de una agrupación cristiana. Igualmente, debe destacarse la labor de los mandos medios, individuos nombrados en diversos puestos por los altos jerarcas, con la tarea de mantener la vigilancia y el orden en la iglesia.

    Al respecto, el cristianismo tiene la figura del consejero o el acompañante

    espiritual, al cual, sugieren, debe recurrir el creyente para consultarle sobre las diversas decisiones o pasos que debe dar en su vida, una especie de oráculo délfico. Por una parte, es una vigilancia sobre la vida de cada persona, pues implica entrar en su intimidad personal y conocer sus pensamientos, y por otra, es mantener a la persona en un estado de inmadurez humana, donde no puede tomar sus propias decisiones al ser dependiente del beneplácito de otro. Incluso, muchos creyentes prácticamente esperan que estos consejeros tomen las decisiones por ellos, que les digan lo que deben hacer. Y estos consejeros también pueden dictaminar la necesidad de un castigo para el individuo, imponiéndoles ciertas penas para la expiación de sus faltas. La idea que se ha tenido del castigo en los ámbitos religiosos es que este es formativo, pues genera un cambio en el penitente, y muchas veces se asocia que entre más grande sea el castigo, mejor será la conversión de la persona.

    Muchos de estos castigos implican el etiquetar a la persona como problemática,

    falto de Dios, o poseedor de un espíritu maligno y por ello necesitado de sanación, generando una mala imagen del individuo entre los mismos miembros del

    conglomerado religioso, un lastre difícil de superar. Paradójicamente, este individuo manchado y denigrado puede dar un giro en su vida mediante una conversión manifiesta y avalada por la jerarquía, poniéndolo muchas veces de modelo de una persona rescatada y restaurada. Finalmente, el poder y el dominio de las jerarquías cristianas se manifiesta en la deificación y apología que alcanzan entre los miembros de su grupo religioso, los cuales consideran a sus dirigentes como perfectos e infalibles, calumniados injustamente, asumiendo que están pasando por pruebas como mártires, y tal es su defensa, que muchos de los mismos miembros del grupo religioso estarían dispuestos a dar hasta su propia vida por la de ellos.


  5. Conclusión


Dado que toda estructura social implica el ejercicio del poder, esto no es extraño en los ambientes religiosos, y concretamente, en una estructura jerárquica fuerte como históricamente ha sido el cristianismo. Dicha estructura tiene la particularidad de ser piramidal, y que los individuos que ocupan los rangos o grados superiores justifican su posición no por una elección humana sino por un designio divino, lo cual le da más sustento a su mandato por encima de los otros miembros del grupo. En efecto, aún más que las estructuras de poder seculares, dichas estructuras se fundamentan en lo divino y sagrado, donde se considera que es del querer divino que un individuo sea el guía de los otros, algo establecido por Dios desde su nacimiento, como es la idea de la vocación desde el vientre materno.

Como se ha argumentado, las jerarquías cristianas se cimentan o toman como modelo de estructura, su propuesta de las jerarquías celestiales, donde el primer nivel lo tiene el ser absoluto, Dios, y los siguientes niveles son ocupados por los diversos seres celestiales en orden de importancia. Si hay niveles o clases de seres celestiales, ello implicará que también haya escalafones entre los seres humanos, de tal forma que unos han nacido para mandar y otros para obedecer, unos para disfrutar de ciertas prerrogativas y otros para carecer de dichos privilegios o favores divinos. De esta forma, se presenta de manera positiva el uso del poder al añadirle el elemento sagrado, generando la teoría cristiana de las potestades divinas, esto es, que quien está en los niveles superiores de la jerarquía tiene a su vez derechos otorgados por el mismo ente divino.

De hecho, se ha analizado desde el pensamiento de Foucault, y siguiendo la tesis del panóptico de Bentham, que dichas estructuras jerárquicas cristianas tienen como principal función el vigilar y el castigar. Esto es, vigilar las acciones de los individuos que les están sometidos jerárquicamente, y castigar cualquier acto de cuestionamiento de sus potestades, que para ellos es entendido como una actitud de indisciplina. No es casualidad que, en los procesos de formación cristiana, y sobre todo para aquellos que serán sus más cercanos colaboradores, se insista mucho en el tema de la obediencia hacia sus superiores, porque al obediente se le garantiza una buena vida. Sin embargo, muchas veces se pretende conducir a sus militantes a una ciega obediencia de sus determinaciones. En el presente texto, se han trabajado tres formas de vigilar y castigar por parte de los superiores jerárquicos cristianos, ellos son el actuar, el hablar y el vestir. Todo ello se controla a través del manejo

de las conciencias de los miembros del grupo religioso, manejo que se da desde el proceso de formación cristiana, donde se establecen los parámetros de lo que debe ser considerado bueno o pecaminoso.

Aunado a lo anterior, el instrumento para controlar la conciencia de los individuos son las leyes, de ahí que estas sean el fundamento de las religiones. Los mandamientos o normativas, que para las religiones son emanadas desde el mismo ente divino, establece los rangos del comportamiento del creyente. En el caso del cristianismo, los superiores jerárquicos también tienen las potestades de ser los legisladores, por tanto, aplicar las normas según su propia interpretación y conforme con sus intereses. De ahí que se insista mucho en el estricto cumplimiento de las normas cristianas, y la necesidad de la reconciliación cuando algunas de ellas hayan sido quebrantadas. Finalmente, otro tema sumamente importante que se ha desarrollado, es la forma como se presentan los puestos de poder en la estructura jerárquica cristiana, pues se utiliza la bonita y sentimental expresión de que son “puestos de servicio”, argumentando que quienes tienen dichas potestades las ejercen porque son filántropos, porque tienen una actitud oblativa, y que más bien, muchas veces las asumen en contra de su propia voluntad, solamente por pura obediencia divina. No obstante, se demuestra la actitud contraria cuando ellos mismos se han gestado dichos puestos, y cuando se aferran a ellos una vez que se busca su remoción.

El trabajo también ha evidenciado algunos signos de que los puestos jerárquicos

cristianos en realidad son puestos de poder, como, por ejemplo, la distinción y privilegios de los jerarcas en la vivencia litúrgica, su determinación de lo que puede ser considerado pecado y su correspondiente castigo, el llamar a cuentas a sus colaboradores más cercanos o a los miembros de su grupo religioso, el control que pretenden mantener de los creyentes en cuanto al manejo de su tiempo, estipulando horarios fijos y específicos para sus oraciones o la participación de sus actividades religiosas.


Referencias


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