Alessandra Huergo Cárdenas
Autor/ Author
Alessandra Huergo Cárdenas Universidad de La Salle, CDMX ORCID ID: 0000-0002-
Recibido: 30/01/2023 Aprobado: 05/03/2023 Publicado: 30/05/2023
Filosofía y poesía se han visto envueltas, a lo largo de su historia, en disputas. Se ha preferido a la filosofía sobre la poesía, por tener una naturaleza más racional, sin embargo, se nos ha olvidado que cada una son un ala de la misma ave. La razón poética, titulada así por la filósofa, es una vía que se abre en nuestro pensamiento al unir ambas disciplinas, que da como resultado una visión más humana de la racionalidad. La sensibilidad de la poesía y la racionalidad de la filosofía se unen en el pensamiento crítico y la denuncia social.
poética, denuncia social, feminismo.
reason, social protest, feminism.
Durante largo tiempo hemos pensado en la filosofía y en la poesía como actividades distantes, lejanas y distintas. Los ideales que dictan que la filosofía es dura, lógica y enteramente racional también nos han dicho que la poesía es lo contrario; suave, ilógica e irracional. Una distancia algo extraña, pues como advierte, entre otras voces, la de María Zambrano, poesía y filosofía múltiples veces en la historia han ido de la mano. La distancia que las divide no es más que la de los ojos vendados que piden a gritos que todo sea científico y exacto, silenciando la sensibilidad.
Nos dice Zambrano que, en realidad, poesía y filosofía jamás debieron haberse peleado, pues cada una es ala de una misma ave, de libertad y conocimiento. Si bien, la filosofía busca no sólo el conocimiento de uno mismo, sino también el de todas las cosas que envuelven el mundo y nuestra realidad, la poesía también crea nuevas formas de autoconocimiento y de puesta en palabra aquello que creemos conocer. Los movimientos creados en el alma no les pertenecen únicamente a las preguntas de la filosofía, también a la conmoción que provocan las letras, la poesía, que nos lleva a cuestionar también, pero a sentir aún más. Porque la poesía empatiza, reclama, grita, solloza y asombra, sin lo cual la filosofía sería tan plana como los números. Las cuestiones éticas y sociales también exigen la fuerza de un sentimiento de justicia, de rectitud, de verdad, que son siempre acompañadas por expresiones
artísticas, a la par que las letras racionales de la filosofía.
Poesía y filosofía se encargan también de la denuncia social, de la crítica de las ciudades que habitamos, actividades tan presentes y necesarias en el actual momento. Las guerras, la podredumbre de la política, violencia, genocidios, homicidios son señalados por los feminismos y movimientos sociales a través claro, de la academia, pero con mayor fuerza, por las expresiones artísticas. La resistencia social también existe en las letras poéticas que son motivo para que el pensamiento filosófico escuche, se conmueva y proponga nuevos pensares y soluciones.
Desde la antigua Grecia conocemos esa lucha. Podemos abordarla desde los ojos de María Zambrano, quien dice que “La formación de los dioses, su revelación por la poesía fue indispensable, porque fue ella, la poesía, quien primeramente se enfrentó con ese mundo oculto de lo sagrado. Y así, por una parte, la insuficiencia de los dioses, resultado de la poética acción, dio lugar a una actitud filosófica.” (Zambrano, 2020, 69). Es decir, que sin el acercamiento de la poesía a lo sagrado, la actitud filosófica no habría nacido. La filosofía se desprende de la poesía para ir bajando a capas cada vez más profundas del ser, ahí, aceptando su más grande ignorancia, se puede descubrir la soledad de la que surge la pregunta filosófica.
Diría Zambrano que la poesía queda prisionera del delirio de persecución, este delirio que acosó a la humanidad con la idea de que hay algo en la realidad que se nos está ocultando, que hay alguien o algo que nos observa y juzga; los dioses. “Y es que la relación inicial, primaria, del hombre con lo divino no se da en la razón, sino en el delirio. La razón encauzará el delirio en amor” (Zambrano, 2020, 30) Es por eso que Zambrano piensa que se padece la actitud poética y se asume la actitud filosófica, pues la poesía carga con el peso del delirio de persecución, pero más aún, carga con el peso de la sensibilidad por todo lo que al género humano y natural le compete, mientras que la actitud filosófica, si bien de igual forma nos persigue, se da por elección, pues podríamos ignorarla y seguir viviendo la cotidianeidad sin inquirir en los cuestionamientos del alma.
La diferencia radica en que la filosofía se ha librado de la persecución por lanzarse a perseguir ella las razones de las cosas, mientas que la poesía no se pone a salvo de sufrir esa interminable persecución, pero para nuestra pensadora, la diferencia más
radical se da en la responsabilidad de las palabras. La filosofía asume su responsabilidad y ofrece razones de sus razones, y la poesía se entrega una responsabilidad distinta, como el gesto de una mano que indica la dirección. (Zambrano, 2020, 73).
Mas el poeta ofrecerá en cambio de estas razones de sus razones su propio ser, soporte de lo que no permite ser dicho, de todo lo que se esconde en el silencio; la palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y solo la órbita de un ritmo podrá sostenerla, porque es la música la que vence al silencio antes que el logos. Y la palabra más o menos desprendida del silencio estará contenida en la música.
La pensadora descubre aquí la desnudez del alma que se expone en la poesía, casi como incontenible y un grito que quiere expresar y dejar de ocultar aquello que en otras partes es censurable, silenciado o señalado. La poesía es encuentro del alma a sí misma, que ya no soporta el dolor de estar encubierta y desea salir a la superficie de la piel.
En El hombre y lo divino nos presenta las etapas de la relación poesía-filosofía (Zambrano, 2020, 76-77):
Pregunta filosófica en que se descubre la actitud netamente filosófica.
El descubrimiento filosófico de la realidad poética del apeiron.
La unidad entre filosofía y poesía habida en Heráclito, Parménides y
Empédocles.
La denuncia de la “mentira” de la poesía, por Platón.
Etapas que nos demuestran tanto los momentos de unión de filosofía y poesía, como los de completa separación, como ejemplifica particularmente Platón, que en su polis buscaba expulsar a los poetas por su falta de responsabilidad comparada con la responsabilidad de la palabra filosófica. Porque la filosofía, advierte Zambrano, es el llegar a encontrarse a uno, una posesión de sí, a la que el actor fue en su búsqueda y logró su cometido, mientras que el poeta se queda esperando donación, como el niño en espera de aquel juguete en la vitrina.
Entonces la poesía es huida y busca, requerimiento y espanto; un ir y volver, un llamar para rehuir; una angustia sin límites y un amor extendido. Ni concentrarse puede en los orígenes, porque ya ama el mundo y sus criaturas y no descansará hasta que todo con él se haya reintegrado a los orígenes. Amor de hijo, de amante. Y amor también de hermano. No sólo quiere volver a los soñados orígenes, sino que quiere, necesita, volver con todos y sólo podrá volver si vuelve acompañado, entre los peregrinos cuyos rostros ha visto de cerca, cuyo aliento ha sentido al lado del suyo, fatigado de la marcha, y cuyos labios resecos de la sed ha querido, sin lograrlo, humedecer. Porque no quiere su singularidad, sino la comunidad. La total reintegración; en definitiva: la pura victoria del amor. (Zambrano, 2006, 107).
Es así como la poesía, a pesar de necesitar la soledad como la filosofía, siempre busca reunión, busca, de una u otra forma, la revolución, de mentes, de amores, de
órdenes políticos u órdenes internos. La palabra poética inspira a los otros a caminar unidos, por un mismo amor o cambio venidero, por el hartazgo o la gratitud.
María Zambrano, en su libro Horizonte del liberalismo, comienza a dar los primeros esbozos de lo que llamará posteriormente razón poética: “Cuando la razón estéril se retira, reseca de luchar sin resultado, y la sensibilidad creada solo recoge el fragmento, el detalle, nos queda solo una vía de esperanza: el sentimiento, el amor, que, repitiendo el milagro, vuelva a crear el mundo.” (Zambrano, 1966, p.289). La filósofa comienza a dilucidar una nueva forma de pensar, un pensar que se tome de la mano del sentimiento y el amor, para crear nuevos mundos.
El hombre como un ser integral constituye una de las bases de la idea de razón poética, puesto que el hombre no es un ser únicamente, político, lógico o recto, también es una serie inmensa de emociones, sensaciones y sentimientos. Por lo tanto, el pensamiento filosófico y el que da lugar también a políticas públicas debe tomar en cuenta al hombre como algo más que solo una máquina viviente.
El hombre no habita el mundo en singularidad y destierro, sino, en comunidad. La urgencia que siente Zambrano respecto a la comunidad refiere al pensamiento colectivo, al sentir colectivo que unido puede más que el pensamiento ensimismado de uno solo. Porque, como se mencionaba antes, la poesía busca el rostro del otro y es así como logra sentir para luego expresar y razonar.
La razón poética se manifiesta claramente en los escritos de la pensadora, pues sus letras están cargadas de pensamientos profundos que indagan también en el vasto océano de su alma. Se trata de dar razones que se dicen mediante poesía o prosa musical, otras configuraciones del mundo que la razón por sí sola no podría haber descubierto.
Se intuye [...] una invitación a la acción, la manera como en la cotidianidad podría hacerse efectiva la razón poética; provoca el tránsito de la palabra escrita a la experiencia humana, del mero pensar al hacer, que ya no sería en modo improvisado, sino que estaría mediado por la conciencia, variante que le infunde al ser humano una nueva manera de aproximarse a la realidad. (Del Socorro, 2019, 2-3).
Y tiene razón, la idea de razón poética se da cuando las palabras inertes de los pensamientos racionales se confrontan con el sentimiento individual y el de la comunidad, luego mutan y se convierten en acciones que no solo ven la realidad de forma distinta, pues se conjugan diversos saberes, pensamientos y vivencias, sino, que la transforman. ¿Qué pasaría si las ciudades fueran pensadas y creadas bajo la razón poética?
La razón poética es una razón viva. Dice Zambrano (1989) “Quiere decir que la razón humana tiene que asimilarse el movimiento, el fluir mismo de la historia [...] adquirir una estructura dinámica en sustitución de la estructura estática que ha mantenido hasta ahora.” (79). La filósofa, estudiosa de la historia de la filosofía, se dio cuenta de la permanente idea que se ha tenido sobre la razón, algo firme y rígido
que no había de cambiar mucho con los años, bajo los mismos preceptos que deben
ya ser reconstruidos.
Es cierto que gran parte de su obra esta atravesada por lo vivido durante el exilio y la guerra en España. La razón poética surge en este contexto como una desesperada necesidad de que las personas vuelvan a sentir el amor, la compasión, la comunidad, el respeto, frente a territorios y vidas devastadas por el hambre de poder e invasión del hombre. Esta razón es una urgencia por volver a ver al otro y reconstruir un país. Es claro que se busca el surgir de un nuevo humanismo que tome en cuenta a la razón poética para reconstruir los ideales de una nueva época, de un nuevo porvenir
lleno de posibilidades. Es aquí donde la poesía entra como una humilde salvadora.
La revelación del espíritu en la poesía es uno de los pilares en los que la filósofa sustenta su propuesta. La poesía permite aproximarse a la realidad para comprenderla sin juzgarla; es una esquina desde la que es posible soñar y proponer, sin presunción, verdades que construyen porque están despojadas de todo ánimo de protagonismo y arrogancia. Verdades que, por su acento suave, parecieran a primera vista insuficientes, pero que, al ahondar en ellas, se descubren completas con sorpresa, y alcanzan así, sin pretenderlo, una mayor fuerza, fecundidad y potencial creador. (Del Socorro, 2019, 6).
Hay momentos de la historia que requieren la suavidad de las palabras poéticas, otros que requieren la fuerza de las letras que sollozan, pero siempre se necesita a la poesía para sobrevivir.
La ciudad para Zambrano “[...] no es una mera abstracción de cuerpos geométricos, ni la sola disposición de las construcciones en el espacio. Las ciudades se viven,” (Laguna, 2015, 23) Las ciudades se viven y a la vez, según su configuración, nos van quitando o alimentando la vida. Las grandes ciudades, de las que se escribe comúnmente, están llenas de autos, ruido, demasiadas personas y demasiados lugares que descubrir, en donde también hay autodescubrimiento, porque en la jungla de cemento se enfrentan todo tipo de pensamientos, ideologías, creencias, costumbres y razones. María Zambrano vivió muchas ciudades, se hicieron parte de ella y formaron parte de sus indagaciones y palabras.
Lo que más llamaba la atención de Zambrano sobre las ciudades es aquello que ocultan, pues detrás su vasto territorio, numerosas leyendas y enormes monumentos, siempre hay personas, momentos e historias que ignoramos, por desconocimiento o por tradición. Las historias de amor y desamor de pequeñas personas cuyos nombres desconocemos, y también las de los personajes que han construido la historia de las ciudades, como el amor entre Carlota y Maximiliano de Habsburgo en Ciudad de México, el presidente Kennedy y Marilyn Monroe en Nueva York, o la terrible matanza en Tlatelolco en el 68; en fin, hechos que parecen ocultos a la vista del turista e incluso de los citadinos, pero que aún reverberan en las plazas y edificios que un día fueron testigos de los hechos.
Decía Laguna en 2015 que “Cometen injusticia quienes la miran únicamente desde
lo que está a la vista, y olvidan lo que yace en silencio en “`las vísceras de la ciudad´”
(26). Recuerdo en París un día soleado en que caminé hasta la glorieta de la Bastilla, varias cuadras antes caminaba maravillada, con las piernas y manos temblorosas al verla a lo lejos, ese símbolo de libertad, igualdad y fraternidad de un pueblo, que impactó a todo un siglo de pensamiento filosófico y poético, a la política y las naciones que observaban al otro lado del mundo, mientras, alrededor de mí, otros turistas tomaban una foto y en segundos se iban del lugar, decenas de personas pasaban sin siquiera voltear a ver el monumento, sin reconocer el paso del tiempo, la sucesión de las luchas.
“Las vísceras de la ciudad pueden ser ofendidas por el hombre que no siente el mundo como un animal viviente y que, al pisar la tierra, cree que puede poner el pie en cualquier lugar, ignorando que, al transitarla, podría hacerla temblar y sumergirla.” (Zambrano, 2009, 174). Las ciudades padecen también, a pesar de su majestuosidad, sus enormes edificios y su historia, el paso de los fenómenos naturales y los sociales. Las ciudades andan como si fueran invencibles, los monumentos se levantan como si no fueran un día a caer y su gente camina a toda prisa como si no fuera a morir, esa es tal vez la magia de las ciudades, que todo lo que muere lo envuelve en su manto de magnificencia y lo hace, en apariencia, inmortal. Porque las ciudades se destruyen con terremotos, tsunamis o guerras, pero se vive siempre como si fuera invencible. Pero las ciudades también pueden destruir personas.
La ciudad, eterno motivo de las letras artísticas de la poesía y la literatura, logra inmortalizarse, como siempre lo ha querido, en el papel o en los corazones de sus habitantes y visitantes. La ciudad la viven las poetas más intensamente que cualquiera, porque existe dentro de ellas el sentir de una razón distinta, la razón poética que sugiere María Zambrano.
En la poesía podemos vivir y sentir a las ciudades:
9 de septiembre del 2022
Mi vuelo a Ciudad de Méxicosalía a las 11:00 de la mañana el nueve de septiembre de 2022.
Era el vuelo L78021 de Aeroméxico.
Por meses ansié el momento de regresar
y hacer las paces
con el país que me crio
y ver de nuevo a la gente que amo.
No tomé el vuelo. aprendí a hacer las paces con poesía.
Y aprendí que la gente que amo hoy está
en todas partes donde me encuentro
Septiembre es un mes más
en el que no regresé a México…
Emma del Carmen
Ante una humanidad que no se asombra con los atroces actos, las mujeres han tomado también al arte para exigir justicia y expresar el desgarrador sentimiento de la ausencia de nuestras hermanas que nos arrebatan día a día. La poesía como una forma de denunciar acontecimientos sociales siempre ha estado presente en el sentir estético, los espacios públicos (como las ciudades) y las letras también son lugar para seguir exigiendo justicia, para hacer escuchar nuestras voces y, por supuesto, para incomodar a esa sociedad que no se incomoda con las muertas, las violadas, las acosadas y abusadas.
El hecho de que las mujeres tomen el espacio público para proponer, cambiar y revolucionar legislaciones, ideas y culturas, a veces con arte, otras con voces fuertes que gritan y exigen, ha provocado demasiada incomodidad. La cuestión es que la incomodidad es parte de la finalidad de la toma de los espacios públicos, pues sin ella, el sacudir de las calles se quedaría solo en eso y no repercutiría en la conversación pública. La historia se repite, y al igual que en la Odisea cuando Telémaco le pedía a su madre, Penélope, que callara y se ocupara de su trabajo porque la palabra era cosa de hombres, así pasa similarmente ahora, las voces de las mujeres en el espacio público son silenciadas, invisibilizadas o canceladas, solo son aceptadas las voces que piden con modales y por favor, que las cosas cambien. Y, por supuesto, algunos deciden cuáles voces son las que valen y cuáles no, cuáles son las formas correctas de pedir, pero nunca de exigir. (Beard, 2014, s.p).
Homero, en sus textos, explicaba que el hombre ha de controlar lo que se
dice en público. Decía Mary Beard “Las palabras que utiliza Telémaco son también significativas. Cuando dice que “la palabra” es “cosa de hombres”, dice muthos, pero no en el sentido que nos ha llegado a nosotros como “mito”. En el griego homérico se refiere al discurso público con autoridad (no a la charla, el cotorreo o los chismes que cualquiera -mujeres incluidas, o sobre todo las mujeres- puede practicar).” (Beard, 2014, s/p). Desde ese momento y hasta ahora, el hecho de que una mujer o un grupo de mujeres se quiera hacer escuchar ha causado incomodidad, algunas lo logran, pero no siempre sin que los medios tergiversen el discurso.
Y es que el uso público del discurso siempre ha sido político y más una cuestion de hombres, se ha hecho parte de la construcción de género, que un “verdadero hombre” se haga escuchar. Aunque ahora las mujeres hemos salido a ejercer nuestro derecho, el espacio del discurso sigue siendo mayoritariamente de hombres, y cuando las mujeres lo tomamos, se tiene la idea de que hay que controlarlo o suprimirlo. “[...] -unas visiones que, en lo esencial, se remontan a hace dos milenios – todavía subyacen en nuestras ideas sobre la voz femenina en público y nuestra incomodidad con ella.” (Beard, s/a, s/p).
Es propicio recordar aquí a Kant, quien proponía que para llegar a ser un pueblo ilustrado se debía ejercer el uso público de la razón, aprender a cuestionar gobiernos, sacerdotes y demás autoridades ante los oídos y ojos de la comunidad. Podemos rescatar que es en el espacio público en donde se debe ejercer el derecho a cuestionar y proponer.
Esto nos remonta a las palabras de María Zambrano, que si bien no se hablaba
de la toma del espacio público, sus letras nos invitan a ser parte de los espacios, a que resuene nuestro pensamiento, pero sobre todo nuestra libertad en los rincones de las ciudades.
Como las ciudades se viven, las heridas que nos dejan son cicatrices que cargaremos para siempre. Las vivencias recolectadas en ellas pueden ser transformadas en poesía que, al igual que la filosofía, se cuestionan inumerables secuencias de la vida (en las ciudades). Porque la poesía también detona la duda y los cambios:
Ni brisa ni sombra.
¿Por qué, muerte, así te escondes? Sal, salte, sácate de tu abismo, escápate tú, ¿quién te retiene?
¿Por qué no borras con tu mirada el universo?
¿Por qué no deshaces las piedras
con tu sombra, con tu muerte, sólo con tu sombra,
con tu mano desnuda, con tu rostro de estatua,
desnuda presencia a quien nada resiste? Enseña, muestra tu cara a los mundos, que ya no haya espacio,
ni cielos, ni viento, ni palabras.
Quiero hundirme en el silencio.
María Zambrano (2018)
Hemos visto aquí la inquebrantable, aunque a veces fragmentada, relación entre filosofía y poesía, que a pesar de ser de naturalezas distintas siempre han de ir de la mano, para lograr un pensamiento como el de la razón poética que nos propone Zambrano, que deje al sentir propio de la existencia, libre para ser, pero siempre con la chispa de la duda filosófica.
Las ciudades, como lugar poético para inumerables autoras, se reunen aquí para hablar de las miles de experiencias sensibles que provocan en nosotras y que son también la cuna de revoluciones de pensamiento y, por lo tanto, de cambios sociales. Es en momentos así en que la filosofía y la poesía vuelven a cobrar un papel importante en las sociedades, se vuelven parte de la discusión pública para el debate de nuevas y viejas ideas, por ejemplo el reclamo de las mujeres por construir una nueva ciudad donde ellas no sean sacrificadas.
En ese reclamo, como vía Zambrano, la poesía, tiene el poder de sacar al alma misma a flor de piel para contar sus vivencias, para conmover y mover personas y colectivos enteros. Porque la poesía también es resistencia y le recuerda a la ciudad que un nuevo rumbo es posible.
Beard, Mary. (2014). La voz pública de las mujeres. Letras Libres. Recuperado de https://letraslibres. com/revista/la-voz-publica-de-las-mujeres/
Del Carmen, E. (2022). 9 de septiembre del 2022. Recuperado de: https://www.instagram.com/p/ CiS8CjyK0tl/
Del Socorro, G. (2019). La razón poética en Zambrano: algunas claves interpretativas para esentrañar su sentido. Pontificia Universidad Javeriana, Universitas Philosophica. Recuperado de: https:// www.redalyc.org/journal/4095/409571290008/
Huergo, A. (2022). Ciudad del México... ¿querido? Recuperado de: https://mundonuestro.mx/ content/2022-03-06/sin-miedo-a-escribir
Kant, I. (2004). ¿Qué es la ilustración? Madrid: Alianza.
Laguna, R. (2015). Habitaciones del pensamiento. La ciudad en la filosofía de María Zambrano.CDMX:
Universidad Nacional Autónoma de México.
Odisea, L. A., Canto, X., La, C., Del, I., & Ogigia267, S. (s/f). Edu.mx. Recuperado de http://bibliotecadigital. ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Odisea.pdf
Zambrano, M. (2020). El hombre y lo divino. CDMX: Fondo de Cultura Económica. Zambrano, M. (2006). Filosofía y poesía. CDMX: Fondo de Cultura Económica.
Zambrano, M. (1996). Horizonte del liberalismo. Ediciones Morata. Zambrano, M. (1989). La reforma del entendimiento. Barcelona: Anthropos Zambrano, M. (2009). Las palabras del regreso (Antología). Madrid: Cátedra.
Zambrano, M. (2018). Ni brisa ni sombra. Trianarts.com. Recuperado de: https://trianarts.com/maria-zambrano-ni-brisa-ni-sombra/#sthash.KLaG5jNP.dpbs