Felix Alejandro Cristiá
En el presente ensayo se analiza cómo el falsacionismo propuesto por Karl Popper –así como el pensamiento de algunos filósofos presocráticos– puede resultar de gran relevancia para evitar caer en el dogmatismo, resguardándonos de la falsa información y contribuyendo a forjar un mejor pensamiento crítico.
In the present essay it is analyzed how, as a result of falsifiability (falsificationism) –as well as the thinking of some pre-Socratic philosophers– the concepts of Karl Popper can be of great relevance to avoid falling into dogmatism, protecting us from false information and contributing to forging a better critical thinking.
Key words: Falsifiability, public opinion, Karl Popper, epistemology, Xenophanes
Uno de los aspectos que ha caracterizado a gran parte de la historia de la filosofía es la presunción de que esta disciplina es ajena a cualquier posición dogmática. Sin embargo, hemos de admitir que ni siquiera la filosofía se ha logrado desprender de ese vicio (dogmatismo), en numerosas ocasiones adoptando la forma de religión, por un lado, o de una teoría fundamentada en algún ser al que le otorgan una cualidad comparable al de profeta incuestionable, por el otro.
La superstición ha acompañado a la humanidad durante toda su historia. Las teorías científicas y filosóficas descansan en muchos casos sobre supuestos erróneos, a veces mezclando lo sabido con lo desconocido.
¿Cuántos han caído de nuevo al escalón más bajo de la inteligencia y se aferran a la superstición cuando el razonamiento ha llegado a un límite para poder brindar una solución a algo que no se ha terminado de comprender? Así
se han forjado tradiciones. A propósito de la superstición, decía muy certeramente el gran filósofo neerlandés que “[…] la constancia del vulgo es la contumacia y que no se guía por la razón, sino que se deja arrastrar por los impulsos, tanto para alabar como para vituperar” (Spinoza, 1997, 72). La superstición ha persistido, y se ha instalado en la opinión pública con tal facilidad que en numerosas ocasiones suele tomarse como una verdad a defender a cualquier costo.
Sin embargo, tampoco ha existido para tales tópicos un método exacto de investigación ni de corroboración de resultados: entre la observación de los fenómenos de la naturaleza y las conjeturas que sustentan las teorías hay un abismo inmenso. Afortunadamente, el desarrollo del conocimiento humano ha avanzado de la mano de distintos pensadores que construyeron la modernidad. A propósito de algunos de ellos, el filósofo vienés Karl Popper (1991, 26) comenta:
El nacimiento de la ciencia moderna y de la tecnología moderna estuvo inspirado por este optimismo epistemológico cuyos principales voceros fueron Bacon y Descartes. Ellos afirmaban que nadie necesita apelar a la autoridad en lo que concierne a la verdad, porque todo hombre lleva en sí mismo las fuentes del conocimiento.
Pero tras grandes pensadores, proliferan distintas corrientes de investigación, las cuales se muestran tan antagónicas como los sistemas de creencias de la especie humana, que claman ser voceras de la verdad absoluta e indiscutible.
Ahora bien, ¿qué tal si los humanos, en lugar de creer que poseen conocimiento certero, aceptaran que no es posible obtener tal conocimiento, que nunca lo han tenido y que nunca lo tendrán? Se entiende certero, claro está, como justificado, irrevocable. Según Karl Popper, no es posible justificar una teoría ni fundamentarla: se puede establecer su falsedad, pero nunca su veracidad, porque toda teoría tarde o temprano es revocada o reemplazada por una mejor. Por supuesto que adoptar una postura de este tipo no es una labor sencilla, pues las personas construyen su identidad y sus criterios según una serie de supuestos cimentados en sus hábitos.
El filósofo austríaco dice que nuestro conocimiento puede aspirar a aproximarse a la verdad, pero la verdad –absoluta, irrevocable–no está a nuestro alcance. Entonces, ¿en qué consiste nuestro conocimiento? En conjeturas. Nuestro conocimiento es conjetural; y la verdad, desde el punto de vista de este autor, es la correspondencia de las proposiciones con los hechos, es decir, la constatación de la información con el mundo práctico: lo que conocemos por real. Por lo tanto, para todo aquel que no ha dejado de ver necesario el diálogo y el juego interminable del descubrimiento, podría encontrar en Karl Popper, así como en algunos de los filósofos presocráticos a los que este autor convoca,
valiosos aportes para incentivar la salida del dogmatismo y abrirse a la discusión crítica, por lo cual la teoría de este autor no queda únicamente en la investigación científica.
El objetivo del presente ensayo consiste en analizar las principales ideas de Karl Popper sobre cómo el ser humano obtiene y desarrolla conocimiento mediante la autocrítica, la contrastación empírica y la apertura constante al diálogo. Para ello se aborda, primeramente, el concepto de falsacionismo como ofrece respuesta al llamado problema de la inducción. A continuación, se explica cómo nuestro conocimiento es conjetural, para luego exponer algunos de los problemas de la opinión pública. Finalmente, se analiza la manera en que se puede huir del dogmatismo y propiciar la discusión crítica entre distintas posturas, situando las discusiones por encima de los problemas relativos a las definiciones, la autoridad y la certeza de poseer la verdad.
Ahora bien, antes de proseguir, se ilustra un ejemplo pertinente. La naturaleza humana tiende a buscar relaciones que no existen. Tenemos la inclinación de fijar orden en donde lo que predomina son cuestiones que simplemente no alcanzamos a comprender por completo. A Pitágoras se le ha atribuido el pensamiento de que el universo está compuesto por patrones armónico-matemáticos. Tal creencia se alejó paulatinamente de lo místico y lo simbólico para traspasar los milenios bajo la teoría denominada armonía o música de las esferas. Diversos científicos e intelectuales se entregaron a la tarea de demostrarla por medio de datos científicos, en conjunción con la geometría euclidiana. Johannes Kepler fue uno de ellos. Pero, a pesar de su deseo de demostrar que el universo posee una estructura armónica invisible, fruto de una mano divina, sus investigaciones lo condujeron a darse cuenta de su inviabilidad. Kepler pudo forzar sus cálculos para hacer coincidir los postulados a la Armonía, sin embargo, mantiene un compromiso con su profesión, al continuar sus estudios y llegar a conclusiones mejor constatadas. Ese camino le permite arribar a sus tres leyes acerca del
movimiento elíptico de los planetas, logro que seguramente no hubiera alcanzado si hubiera persistido en las supersticiones cósmicas milenarias que todavía gozaban (y gozan) de popularidad. Finalmente, cabe añadir que la fe religiosa personal de este brillante personaje de la historia nunca menguó, porque una cosa no destituye a la otra.
Y es que claro ningún hombre lo ha visto, ni
será conocedor de la divinidad ni de cuanto digo
sobre todas las cuestiones. Pues incluso si lograse el mayor éxito al
expresar algo perfecto, ni siquiera él lo sabría. Lo que a todos se nos
alcanza es conjetura.
Jenófanes de Colofón, DK 21 35(34)
Jenófanes de Colofón, filósofo presocrático del Siglo V a.C., considera que nuestro conocimiento es conjetural. Según este pensador, el ser humano no puede acceder a la verdad y, aunque pudiera hacerlo, no se percataría de ello. Sin embargo, debido a los distintos tradicionalismos y a la vida práctica social humana, es común creer que algunas ideas son hechos irrevocables. Tal creencia pone en riesgo la posibilidad de hacer nuevos y mayores descubrimientos.
En la actualidad, con el incremento desenfrenado de la información al alcance de prácticamente todas las personas a través de los distintos medios de comunicación, se podría suponer que la humanidad está más cerca de superar sus miedos y prejuicios. Lamentablemente no es así. En el día a día, las personas siguen aferrándose a sus convicciones del momento. Tanto quienes se despreocupan por el acontecer social como los que se hacen llamar intelectuales, indistintamente de la postura política o filosófica, no buscan información que refute sus creencias; por el
contrario, eligen informarse con el contenido que legitime sus actuales posturas.
Se suelen hacer conferencias y coloquios en las universidades sobre determinado tema, donde en la mayoría de los casos el público es preponderantemente conformado por personas que se adhieren a las teorías o contenidos de ese tema en específico. Los panelistas normalmente pertenecen al mismo campo de acción; no se fomenta la participación de personas que sostengan ideas contrarias, como si se intentara huir de todo aquello que podría contrastar lo que se da por sentado. Al respecto Noelle-Neumann (1995, 226), siguiendo al psicólogo social Gary
I. Schulman, dice que “[…] los partidarios de una opinión mayoritaria que alcanza una extensión suficiente llegarán, con el tiempo, a ser incapaces de argumentar adecuadamente a su favor, ya que nunca encuentran a nadie que tenga una opinión diferente”, esto porque están acostumbrados a darla por un hecho: no necesitan explicarla.
Lo que resulta más preocupante aún, es que en numerosos casos se intenta censurar la participación de algún grupo con la excusa de la moralidad, en lugar de aprovechar la situación para generar debates y discutir abiertamente los puntos de inflexión. Por el contrario, los grupos crean bandos, y entre ellos discuten una y otra vez acerca de lo que ya saben. Se dicen las mismas cosas, pero con más palabras. El contenido informativo aumenta, pero no avanza. Las propuestas quedan inmersas en un mundo que ellos mismos intentan construirse y que toman por verdadero, mientras rechazan, de manera prácticamente inmediata, ideas que podrían poner en riesgo sus convicciones.
Ahora bien, ¿dónde entra Karl Popper en todo esto? A raíz de lo anterior se hace sumamente importante señalar lo que este pensador sostiene que debe tener toda discusión racional, los que llamó principios éticos (Popper, 1999, 79):
El principio de falibilidad. Tal vez esté yo equivocado y quizás esté usted en lo cierto; pero,
naturalmente, ambos podemos estar equivocados.
El principio de discusión racional. Tenemos que contrastar críticamente y, naturalmente, lo más impersonalmente posible las diversas teorías (criticables) que están en discusión.
El principio de aproximación a la verdad. Casi siempre podemos acercamos a la verdad con ayuda de tales discusiones críticas, y casi siempre podemos mejorar nuestra comprensión, incluso en aquellos casos en los que no llegamos a un acuerdo.
La postura a la que podemos llamar escéptica atemperada adopta, como punto de partida del proceso de investigación, un escepticismo moderado. Es abierto, pues no da por un hecho lo que se presenta, aunque pueda parecer una verdad. Ahora bien, tampoco se trata de arrojarse hacia una nueva crisis pirrónica1 como podría acontecer si se siguiera el escepticismo clásico. A lo largo del presente ensayo se desarrollan y discuten estos principios, aplicándolos a los métodos de obtención de conocimiento, así como a la discusión racional entre proposiciones presuntamente opuestas. El fin es que la postura escéptica atemperada sea reemplazada –cuando la investigación alcance mayor madurez– por la postura crítica.
A los mortales no se lo enseñaron los dioses
todo desde el principio, sino que ellos, en su búsqueda a través del
tiempo, van encontrando lo mejor.
Jenófanes de Colofón, DK 21 20(18)
Con el avance de las ciencias y de las teorías, el deseo de encontrar el método infalible de investigación, el método científico, invade a gran cantidad de pensadores. Durante su búsqueda, varios de ellos llegan a la conclusión de que el mejor método para lograr tal meta es el inductivo. Pero otros ven en la deducción la mejor manera de obtener conclusiones certeras, y aspiran a alcanzar la pureza de la geometría y la aritmética.
David Hume reconoce la importancia fundamental de las observaciones y de la experiencia para el desarrollo de las investigaciones. Así se diferencia de los racionalistas, quienes más bien se decantan por el método deductivo. Al respecto nos comenta este filósofo escocés: “No hay un solo fenómeno, ni aun el más simple, de que pueda darse razón por las cualidades de los objetos tal como se nos manifiestan, o que podamos prever sin ayuda de nuestra memoria y experiencia” (Hume, 1984, 172). Sin embargo, en este punto Hume –así como haría Kant– también reconoce un problema.
La inducción tiene que ver con las relaciones de hechos. Se refiere a hechos contingentes, a diferencia de las relaciones de ideas que refieren a conceptos abstractos como en el caso de la lógica o las matemáticas. La cuestión es que de una inducción se puede obtener una conclusión: lo que se espera tras una serie de resultados idénticos obtenidos por la observación y la cuantificación. En otras palabras, la justificación de una teoría radica en la repetición de los resultados (expectativa de regularidad). Lamentablemente, un hecho idéntico, al contrario de lo que se podría suponer, no fortalece la teoría, sino que la mantiene estable; pero haría falta tan solo un hecho diferente para que toda la teoría sea descartada. A propósito del problema de la inducción, Karl Popper (1980, 29) apunta:
A partir de la obra de Hume debería haberse visto claramente que aparecen con facilidad incoherencias cuando se admite el principio de inducción; […]. Así pues, si intentamos
afirmar que sabemos por experiencia que es verdadero, reaparecen de nuevo justamente los mismos problemas que motivaron su introducción: para justificarlo tenemos que utilizar inferencias inductivas; para justificar éstas hemos de suponer un principio de inducción de orden superior, y así sucesivamente. Por tanto, cae por su base el intento de fundamentar el principio de inducción en la experiencia, ya que lleva, inevitablemente, a una regresión infinita.
El problema de la inducción/problema de Hume, podría ser explicado brevemente, desde el punto de vista de Popper (1998), de la manera que se indica a continuación:
En los campos científicos es habitual la creencia de que existe, al menos, una ley universal (la naturaleza presenta –aparentes– regularidades). Uno de los objetivos de la ciencia es conocer estas leyes de la naturaleza.
Sin embargo, no es posible llegar a una ley universal por medio de la observación de casos particulares; es decir, la expectativa de regularidad no garantiza que esta ley se cumpla en todo espacio temporal (por ejemplo, bastó con que apareciera un cisne negro para refutar la afirmación de que todos los cisnes son blancos).
A pesar de eso, dentro del marco de la actividad científica (factual), los avances se logran mediante la observación y la experimentación.
Por tanto, y según lo anterior, si se asume la premisa de que existe al menos una ley universal, la manera de acceder a esta es por medio de la observación. No obstante, no se puede afirmar la veracidad de una ley por medio de un conjunto de observaciones particulares. Añadido a esto, ha sido común dentro de la ciencia inductivista (normativa) la creencia de que toda teoría es verdadera o falsa, es decir, bilateralmente decidible.
Ahora bien, antes de publicar Conjeturas y refutaciones, Popper ya había desarrollado los principales acercamientos a su método de investigación. En la sección 5 de la primera parte de su libro La lógica de la investigación científica, Popper (1980) informa sobre los tres requisitos que debe tener todo sistema teórico empírico: debe ser sintético, debe cumplir con el criterio de demarcación2, es decir, la falsabilidad, y finalmente debe distinguirse de otros sistemas por el hecho de representar el mundo de la experiencia, esto es, la corroboración.
De esa manera, una teoría que pretenda corresponderse con la realidad es aquella “[…] que se le ha sometido a contraste y ha resistido las contradicciones” (Popper, 1980, 39). La falsabilidad se opone a la verificación de una teoría, pues la verificación brinda una falsa noción de progreso. Si por medio de la observación y la experimentación se obtienen los mismos resultados, o se pretende fortalecer lo ya conocido, realmente no hay un avance científico o epistémico, sino un estancamiento. Así bien, el enfoque popperiano es diferente.
El falsacionismo implica que toda teoría debe ser susceptible de falsación. Se intenta contradecir la misma para probar su solidez mediante contra-ejemplos. La teoría se corrobora si sobrevive a dicha falsación, por lo que las teorías nunca quedan cerradas (son unilateralmente decidibles). Un sistema teórico que hoy sobrevive a la contrastación empírica, puede que no sobreviva dentro de diez años, puesto que es posible dar lugar a nuevas teorías. De esa manera avanza la ciencia y el conocimiento, no mediante la comprobación de su estabilidad. Tal es la solución que Popper da al problema de la inducción. El conocimiento no es, por lo tanto, certero o absoluto, sino provisional.
Hasta este momento se ha ofrecido aquí una exposición acerca de teorías y del conocimiento preponderantemente científico, por lo que cabe la pregunta: ¿Qué importancia tiene esto con las discusiones generales o particulares de distintas áreas de acción, o con la
manera en que los seres humanos se informan o forjan su pensamiento crítico?
La relación es más cercana de lo que se podría suponer a simple vista. Así como se llega a la mejor teoría basándose en su capacidad de sobrevivir a la mayor cantidad de tentativas de refutación, se puede hacer también referencia a las proposiciones, a las noticias y, en general, a toda clase de información que se produce y recibe día tras día.
Preciso es que te enteres de todo: tanto del corazón imperturbable de la verdad
bien redonda como de las opiniones de mortales en que no
cabe creencia verdadera. Aun así, también aprenderás cómo es preciso que las opiniones sean en apariencia, entrando
todas a través de todo.
Parménides de Elea, DK 28 1(30)
El dogmatismo –entendido como la actitud de defender las creencias propias y a la negación de discutir sus postulados– obstaculiza la generación de preguntas o de continuar la investigación respecto a cuestiones que se dan por un hecho. El dogmatismo no solo se alimenta de la autoridad de los medios de información, también del conformismo. Así bien, vale la pena prestar atención una vez más al filósofo austríaco cuando dice: “[…] yo no creo en la creencia: no estoy interesado en una filosofía de la creencia y no creo que las creencias y su justificación o fundamento o racionalidad sean el objeto de la teoría del conocimiento” (Popper, 1998, 62).
El método propuesto por Karl Popper para la investigación –el de las conjeturas y las refutaciones– no sigue una serie de reglas precisas como si se tratara de una receta, sino que podría ser representado de la siguiente manera: se establece el objeto de estudio. Puede haber observaciones, por supuesto, y se crea una hipótesis; por medio de las conjeturas (prueba y
error) la teoría va desarrollando su contenido informativo para que, a continuación, sea contrastada, primero con la lógica propia de sus enunciados para vencer el principio de no contradicción, y segundo, empíricamente, con el fin de conocer si la teoría se adapta a las concepciones coetáneas acerca del mundo práctico. En tanto la teoría sobreviva a más contrastaciones, más posibilidades posee de ser corroborada o de posicionarse por encima de otras investigaciones similares, así bien “La irrefutabilidad no es una virtud de una teoría (como se cree a menudo), sino un vicio” (Popper, 1991, 61).
Karl Popper, en El mundo de Parménides, presenta una serie de artículos acerca de los siempre interesantes filósofos presocráticos. Como se ha indicado anteriormente con Jenófanes, el conocimiento al que el ser humano puede aspirar es conjetural. A propósito de esto, Popper (1999, 15) comenta:
Tal vez con la única excepción de Protágoras, quien parece argüir en contra, todos los pensadores anteriores a Aristóteles establecieron una separación tajante entre conocimiento, esto es conocimiento real, verdad cierta (saphes, alétheia y posteriormente episteme) que posee un carácter divino y sólo es accesible a los dioses, y opinión (doxa) que pueden poseer los mortales y que Jenófanes interpreta como conjetura susceptible de mejora.
Eso no significa que haya que arrojarse al escepticismo radical por no poder llegar a saber nada dentro de un mundo contingente e incierto; más bien es una oportunidad: el avance del conocimiento se lleva a cabo por una cada vez mayor aproximación a la verdad; corresponde a un mundo en constante evolución. Evóquese ahora la figura de otro filósofo presocrático, Parménides de Elea, del cual solo se conserva su Poema. Este se divide en dos partes: la vía de la verdad y la vía de las opiniones. Esta última es interpretada por Popper (1999) como la vía de las conjeturas, o
bien, del conocimiento conjetural, y no por lo que comúnmente ha sido entendido cual opinión.
Me refiero a la doctrina de Parménides de que las opiniones de los mortales son ilusiones y el resultado de una elección mal guiada, una convención mal aconsejada. (Esta, a su vez, puede provenir de la doctrina de Jenófanes de que todo conocimiento es conjetura, y de que sus propias teorías son, en el mejor de los casos, sólo similares a la verdad). (Popper, 1991, 32-33).
Ahora bien, a menudo se confunde conjetura con opinión, y esta última con razón. Una opinión es habitualmente reconocida como verdad si, por ejemplo, es adoptada por una mayoría, pero la conjetura, por otro lado, no se reconoce ni como mera opinión ni como verdad.
Para ilustrar lo anterior, a continuación, se explica brevemente uno de los problemas relacionados con la opinión, puntualmente de la opinión pública.
La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann desarrolla una teoría denominada La espiral del silencio. Parte de una premisa: el ser humano siente miedo al aislamiento –a lo que el autor de estas páginas añade: miedo a la confrontación.
Es habitual que las personas se adhieran fácilmente a las ideas mayoritarias o con las que presenten mayor familiaridad. La autora referida ofrece la siguiente definición: “Las opiniones públicas son actitudes o comportamientos que se deben expresar en público para no aislarse” (Noelle-Neumann, 1995, 234).
Neumann identifica dos tipos preponderantes de actitud: el primero es lo estático y se refiere a lo que se desarrolla mediante la tradición. El segundo es lo cambiante, que ocurre cuando la persona observa los cambios de opinión suscitados en la sociedad. Si esos cambios se identifican con sus posturas personales, la persona será más
propensa a comunicarlo abiertamente en todos los medios que pueda. Sin embargo, si sus ideales son distintos, tenderá a no compartirlos abiertamente, sino en grupos reducidos o afines.
Todos los fenómenos de opinión pública implican una amenaza de aislamiento. Nos encontramos con una manifestación de la opinión pública siempre que los individuos carecen de libertad para hablar o actuar según sus propias inclinaciones y deben tener en cuenta las opiniones de su medio social para evitar quedarse aislados. (Ibíd., 148).
De esa manera, la autora intenta explicar cómo los medios de comunicación influyen en el comportamiento social o incluso lo construyen. El proceso es análogo a una espiral, porque la población está bajo observación constante de la opinión de los demás. Por eso, a mayor cantidad de personas que callan sobre determinada postura o idea, mayor será la percepción colectiva de que la idea contraria adoptada abiertamente es la preponderante o mayoritaria.
Para reforzar su teoría, Noelle-Neumann replantea las hipótesis según los resultados de los experimentos efectuados durante su investigación, pues no siempre la opinión pública se percibe de la manera esperada. En efecto, “Un aspecto importante del examen empírico de las teorías consiste en determinar sus límites, en encontrar las condiciones en las que una teoría no se confirma y debe, por ello, modificarse” (Ibid., 224) (las cursivas son mías). Por ejemplo, cuando los medios de información no comunican suficientemente sobre algún tema contrario a la opinión mayoritaria, las personas no conocedoras, aunque se declaren en contra, tienden a ser más cautas a la hora de expresarse.
Ahora bien, la espiral del silencio no es infinita. La autora reconoce que su alcance llega hasta cierto límite cuando se encuentra con lo que llama “el núcleo duro”, que se presenta de manera más próxima o lejana según el caso particular. Ese núcleo duro es el grupo conformado por la población que reafirma su
posición cuando se percibe a sí misma como un cambio favorable o necesario. Es el grupo que no teme al aislamiento. Por ejemplo, su aparición es más frecuente en ambientes electorales, donde están en juego intereses de varios sectores o grupos sociales.
Esta teoría no ha estado exenta de críticas, por supuesto. Entre ellas se podría sugerir que, con el auge de los medios masivos de información y la tecnología, la gente es menos propensa a sentir miedo de expresar sus opiniones, porque lo hacen desde el escudo de los aparatos digitales o por medio del anonimato3. Sin embargo, no es este el lugar para detenerse en asuntos de comunicación y medios de información. Lo que se pretende es hacer notar el grado de maleabilidad que puede poseer una simple opinión. Popper (1991, 38) una vez más inspirado en el pensamiento de los mencionados presocráticos, sostiene que la solución reside
en comprender que todos nosotros podemos errar, y que con frecuencia erramos, individual y colectivamente, pero que la idea misma del error y la falibilidad humana supone otra idea, la de verdad objetiva: el patrón al que podemos no lograr ajustarnos […]. También implica que, si respetamos la verdad, debemos aspirar a ella examinando persistentemente nuestros errores: mediante la infatigable crítica racional y mediante la autocrítica.
En efecto, una opinión se distingue de la conjetura en que esta última es producto de un proceso análogo al del ensayo y error, mientras que la opinión se basa más en observaciones de comportamiento sin contrastación.
Así bien, después de haber empezado por una postura escéptica atemperada, contrastando la información con falsadores posibles así como con otras teorías similares, y si tras lo anterior la misma parece ser estable, se sigue adoptar la postura crítica ante lo que estamos investigando o nos estamos informando para lograr alcanzar el conocimiento objetivo. Una opinión, por otro lado, normalmente no dista mucho de una
creencia, y el problema de la creencia remite al problema de las fuentes (del cual nos ocuparemos más adelante). Ahora bien, introducido ya el tema del conocimiento objetivo, cabe la pregunta: ¿qué es –para Popper– conocimiento objetivo?
Para entender de la mejor manera posible los conceptos en cuanto a las conjeturas y las creencias, se aborda ahora la teoría del filósofo vienés concerniente a la pluralidad de mundos. Por lo que se ha visto, se podría suponer que para este pensador todo conocimiento es subjetivo, y lo que puede tomarse como objetivo o verdadero es producto de un convencionalismo o un consenso. No obstante, para Karl Popper el conocimiento objetivo y el subjetivo no son contrarios, sino que cada uno se encuentra en un mundo (en sentido epistémico) distinto, pero en constante interacción.
Antes de proseguir, se hace necesario recordar lo que se ha entendido aquí por verdad: la correspondencia de la proposición con los hechos. Es el mundo real el que hace “verdadera” una teoría. La opinión no es conjetura y, de la misma manera, la verdad no significa certidumbre. Aquí entran los tres mundos planteados por este pensador, y que él expone en una conferencia en el año 1967, que posteriormente se publica junto con otros ensayos en el libro Conocimiento objetivo.
El mundo primero corresponde al somático o físico, el de los objetos. En el mundo segundo se encuentran los estados mentales del descubrimiento: el conocimiento subjetivo, el de las sensaciones, creencias y opiniones; según el autor, ese es el campo de estudio de psicólogos y sociólogos. Finalmente, en el mundo tercero, el cual ya habíamos introducido en la sección 4 del presente ensayo, “[…] se encuentran especialmente los sistemas teóricos y tan importantes como ellos son los problemas y las situaciones problemáticas” (Popper, 2001, 107). Es el mundo de las teorías, de los conceptos abstractos, de las hipótesis, del conocimiento objetivo sobre el cual –según el pensador
vienés– deberían enfocarse todos los interesados en el estudio del conocimiento.
Karl Popper sostiene la propiedad interaccionista de estos mundos. A diferencia de otras concepciones de carácter dualista como la cartesiana, las cuales estaban concebidas por sustancias diferentes (lo mental y lo somático), los mundos aquí presentados se encuentran en constante relación, haciendo que el proceso cognitivo posea un crecimiento continuo. De esta manera, Popper (Ibid., 111) afirma que “[…] una epistemología objetivista que estudie el tercer mundo puede contribuir a arrojar muchísima luz sobre el segundo mundo de la conciencia subjetiva”.
Ahora bien, para hacer una síntesis de lo presentado, el mundo primero corresponde al de las prácticas humanas, a lo real. El conocimiento subjetivo del mundo segundo refiere a las creencias y opiniones, sin embargo, las teorías se desarrollan por el método que Popper llama “conjeturas y refutaciones” (su analogía del ensayo y el error), por lo que el conocimiento del mundo tercero no es subjetivo, sino conjetural, y en este sentido, objetivo. Toda proposición, como ya se ha señalado, demuestra su verdad en el mundo primero, el somático. Si bien no se puede verificar o justificar una proposición, se puede justificar la elección de una por encima de otra según su resistencia a la refutación; por eso la elección es un proceso intersubjetivo (por ejemplo, producto de la comunidad científica) correspondiente al mundo segundo.
Mientras que el mundo segundo se ocupa de las relaciones entre las personas y sus productos, el mundo tercero se centra en los productos mismos, en las estructuras en sí mismas, los hechos. Así bien, el mundo tercero y el primero únicamente interactúan por mediación del mundo segundo. De esta manera se puede observar, siguiendo la tesis de Popper, cómo los aspectos relativos a las opiniones y creencias propias del segundo mundo son reforzados y modificados según avancen las proposiciones y teorías del tercero, que a su vez manifiestan su rendimiento en el mundo
primero. De esta manera intenta demostrar cómo la interrelación entre estos mundos constituye lo que se entiende por realidad, haciendo que el conocimiento se mantenga en constante evolución.
Ténganse tales conjeturas por semejantes a
verdades.
Jenófanes de Colofón, DK 21 36(35)
El hecho de que una superstición no tenga origen en la religiosidad no implica que no pueda ser superstición. A lo largo de la historia de la filosofía muchos pensadores construyeron sus postulados sobre sistemas filosóficos ajenos y sin corroboración. Creer ciegamente en la teoría de un filósofo no dista mucho de creer en cualquier causa divina de las cosas.
¿Cómo luchar contra las posturas que asumimos como verdades? Durante gran parte de la historia de la civilización han perdurado especulaciones y creencias dadas por certezas, más que razonamientos sujetos a la discusión constante. Las religiones, por ejemplo, se habían encargado de preservar las creencias de las poblaciones, y la educación no hacía más que seguirlas (adoctrinar es legitimar).
El enfoque crítico
Popper, al abordar el problema de la justificación de las teorías o creencias mediante la forma convencional de encontrar respuestas positivas, es decir, dando razones para sostener que son verdaderas o probables, llegó a la conclusión de que tal problema no existe porque “no podemos dar ninguna justificación o ninguna razón positivas de nuestras teorías o de nuestras creencias. Es decir, que no podemos dar ninguna razón positiva para sostener que nuestras teorías son verdaderas” (Popper, 1998, 59).
Mediante la falsación y la discusión crítica se puede llegar a justificar la elección de
una determinada proposición por ser ésta presuntamente la más cercana a la verdad, pero nunca justificarla como tal. Esto podría ser considerado –admite el autor– como una solución negativa al problema de la justificación, sin embargo, optar por una actitud de autocrítica –agrega– es más bien una solución positiva.
Partiendo del hecho de que no se puede, ni justificar una proposición ni fundamentarla, la elección de una descansa en las razones (críticas) sobre su rendimiento en comparación a otras. Dicho de otro modo, se escoge la que ha resistido mejor las críticas, por lo que contrastarlas con posiciones contrarias se vuelve necesario.
Similar al ejemplo de Kepler expuesto en la introducción del presente ensayo, también cabe señalar el de Albert Einstein. Popper, en su Post Scriptum a La lógica de la investigación científica, denominado “Realismo y el objetivo de la ciencia”, comenta cómo el famoso científico no creía en la veracidad de la teoría que estaba desarrollando, considerándola como tan solo una aproximación a la verdad. La crítica a su propia teoría le abrió las puertas a nuevos descubrimientos, o bien, a mejores aproximaciones, las cuales también convirtió en objeto de crítica, y así sucesivamente. “De hecho, buscó una aproximación mejor durante casi cuarenta años hasta su muerte”, dice Popper (1998, 66). Él nunca cayó en la arrogancia de creer que había encontrado la verdad. De esta manera, siguiendo al pensador vienés, su enfoque crítico sustituye el problema clásico de la justificación.
Todo humano dispuesto a proponer una idea o teoría debe estar abierta a la crítica, nunca dar por sentadas las creencias que la nutren, es decir, fundamentarla, pues en ese caso se hace más difícil salir de un encierro en el que uno mismo se somete, o en otras palabras, se vuelve más vulnerable al dogmatismo ocasionado por una creencia disfrazada de rigurosidad, pues “tener algún fundamento o justificación puede ser importante para una creencia; pero no es el
tipo de cosa que requerimos de una conjetura o
hipótesis” (1998, 62).
A los hechos más que a las fuentes
Durante gran parte de la historia, distintos pensadores se entregaron a la labor de conocer o descubrir las fuentes de nuestro conocimiento, por lo que las observaciones y la inducción llegaron a ser preponderantes en toda investigación para llegar a las causas de cada problema.
Ya se han visto las dificultades acontecidas en la inducción, no solo porque remita a la regresión infinita, sino también a la presunta necesidad de justificar toda afirmación. Para el filósofo vienés, hablar de fuentes de conocimiento remite, de alguna u otra forma, a la autoridad. Las fuentes tienen su origen, por ejemplo, en libros (mundo tercero), en la educación empírica (mundo segundo), o en cualquier otra causa cultural o externa que se asimila de manera prácticamente instintiva durante nuestras vivencias.
Podría sostenerse que los aspectos tradicionales de epistemología surgen de las respuestas, afirmativas o negativas, que den a las preguntas acerca de las fuentes del conocimiento. Nunca ponen en tela de juicio esas preguntas o discuten su legitimidad, sino que las toman como muy naturales y nadie parece ver ningún peligro en ellas. (Popper, 1991, 48).
No es que el autor austríaco relegue totalmente las fuentes de información, que son notablemente valiosas en cuanto a la divulgación de conocimiento o al acercamiento a determinado problema. Más bien, Popper (1991) admite que gran cantidad de las preguntas que normalmente se hacen, tanto para establecer un punto de investigación como para definir bases de debate, no están correctamente formuladas.
El hecho mencionado es muy interesante, pues tales preguntas son de un espíritu claramente autoritario. Se las puede comparar con la
tradicional pregunta de la teoría política: “¿Quién debe gobernar?”, que exige una respuesta autoritaria tal como: “los mejores”, o “los más sabios”, o “el pueblo”, o “la mayoría”. […] El planteo de esta pregunta es erróneo y las respuestas que provoca son paradójicas (como he tratado de mostrar en el capítulo 7 de The Open Society). Se la debe reemplazar por una pregunta completamente diferente: “¿Cómo podemos organizar nuestras instituciones políticas de modo que los gobernantes malos e incompetentes […] no puedan causar demasiado daño? (Popper, 1991, 48-49).
El carácter autoritario que, de manera habitual presentan las afirmaciones o proposiciones, muchas veces es fruto de los tradicionalismos y obstaculizan llevar a cabo juicios críticos sobre las proposiciones o las presuntas bases de las mismas. Hay que olvidar la existencia de las fuentes ideales, pero respecto a esto Popper se pregunta sobre cómo podemos detectar el error. Responde de la siguiente manera: “Criticando las teorías y presunciones de otros y –si podemos adiestrarnos para hacerlo– criticando nuestras propias teorías y presunciones” (1991, 50).
Así bien, las fuentes no son tan importantes como los hechos que se presentan en el problema de investigación y en su correcta formulación, es decir, si la afirmación concuerda con los hechos. Un argumento proveniente de una doctrina religiosa, por poner un ejemplo, no puede ser debatido en una discusión racional, pues al carecer de hechos remite casi de manera ineludible a las fuentes, intentando cimentar una creencia que, como ya se ha visto, no se puede falsar, pues se justifica a sí misma por medio de la fuente.
Tanto Jenófanes como Parménides llegaron a conclusiones muy distintas a la visión de mundo mayoritarias en sus respectivas épocas. Ellos previenen al ser humano de caer en la ilusión del conocimiento verdadero. Karl Popper, por su parte, se preocupa por evitar
todos los vicios de la investigación epistemológica que podrían acontecer con la idea de que el ser humano puede llegar a obtener tal conocimiento certero. Derribada esta noble presunción, se puede participar de un juego sin fin en el que cada vez en mayor medida se advierte cómo no es el mundo.
Enseguida, se presenta una síntesis de las ideas vistas, aplicadas a los métodos generales de obtención de información y conocimiento.
La postura escéptica atemperada: partir del hecho de que no se posee la verdad absoluta y mantener siempre abierta una vía al diálogo. A pesar de que David Hume ha reconocido la importancia de las observaciones para la investigación, el escepticismo moderado que adopta no lo lleva a incurrir en la idea de que la inducción estaba exenta de problemas.
Falsar la información: buscar falsadores posibles sobre aquello de lo que se está informado o de lo que se da por un hecho, sin importar qué tanto se sea afín con determinada idea o doctrina. Recuérdese que la información a la que se quiere llegar no es la que posee más casos comprobados, sino la que mejor resiste las refutaciones.
Reemplazar la opinión por la conjetura: normalmente no se tiene claro cuando una posición que se defiende es una mera opinión. La opinión se basa en una creencia, aunque sea adoptada por una mayoría poblacional. Cuando una opinión es sustentada por una teoría se convierte en conjetura, pero eso no quiere decir que sea irrevocable.
A los hechos más que a las fuentes: darle preponderancia a las fuentes puede inducir a la creencia, o peor aún, a la autoridad. Los hechos pueden evidenciarse fácilmente, mientras que las creencias y la apelación a la autoridad de las fuentes tienden a la justificación.
La postura autocrítica: uno mismo debe poner en duda y a prueba la información
con el fin de llegar a la mejor aproximación a la verdad para, finalmente,
Someter la información al debate: siempre se ha de propiciar la discusión racional, el diálogo con personas o grupos que sostengan ideas contrarias a las nuestras, pues de lo contrario, ¿cómo
Hume, D. (1984). Tratado de la Naturaleza Humana. Madrid: Orbis.
Noelle-Neumann, E. (1995). La Espiral del Silencio. Opinión Pública: Nuestra Piel Social. Barcelona: Paidós.
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saber que nuestra teoría es realmente la . (1991). Conjeturas y Refutaciones. El
más cercana a la verdad?
Alejados de esos deseos –imposibles– de poseer la verdad imperecedera, el ser humano tiene la oportunidad de acercarse a sus semejantes con mayor libertad, incluso si no comparten los mismos ideales. Durante el proceso, tanto unos como los otros pueden llegar a destruir los mitos que construían y delimitaban sus mundos.
1 Referida a la actitud escéptica que adoptaron varios pensadores durante el Renacimiento tardío a raíz de la traducción y difusión de la obra Esbozos pirrónicos, de Sexto Empírico (ca. 160 - ca. 210).
2 El criterio de demarcación, la falsabilidad, separa las teorías científicas de las que no lo son, siendo las científicas las que presentan falsadores posibles.
Este es un ejemplo de un falsador posible de la teoría de la Espiral del silencio. Ahora bien, alguien me podría refutar clamando que una opinión efectuada tras el anonimato no corresponde a expresar un enunciado de manera realmente pública; y a partir de estas dos posturas puede iniciar una discusión que tendría como producto la revocabilidad de la teoría, su corroboración, o bien, su reemplazo por otra mejor.
Bernabé, A. (Ed.) (2010). Fragmentos Presocráticos. De Tales a Demócrito. Traducción, introducción y notas de Alberto Bernabé Pajares. Madrid: Alianza.
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Recibido: 03/03/20 Revisado: 10/06/20 Aprobado: 12/08/20