José Manuel Fajardo Salinas; Liana Muñoz Mederos; Edwin Rafael Romero Gradis; Angelo Antonio Moreno León
Se presentan los elementos claves de uno de los proyectos de investigación del equipo FFINH (Fundamentos Filosóficos de la Identidad Nacional Hondureña), destacando, en una primera parte, algunas de las perspectivas teóricas que dan pie a la indagación proyectada; posteriormente, y siguiendo la pauta de un Protocolo de investigación, se detallan sus objetivos, marco teórico y metodología, que definen el perfil investigativo a desarrollar. Se concluye con una serie de lecciones aprendidas en la ruta de construcción de este proyecto de investigación.
Summary:
The key elements of one of the research projects of the FFINH team (Philosophical Foundations of Honduran National Identity) are presented, highlighting, in the first part, some of the theoretical perspectives that give rise to the projected investigation; subsequently, and following the guidelines of a research protocol, its objectives, theoretical framework and methodology are detailed, which define the research profile to be developed. It concludes with a series of lessons learned in the construction route of this research project.
Keywords: perception, theory of the imaginary, nationality, identity traits, honduran liberal reform.
El artículo que se desarrolla a continuación tiene el objetivo de presentar los elementos esenciales del Protocolo de investigación desarrollado por una parte del equipo FFINH (perteneciente al Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras), encaminado a describir y explicar rasgos identitarios característicos de la nacionalidad hondureña. En este sentido, es oportuno aclarar que lo presentado no es una investigación concluida, sino solamente el plan de trabajo teórico que está propuesto para
desarrollarse en el momento oportuno. De ahí que, no se presenten propiamente “resultados” de investigación, pero sí unas conclusiones que deben apreciarse por resaltar el logro de riquezas de conocimiento construidas durante la elaboración de este documento.
Habiendo enunciado el objeto de estudio de la investigación propuesta, que como se ha dicho, son los rasgos identitarios de la nacionalidad hondureña, se presentan a continuación las secciones que constituyen el contenido a exponer: primero, y conformando el nivel de antecedentes y estado del arte en torno
al tema de la identidad, se desarrolla “El papel de la percepción en la construcción de la identidad” y, seguidamente, “La construcción de identidad nacional desde la Teoría del imaginario”; después, propiamente el Protocolo de investigación que, dividido en una serie de subtítulos, explica la consistencia del proyecto desde sus objetivos, marco teórico y sustento metodológico. Se cierra la redacción con unas reflexiones que dan cuenta de los aprendizajes logrados gracias al proceso de elaboración del Protocolo en este itinerario investigativo. A continuación, los contenidos de cada una de las secciones descritas.
La idea de que el individuo o un grupo humano funde su existencia sobre valores perennes, o sobre substratos culturales estables iguales desde el origen de los tiempos, o sobre una esencia, no puede sostenerse fácilmente. La historia está hecha de desplazamientos de grupos, de poblaciones que vivieron conflictos y confrontaciones, en los cuales la salida consistía en la eliminación de una de las partes o en la integración de una de las partes en la otra; o en la asimilación de una parte por la otra. Pero siempre a través de relaciones de dominación-sujeción. Y si una de las partes lograba imponer su visión del mundo a la otra, eso se producía a través de cruces entre etnias, de religiones, de pensamientos, de usos, de costumbres; de tal manera que todo grupo cultural es más o menos arquitecturalmente una mezcla. Si hay una identidad colectiva, sería la del sentido de compartir y la de la producción de un sentido de colectividad; pero se trata de un compartir que se mueve hacia fronteras oscuras, de un compartir en el cual intervienen muchas influencias.
Igualmente, la idea de la búsqueda de un origen de la identidad puede resultar también falsa y peligrosa. El “ser sí mismo” es, ante todo, verse y percibirse diferente del otro; y si hay una búsqueda del sujeto, hay primero una búsqueda de no ser el otro. Así mismo, la pertenencia a un grupo es ante todo la no pertenencia a otro
grupo; y la búsqueda del grupo, en cuanto entidad colectiva, es igualmente la búsqueda del “no otro”. A partir de ahí, ¿Qué se puede entender por la autenticidad de un individuo o de un grupo?, ¿será el retorno al estado fetal para el individuo, o al estado original de la especie o para el grupo?, ¿no será que la búsqueda de lo original no es más bien un fantasma?
Es una ilusión creer que la identidad de un individuo reposa sobre una identidad única, homogénea; que es una esencia constitutiva de la sustancia de ser. No hay una identidad natural que le imponga al ser humano a la fuerza. Hay, más bien, estrategias identitarias, racionalmente conducidas por actores que pueden ser identificados. Desgraciadamente esta ilusión, es lo que impide extender la identidad plural de los seres en comunidad y, lastimosamente, es una ilusión en nombre de la cual se han cometido tantos desafueros.
La construcción de la identidad pasa necesariamente por la percepción y la mirada del otro, porque el ser humano tiene dificultad para verse a sí mismo y necesita de la mirada desde el exterior. De ahí que esta construcción sea el resultado de su propia mirada y de la mirada del otro, movidos por lo que se es, por el deseo de ser lo que no es el otro. La identidad sería entonces una suma de diferencias; y la búsqueda de la identidad sería una búsqueda de diferenciación, una búsqueda del no otro. Es de la toma de conciencia de la diferencia que se descubre lo que es su ser. Ese quid, lejos de ser una esencia, se resume en un conjunto de rasgos identitarios a la vez estables y en movimiento. Pero al mismo tiempo son perceptibles, definibles, y absolutos, porque entonces ¿cómo tener el sentimiento de existir si no es haciendo referencia a un absoluto? Hay ahí una contradicción que es difícil de resolver.
Este encuentro de sí mismo con el otro se efectúa entonces a través de acciones que los individuos realizan a través de sus vivencias sociales e igualmente a través de las percepciones y los juicios de valor sobre las acciones de sí mismo y de los otros. Es decir, el individuo y los grupos construyen su identidad
tanto a través de sus actos como a través de sus representaciones o percepciones sobre sí mismos. Tales representaciones se configuran en imaginarios colectivos que dan testimonio de los valores que los miembros del grupo comparten y en los que se reconocen.
En nombre de esos imaginarios se crean diversas comunidades: los estados-nación, los territorios, los grupos, las etnias, las doctrinas laicas o religiosas. Por tanto, ese comunitarismo puede hacer caer en una trampa: la de encerrar a los individuos en categorías, en esencias comunitarias, que les permite pensar y actuar sólo en función de etiquetas que están casi escritas en la frente. También la trampa de la exclusión de sí mismo con relación a los otros y de los demás con relación a sí mismo; la trampa de la autosatisfacción y del auto sobre estimación debido a las reivindicaciones que pueden exacerbar las tensiones entre comunidades opuestas y que enceguecen y aíslan al individuo del resto del mundo.
Con estas ideas, es posible afirmar que la identidad cultural es el resultado complejo de la combinación entre un cierto continuismo de las culturas en la historia y de un diferencialismo creado por los encuentros, los conflictos y las rupturas.
En este sentido, se bosqueja para el filósofo una especie de responsabilidad: la de enseñar, educar los espíritus dotándolas de armas que les permita analizar los eventos sociales y hagan que las generaciones futuras sean más conscientes de los problemas de la vida social. Y enseñar los medios propicios para inculcar la complejidad identitaria.
Se busca presentar a continuación un par de claves hermenéuticas que iluminan las posibilidades de construcción de identidad nacional. En primer lugar, la Teoría del imaginario, que señala la virtualidad ontológica de la imaginación humana para tal decurso; la noción de “trayecto antropológico” es clave en ese sentido y se revisa su importancia. En
segundo lugar, se retoman conceptos clave de la obra de Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, para dilucidar en breve, de dónde nace la idea de nacionalismo como artefacto moderno, y su valor como mediación esencial en la conducción del perfil identitario de cada conglomerado social. Con las dos referencias teóricas mencionadas, se establecen dos respaldos sólidos a la indagación de las formas propias de identidad nacional que son el objetivo investigativo fundamental del proyecto descrito en el presente artículo.
“Pues la verdadera libertad y la dignidad de la vocación ontológica de las personas no descansan sino en esa espontaneidad espiritual y esa expresión creadora que constituye el campo del imaginario” (Durand, 2004, 434). Con estas palabras del autor francés, se tiene una primera pista de aproximación a la novedad y grandeza de la Teoría del imaginario, para concebir la interesante ruta que se abre en la búsqueda de una comprensión básica del fenómeno de la identidad humana.
El autor habla de la “verdadera libertad” como una forma de entender al ser humano, sometido a condiciones fácticas evidentes para sobrevivir como especie, pero no determinado de modo absoluto en un marco de respuestas inflexibles y autolimitantes; en su lugar, por la capacidad de libertad, la humanidad ha respondido inteligentemente en cada individuo y como sociedad organizada, para hacer frente a los distintos retos que han asomado en su historia civilizatoria con hábiles estrategias adaptativas. Esta capacidad conductual, de no enclaustrarse en respuestas repetitivas –que seguramente habrían significado el fracaso del ser humano como especie—apunta al estatuto tan especial que como conjunto humano es posible proclamar: se es digno, o sea con un estatuto preeminente en el conjunto de la realidad, porque no solamente se existe, sino que se es, y se es como proyecto, es decir, como llamado a ser continuamente más y más en la construcción de la propia conciencia y personalidad.
Por ello, Durand habla de una “vocación ontológica” que distingue al ser humano, y que, junto a la virtud de la libertad, lo constituye como un ser especial en el conjunto de los seres vivos.
Ahora bien, ¿cómo concebir el campo del imaginario, desde el cual Durand entiende la constitución de la originalidad humana? Él lo explica mediante lo que denomina “el trayecto antropológico”, a entender como: “[...] el incesante intercambio que existe en el nivel de lo imaginario entre las pulsiones subjetivas y asimiladoras y las intimaciones objetivas que emanan del medio cósmico y social […]” (2004, 43). Es decir, en su ruta evolutiva primordial, el ser humano tuvo que arreglárselas con dos dimensiones: por una parte, atender sus propias necesidades básicas (alimentarse, dormir, reproducirse, etc.) y, por otra parte, afrontar geografías, climas, y condiciones ambientales sumamente disímiles. A partir del choque adaptativo que surgía en su consciencia, el ser humano construyó un escenario interno de convergencia, donde ambas dimensiones debían coexistir, y lo hicieron dando como resultante el ancho y vasto mundo de los símbolos. En palabras de Durand: “[…] hay una génesis recíproca que oscila entre el gesto pulsional y el entorno material y social, y viceversa”; o si no, “el símbolo es siempre el producto de los imperativos biopsíquicos por las intimaciones del medio” (2004, 43).
Así nace el “imaginario”, o los “imaginarios”, como conjuntos simbólicos que se explican con esta adaptación que ocurre al interior del espíritu humano, y que le permiten establecer representaciones de la realidad donde sostiene sus pulsiones básicas, pero a la vez, les da sentido en relación con el medio que lo condiciona cotidianamente. Así, en cada configuración cultural humana, estos símbolos se repiten en forma de imágenes que señalan nuestro modo de arraigo a la realidad ordinaria y trascendente.
Gracias al recurso antropológico esbozado, es posible comprender que la exploración de las conformaciones simbólicas
culturales son una alentadora posibilidad para entender mejor las formas de identidad social, ya que se puede definir las maneras de ubicarse espacio-temporalmente, ahondar el núcleo ético-mítico de cada comunidad o sociedad, y la mediación simbólica que se destaca en cada caso. Ello permite a la vez, perfilar “cuencas semánticas” identitarias, o sea, espacios culturales donde ciertas características del imaginario son compartidas en plexos de sentido básicamente uniformes.
A propósito de esta última idea, no es lejano afirmar que los nacionalismos son precisamente estilos de “cuencas semánticas”, ya que conjuntan a poblaciones humanas en redes de significados compartidos, rindiendo tributo de memoria a sus “héroes”, proclamando ciertas melodías como “himnos”, y desplegando una serie de elementos (moneda, mapa, escudo, bandera, ave, flor), como exclusivos de su identidad compartida. Para abordar el significado de este dato, se recurre ahora al segundo autor mencionado inicialmente, que propone unas formas convincentes para captar el modo en que nace lo que se entiende como “espíritu nacional”. “La nacionalidad es el valor más universalmente legítimo de la vida política de nuestro tiempo” (Anderson, 1993, 19). Esta afirmación inicial es importante para destacar que no se está ante un tema lateral o accesorio; el nacionalismo es un campo de poder donde esta categoría es manejada en muchos sentidos, a fin de lograr ciertas conductas y comportamientos nada externos a la vida común, sino, decidores de la orientación humana fundamental de las sociedades en campos tan contundentes como la
educación, la economía, la salud pública, etc.
¿Cómo define el autor al nacionalismo, o como él lo prefiere denominar, a la “calidad de nación”? Anderson habla de este fenómeno como de “artefactos culturales de una clase particular” (1993, 21), y explica que, para un entendimiento adecuado de los mismos, se debe tener cuidado en datar su historia, considerar en qué forma han cambiado a través del tiempo y de dónde les viene la profunda legitimidad emocional que ostentan en la contemporaneidad.
Para lo anterior, el autor inicia describiendo tres paradojas de sumo interés, que por motivos de espacio, solamente enuncio brevemente: a) de cara al historiador, las naciones propiamente son objetivamente modernas, en cambio, para los que proclaman el orgullo de su nacionalidad, la “nación” tiene una antigüedad probada (lo cual es evidentemente subjetivo); b) la nacionalidad exige una universalidad formal, ello significa que se concibe como un concepto socio-cultural de tipo necesario para todos los seres humanos, de tal manera que “todas y todos” debemos tener una pertenencia nacional, a pesar que en lo concreto, las manifestaciones de estas nacionalidades son sumamente particulares; c) el poder de tipo político de los nacionalismos, a pesar de su pobreza (e incluso incoherencia filosófica), lo cual se ilustra con la carencia de pensadores que hayan fundamentado el nacionalismo de modo definitivo a nivel teórico.
Con este exordio, cargado de contrastes, Anderson ofrece una definición de lo que él propone como “nación”: “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (1993, 23). Desarrollando las claves conceptuales de esta definición, se debe entender que al ser una “comunidad imaginada” (dato valioso con relación a la Teoría del imaginario recién explicada), la verdad es que quienes se sienten orgullosos de “tener una nacionalidad”, manejan en su interior una imagen de comunión con un conglomerado de personas que nunca conocerá personalmente. De ahí que, en realidad, no es tan importante el hecho de establecer una relación directa con los compatriotas, sino el modo en que cada uno se imagina como un compatriota.
Tomando en consideración los dos calificativos de esta comunidad imaginada, “limitada y soberana”, se tiene que para la primera característica de “limitada”, el hecho es que ninguna nación comprende a toda la humanidad, o sea, independientemente del número de individuos que abarque, cada nación se encierra en un límite finito que la distingue de las que están “fuera” de los bordes de su
identidad; y en la segunda característica, “soberana”, la nación se visualiza como libre de reinos dinásticos de tipo jerárquico (concepto que nace gracias a la época de la Ilustración y la Revolución que destruían estas legitimidades, colocando el poder en el pueblo soberano), de tal manera que es el Estado soberano el garante de esta libertad.
Con estas definiciones, paradojas y caracterizaciones, Anderson coloca la noción de la “calidad de nación” en una plataforma favorable para enlazar con la Teoría del imaginario, ya que como “cuenca semántica” de la contemporaneidad, remite a categorizaciones susceptibles de ayudar a comprender el fenómeno de lo “nacional” con mayor suficiencia y apertura heurística. De ahí que recurrir a ambos autores, resulte adecuado para los objetivos de investigación trazados.
La búsqueda de la identidad hondureña es un imperativo que se puede abordar desde diferentes aristas. Hasta ahora no hay un trabajo investigativo que identifique en sus producciones escritas aquellos rasgos que sitúen un pensamiento filosófico orientado hacia la identidad hondureña. Por consiguiente, el presente proyecto pretende buscar los rasgos identitarios planteados por Ramón Rosa Soto y José Antonio López Gutiérrez en el contexto de la Reforma Liberal hondureña.
Es por ello por lo que, el título de este Proyecto de Investigación es: “Rasgos identitarios presentes en obras representativas del pensamiento filosófico de Ramón Rosa Soto y José Antonio López Gutiérrez en el contexto de la Reforma Liberal hondureña”. ¿Cuál es la problemática que gira en torno a este tema? Entre los principios que atraviesa la educación básica y superior en nuestro país se encuentra la promoción de una identidad hondureña. Sin embargo, la referencia a una identidad hondureña se diluye entre aspectos someros que vuelven impreciso tener una referencia histórica.
Por un lado, se identificará en obras seleccionadas de ambos autores aquellos planteamientos que tienen un sustento filosófico en el campo de la moral, política y antropología. Por otro lado, en dichos autores, se describirán aquellas ideas que se convierten en ejes transversales para la constitución de una identidad hondureña. De esta forma, el problema de investigación se sustenta en el siguiente cuestionamiento: ¿Por qué las ideas presentadas en las obras de Ramón Rosa y José Antonio López Gutiérrez, pueden considerarse manifestaciones de la configuración identitaria de la nacionalidad hondureña?
Para responder a esta pregunta, el objetivo general orientador es, analizar los rasgos identitarios presentes dentro de obras seleccionadas del pensamiento filosófico de Ramón Rosa Soto y José Antonio López Gutiérrez en el contexto de la Reforma Liberal hondureña. A partir de, examinar el pensamiento filosófico de los autores enunciados a partir de una selección particular de sus escritos, identificar los rasgos identitarios presentes en el pensamiento filosófico de los autores enunciados en el contexto de la Reforma Liberal hondureña y valorar los rasgos identitarios hondureños presentes en el pensamiento filosófico de los autores enunciados en el contexto de la Reforma Liberal hondureña.
Es importante señalar que, históricamente se ha recurrido a la identidad nacional (conciencia compartida / imaginario nacional común), tocando el sentimiento patrio, la soberanía, la unidad territorial o la cultura, para que el sujeto se reconozca a sí mismo y proyecte esa mismidad al resto del mundo.
Un acercamiento desde la filosofía pretende ofrecer un fundamento teórico sobre el cual se cimienta la construcción de una identidad hondureña. Asimismo, al ofrecer nuevos constructos teóricos, se permitirá a la comunidad científica ver el fenómeno de la identidad desde nuevos abordajes epistemológicos.
Una investigación de la identidad hondureña a partir de su formación como nación, estudiada por núcleos temáticos desde la
perspectiva filosófica –la ética (la moral), filosofía política (lo político), antropología filosófica (visión del ser humano)—permitirá conocer su realidad haciendo uso de la razón, para no reducir lo real a lo idéntico en los conjuntos disciplinares como la antropología, arqueología, artes, lengua, religión, etc., ya que se suele confinar el análisis en torno a la identidad a un ámbito meramente cultural. Es significativo el hecho que, históricamente, durante los procesos de reforma y de globalización, siempre ha resurgido la necesidad de configurar una identidad que genere cohesión y motivos para defenderse ante las invasiones territoriales como ideológicas.
La configuración del concepto identidad pende entre dos extremos. Por un lado, de la visión centralizada en el pasado como fuente de datos para restaurar la idea de nación, nacionalidad e identidad; por el otro, de una visión constructiva que se orienta a la formación de una identidad hacia el futuro. En tal sentido, investigar una identidad nacional que conjunte identidades a partir del estudio de los pensadores hondureños, junto al encuentro dialéctico con interpretaciones actuales, cobra relevancia social en el fortalecimiento de un proyecto de nación.
La realidad hondureña, cruzada como la realidad latinoamericana, por una serie de contradicciones fundamentales a todo nivel, tiene en la dimensión de “identidad nacional” una de sus incógnitas más relevantes para la construcción de un presente y un futuro promisorio. Debido a esta importancia, ahondar filosóficamente en los fundamentos y principios que dan base a dicha identidad, es una tarea retadora por el compromiso social implicado.
Rastreando el sentido filosófico del concepto “identidad”, encontramos la opinión del filósofo inglés John Locke, quien manifestó que es la “existencia continuada”, puesto que: “[…] siempre que la existencia la haga una cosa particular con cualquier denominación, la misma existencia continuada la mantiene como el
mismo individuo con la misma denominación”
(Barahona, 2002, 39).
Entiéndase que las identidades en clave cultural no son un constructo fijo, sino que a nivel de las distintas sociedades humanas “[…] más bien se desarrollan en referencia a contextos sociales, políticos y económicos y por tanto las culturas cambian a medida que estas condiciones se transforman” (FLACSO-CHILE, 2018), se puede comprender que existirá una tensión narrativa al interior de las culturas que poseen un legado histórico que se mantiene en permanente cambio.
Precisamente dentro de esta dinámica de fidelidad a la tradición y adaptación inteligente a las nuevas contextualidades, es posible hablar de “rasgos identitarios” que sirven como referentes para indicar qué elementos de identidad cultural tienen mayor peso para la “existencia continuada” a la que se hizo alusión previamente. En estudios como el de Shanahan (2011), “rasgos identitarios” como los de lengua, apellidos y fenotipo, pueden ser utilizados como indicadores para abordar el fenómeno del estigma.
Sin embargo, para el caso que interesa en este estudio, estos “rasgos identitarios” tendrán relación sobre todo con la construcción de discurso, como lo aclara la siguiente cita de Fossaert:
La lengua, los usos y costumbres, los dioses comunes, las tradiciones históricas o legendarias que de ahí derivan, y otras diversas características por el estilo, se encuentran en dosis variables en la definición de todas las identidades colectivas, desde la comunidad más “primitiva” hasta la más nacionalista de las naciones, porque se trata de rasgos que describen un discurso social común. La originalidad de la nación no es la de ser tal discurso común, sino la de ser un discurso adecuado al Estado, es decir, exactamente proporcionado a lo que el Estado controla (Piedrasanta, 2014, 20).
Entonces, la categoría de “rasgos identitarios” a la que esta investigación apunta,
consiste en el conjunto de elementos o características que configuran la idea expresa de una identidad de tipo “nacional”, que es uno de los modos de identidad más peculiares de la modernidad. De acuerdo con uno de los teóricos más connotados en el tema (Anderson, 1993), la “identidad nacional” es el constructo que da consistencia a la comunidad política imaginada que surge a fines del siglo XVIII para sustituir la legitimidad teocrática del poder, por otra de tipo secular.
Dicha “identidad nacional” legitima al Estado como espacio comunitario a pesar de la desigualdad y la explotación que puedan darse en su interior. En otras palabras, la “identidad nacional” es una construcción histórica oficial. Las teorizaciones acerca de este fenómeno netamente moderno son abundantes (Larraín, 1996; Hall, Held y McGrew, 1992; Johnson, 1993; Bonfil, 1989).
Sin embargo, el interés que mueve a esta investigación es concentrarse en descubrir los modos propios en que dicha “identidad nacional” tomó cuerpo en Honduras por la ruta propiamente filosófica, es decir, a través de un estilo de pensamiento que logró incidencia en la conciencia y el ánimo de las personas que fueron acuerpándose bajo el sentido de “hondureñidad” en su imaginario social durante esta etapa de la historia local (Varela, 2018). Resulta luminoso para el caso, la obra titulada Identidad nacional en la filosofía costarricense (Mora, 1997) en cuanto que desarrolla para Costa Rica una relación entre las dimensiones que interesa abarcar para esta investigación. A nivel local, existen también trabajos interesantes para este fin, como lo es el ensayo Tres momentos de consolidación de la identidad nacional hondureña (Argueta, 2019).
En este punto surge la pregunta acerca de la existencia o no existencia de una filosofía propiamente “hondureña” en la cual pueda rastrearse el sentido de “identidad nacional”. La hipótesis que pretende corroborarse en este decurso indagatorio es que, si bien no existió en el ámbito local una forma de elaboración de razonamiento titulada formalmente “filosofía
hondureña”, sí existió una producción bibliográfica que puede considerarse en mayor o menor grado como pensamiento con presunción filosófica, y que tuvo alguna forma de impacto en el forjamiento de la “identidad nacional” en Honduras1.
En consonancia con los objetivos de esta investigación, se busca identificar, analizar y valorar el aporte filosófico de dos pensadores hondureños de finales del siglo XVIII, partiendo de la época histórica conocida como Reforma Liberal (iniciada en 1876), en clave de “identidad nacional”, atendiendo específicamente a los rasgos identitarios que fueron acentuados en el conjunto de su producción de ideas y discurso.
La atención a nuestro momento histórico actual, datado en obras como Honduras en el siglo XX. Una síntesis histórica (Barahona, 2005), fortalecen la motivación para otear en el horizonte de nuestro pasado las raíces de lo que nos hace sentir hondureñas y hondureños. Herranz (2018) refiere cómo en sus recorridos de sondeo etnográfico y lingüístico por las distintas localidades del interior hondureño, se encontraba con la simpática constante de escuchar en los distintos pobladores del país, un sentimiento de orgullo por pertenecer a esta nación (ello a pesar de estar poco más o menos olvidados en bienes y servicios por parte del Estado que se denomina “hondureño”). Si este sentimiento de “identidad nacional” como comunidad imaginada es hoy tan vivo, auscultarlo desde sus momentos originarios, es un desafío filosófico al cual esta investigación se compromete en su diseño y concepción última.
Como ha sido presentado previamente, se busca establecer una especie de plexo de sentido para las ideas de dos autores, filosóficamente contrapuestos, pero en todo caso, significativos en la época de la Reforma Liberal: por un lado, Ramón Rosa (que a juicio del académico español Francisco Morales Padrón, fue quien mejor entendió el positivismo en América Latina); y por otro lado, a José Antonio
López Gutiérrez, que de acuerdo al Dr. Rolando Sierra, podría ser considerado el primer pensador filosófico hondureño (con tendencia antipositivista)2. Reflexionar en el pensamiento de ambas figuras, implicará una seria búsqueda de fuentes que comprendan ambos autores, a saber: publicaciones, obras de difusión, correspondencia, legislación, etc.
Para la concreción de este trabajo de investigación, se partirá del supuesto siguiente: es posible aproximar los planteamientos filosóficos presentes en los discursos morales, políticos y antropológicos de los hondureños Ramón Rosa y José Antonio Gutiérrez para, a partir de ellos, establecer los rasgos de hondureñidad que subyacen como denominador común durante el margen cronológico específico en el que esos dos escritores expresaron su pensamiento. Los métodos que se emplearán complementariamente para lograr los objetivos antes planteados y confirmar o negar la hipótesis (Rodríguez y Pérez, 2017), serán: el método analítico- sintético, hipotético-deductivo, histórico-lógico y hermenéutico.
El método analítico-sintético se aplicará en la investigación a partir de los escritos seleccionados de Ramón Rosa y José Antonio López Gutiérrez. Se identificará en sus producciones bibliográficas el pensamiento moral, político, y antropológico, para extraer los rasgos de hondureñidad presentes en los mismos, en vistas a construir filosóficamente la identidad del hondureño. Por otra parte, se utilizará el método hipotético-deductivo para discriminar aquellos rasgos identitarios de hondureñidad en estos autores y visualizar su relevancia con la constitución actual de identidad. Asimismo, el método histórico-lógico se empleará para contextualizar el pensamiento de los autores en la Reforma Liberal en Honduras y, a partir de este período histórico, substraer los elementos filosóficos constitutivos que configuran la construcción identitaria hondureña.
Todo lo anterior estará supeditado al método hermenéutico. Este, parte de la palabra misma en la relación que mantiene con el pensamiento. Comprender e interpretar textos no
es sólo una instancia científica, sino que pertenece, con toda evidencia, a la experiencia humana del mundo. “Todo comprender es interpretar, y toda interpretación se desarrolla en el medio de un lenguaje que pretende dejar hablar al objeto y es al mismo tiempo el lenguaje propio de su intérprete” (Gadamer, 1993, 467).
El asunto que se tratará de explicitar en esta investigación, teniendo en cuenta el marco hermenéutico es, en primer lugar, no las experiencias de pensamiento de los autores, tampoco su filosofía personal, sino únicamente el sentido de los textos mismos. La reducción hermenéutica a la opinión del autor es tan inadecuada como la reducción a la intención de los individuos que actúan. La reconstitución de lo que al autor le aparecía a su espíritu es, con relación a la experiencia hermenéutica, una tarea también reducida. Sería eso caer en la tentación del historicismo y de reducir la investigación a una especie de reconstitución que repite, por así decir, la génesis del texto.
Como fue anunciado, se establecen algunas conclusiones, que se hacen desde la prudencia obligada que conlleva un trabajo indagatorio que aún está en ciernes, pero que ha cubierto unos pasos clave: definir el objeto de estudio de interés, acotar sus límites a lo alcanzable, y optar por una metodología que permita operacionalizar debidamente el proceso de búsqueda y los descubrimientos que se vayan logrando.
El itinerario que ha servido para cubrir estos logros permite establecer algunas lecciones de aprendizaje, a saber:
Conjuntar un equipo de investigación con encuadres y formación disímil no es fácil. Lo experimentamos especialmente al tratar de conjuntar un vocabulario compartido, que permitiera tener un entendimiento común de los términos teóricos necesarios para definir cada sección del Protocolo.
La secuencia de pasos para afinar el tópico de investigación es importante y tiene por consecuencia un sentido de seguridad en lo buscado. Así, el trabajo inicial pasó por una revisión de los intereses de investigación de cada integrante del equipo original, luego se trabajó en jornadas de formación en torno al tema de la identidad nacional con varios académicos, particularmente del área de historia, y finalmente, se ejecutaron reuniones periódicas para avanzar poco a poco en cada sección del Protocolo (este último proceso abarcó prácticamente todo el año 2019).
En relación con los contenidos de la investigación proyectada, es valorable el trasfondo filosófico que se ha cultivado, sabiendo que, si bien es requerida la dimensión histórica como un apoyo para el conocimiento de los hechos a explorar, el objetivo al que se aspira desde el ángulo filosófico, es llegar más allá, revisando el factum histórico, pero con la vista atenta a las categorías conceptuales que sirven para fundamentarlo filosóficamente.
Un elemento que seguramente será más claro al ingresar propiamente a la ruta investigativa proyectada a través de la analítica de textos, será el distinguir la multiformidad de la aludida “identidad hondureña”, pues por los datos que han aparecido en determinados momentos de consultas y revisiones, podría ser más aproximado a la realidad, el hablar de no una, sino de varias identidades hondureñas, que confluyen y se alejan en un movimiento concéntrico y excéntrico, marcando distintos modos de entenderse como “hondureña u hondureño”.
Orientación brindada por el historiador hondureño Darío Euraque al ser consultado vía correo electrónico en marzo del 2019.
2 Datos proporcionados por el Dr. Sierra en entrevista con el equipo de investigación el 24 de abril de 2019.
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Varela, G. (septiembre 2018) Lempira en la construcción oficial del mestizaje y la identidad nacional. Equipo de investigación FFINH (Fundamentos filosóficos de la identidad nacional hondureña), Departamento de Filosofía de la UNAH, Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Conferencia llevada a cabo en el Seminario de formación 2019, Ciudad Universitaria, Tegucigalpa, Honduras.
Fecha de recibido: 01/06/2021 Fecha de revisado: 17/06/2021 Fecha de aprobación: 25/06/2021