Alan Quezada Figueroa

Tinta bajo la epidermis: posibilidades estéticas

de la piel como lienzo



Autor/ Author

Alan Quezada Figueroa. ORCID ID: 0000-0001-5766-

2660, jorgmm@hotmail. com


Recibido: 01/12/21 Aprobado: 16/02/22 Publicado: 19/12/2022


RESUMEN

En su complejidad el cuerpo resulta un medio estético bastante diverso, no sólo como condición receptora de la aesthesis, como sensibilidad que se juega entre lo interno y lo externo, marcado por esa frontera que es la piel humana, sino como lienzo que expresa las posibilidades poéticas de diferentes estilo de manifestación artística y sociocultural, en clave ritual; pero también autopoiéticas, en función de la proyección de los propios deseos simbólicos, que dan cuenta del juego entre la cultura como constructo de la propia subjetividad. Sin duda existen expresiones fetichistas en las que se elige portar una marca comercial, se trata de la extrapolación neocolonial del neoliberalismo, de la consciencia a la piel, como destino final. En el mundo contemporáneo el tatuaje representa un desborde de posibilidades en su multiplicidad, así como la interrogación sobre el clásico tema de la libertad, desde la decoración que se expresa en la piel.


Palabras Claves: : tatuaje, piel, tinta, estética, poética, arte.


Abstract:In its complexity, the body is a fairly diverse aesthetic way, not only as a receptive condition of the aesthesis, as a sensitivity that plays in to the inner and the outer, not only as a receiving condition of aesthesis, as a sensitivity that is played between the internal and the external, marked by that border that is human skin, but as a canvas that expresses the poetic possibilities of different styles of artistic and sociocultural manifestation, In a ritual key; but also autopoietic depending on the projection of one's symbolic desires, which account for the game between culture as a construction of one's subjectivity. Undoubtedly there are fetish expressions in which it is chosen to carry a trademark, it is about the neocolonial extrapolation of the neocolonialism, from consciousness to skin, as a final destination. In the contemporary world, tattooing represents an overflow of possibilities in its multiplicity, as well as the questioning on the classic theme of freedom, from the decoration that is expressed on the skin.


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Keyswords: tattoo, skin, ink, aesthetic, poetic, art.


  1. Introducción


    Una pequeña aguja penetra la piel en repetidas ocasiones, entra y sale en un ritual que puede demorar horas o repartirse en sesiones, hasta que, gracias a la inyección de la tinta en aquella subcapa de piel, se manifiesta aquel acompañante de vida: el tatuaje; más vale que éste obedezca a las aspiraciones previas que imaginaba su portador, de lo contrario la mancha epidérmica sólo será el recordatorio doloroso de un error. Comúnmente a quien elabora una de estas piezas se le conoce como artista, pero ¿se podría inscribir a este tipo de expresión dentro del sistema de las artes? Si bien el estatus estético del tatuaje es innegable a partir de su complejidad entre dolor, placer, angustia y satisfacción, ése no es el único elemento que lo incorporaría a dicho sistema. Aquí se intenta determinar la interroganate.


  2. El tatuaje como marca y cartografía


    En la época contemporánea el cuerpo ocupa una mayor relevancia dentro de las artes, no sólo a partir de su representación, sino como materia prima. Los objetos artísticos han logrado trascender sus espacios de exhibición y han conseguido manifestarse de maneras que otrora eran inimaginables. Desde el action painting y el body art hasta el accionismo vienés y el performance, entre otras, el cuerpo ha repuntado en sus posibilidades artísticas, retomando de algún modo lo tradicional de algunas culturas originarias. El sujeto busca llevar más allá su corporalidad, tal como sucede con el tatuaje y las actuales modificaciones corporales -cada vez más extremas-, “Desde el ámbito de la teoría de la evolución funcional, la corporalidad se vuelve a replantear como objeto de posibles cuestionamientos (o tematizaciones)” (Herra, 1998, 101-102).

    El tatuaje ha logrado hoy por hoy una riqueza inaudita en función de estilos, técnicas, colores y un sinnúmero de elementos que han complejizado tal expresión. Pareciera que lo cotidiano de su portación podría ser un elemento que juega en su contra al no hallarse en un recinto ex profeso para su exhibición. La reflexión que se propone no lleva un espíritu de empecinamiento respecto del tatuaje como expresión artística, sino un análisis relativo a sus posibilidades creativas -poiéticas y autopoiéticas en tanto creación comunitaria-, sin embargo es preciso notar su desborde hacia otras expresiones como los proyectos actuales del Dr. Lakra (hijo de Toledo) y su transgresora obra en la que tatúa símbolos de la cultura pop mexicana -en este caso no en la piel, sino posters, muñecos, revistas, periódicos, etc.- y Fausto Alzati, quien desarrolla un libro de poesía escrito en los lienzos dérmicos de ciento ochenta voluntarios que contendrán distintos fragmentos de poesía, de tal modo que se afiance una obra viva. Ambos son ejemplos de la entrada del tatuaje al arte, pero por atajos que van más allá de la pigmentación de la piel funcionando como inspiración simbólica: “Cuentan pedazos de historias, muy breves, y en apariencia banales, pero que, paradójicamente, pronto pasarán al arte “con mayúsculas” por su influencia sobre la obra de muchos de los creadores […] de finales del XIX y principios del XX.” (Lacassagne; Le Blond; Lucas, 2012, 13).

    Desde la segunda mitad de la década del noventa el médico y anatomista alemán Gunther Von Hagens, realizó las primeras exposiciones de cuerpos plastinados

    -técnica descubierta y elaborada por él mismo- en las que se pueden admirar cuerpos humanos -y en menor medida de animales- y su interior, después de la muerte. Este proceso de conservación ha permitido a diversos espectadores acercarse de una manera diferente, al conocimiento del cuerpo humano. Lo que llama la atención de dicha exposición en particular, es una sección en la que se exhiben las pieles de algunas personas y en ellas se alcanzan a observar apenas, ciertas imágenes que responden a tatuajes elaborados evidentemente en vida. A partir de esta experiencia uno puede generar diversos cuestionamientos o bien construir narrativas alrededor de las piezas trazadas en aquellos lienzos humanos: ¿qué significaría para la persona que lo portaba? ¿Qué tipo de vida habrá tenido aquella persona? ¿Qué lo motivaría para hacerse un pigmento que lo acompañaría durante todo su recorrido por este mundo? Entre otras preguntas, el sujeto no advierte de manera inmediata que probablemente ésas son preguntas más para sí mismo, que para los restos de la persona a la que contempla.

    Suele decirse que un tatuaje es para siempre, sin embargo esa trivialización de

    la eternidad parece más un deseo que una realidad, ya que si algo está en un breve tránsito por este mundo, es la humanidad, por lo tanto ha de decirse que todo tatuaje es temporal, dura hasta que dura la vida y el cuerpo se descompone en otro tipo de materia. Bajo esta premisa es que los seres humanos buscamos un significado vital, si bien no todos tenemos la creencia en un propósito, al menos buscamos crearlo (poiesis), es decir, desarrollarnos un significado que nos direccione en cierto sentido vital.

    El tatuaje ha existido desde hace mucho tiempo, hay algunas investigaciones que arrojan registros desde la etapa precristiana, de tal manera es que el objeto de estudio aquí esbozado no es menor, sino quizá poco analizado desde las disciplinas académicas, podría decirse que la elaboración de un estudio detallado sobre la tinta bajo la epidermis no sería menos compleja que los diversos tratados sobre el teatro desde su tradición clásica o la escultura. Parece significativo reflexionar acerca del tatuaje como proceso creativo y simbólico, quizá más antiguo que algunas de las que posteriormente se convertirían en las Bellas Artes.

    Es preciso recordar que a lo largo de la historia pigmentarse la piel ha tenido diversos significados, por lo que la mirada a su naturaleza como meramente cosmética es reductiva aún dentro del occidente contemporáneo, ya que la significación al respecto parece haberse desbordado de tal manera que la imagen dérmica va más allá de la mera contemplación. Si la piel por sí misma implica una cartografía desde la que se puede leer, según las construcciones de sentido en turno, el estatus de una persona y su pertenencia a cierto grupo, edad o clase social, el tatuaje nos lleva todavía a un nivel más potente de lectura, al menos en los casos más recurrentes. Más allá de la supuesta inutilidad, el tatuaje dentro de ciertas tradiciones étnicas ha implicado estatus o pertenencia, pero también en las actuales tribus urbanas, por ejemplo: las pandillas de cholos -y otros grupos- encuentran importante la identificación mediante el mentado “placa”, por el que se distinguen de otros grupos enemigos o de territorios que implican un límite para éstos. Se trata de la lógica de la cárcel, que

    no es distinta a la de diversos grupos sociales que se inscriben en ciertos roles a partir de su poder adquisitivo o intereses mercantiles, por ejemplo, mediante ciertas formas de vestimenta y distintos ornamentos que se llevan como una esperada distinción ante los demás. Existe en el reverso también, la propuesta de la tatuadora Tatiana Makandaxu, quien tatúa de manera gratuita a víctimas de cáncer de seno, buscando devolverles la confianza al trazarles pezones.

    La cartografía de la piel es un archivo humano que entre sus arrugas, cicatrices y pigmentos, guardan un misterio más allá de lo inmediato a la vista, sólo su portador tiene el código de acceso a dicha información. Entre lo accidental y lo deliberado se encuentra en el cuerpo esa síntesis de lectura que, en el segundo caso, implica una transformación en el individuo como fenómeno. Se trata de un nivel idealmente autopoiético en el que se toma una decisión definitiva: aparecer ante los demás con ciertas características que al menos para uno mismo se antojan deseables, en el caso de la pigmentación de la piel como voluntad propia y autoconstrucción. No olvidemos que la piel finalmente es el medio por el que transitamos entre el interior y el mundo, implicando éste último la mirada del Otro que es la que finalmente otorga el sentido de sí mismo. Parafraseando a Levinas podría decirse que es en la mirada del Otro que surge el significado de mi tatuaje y no sólo en la subjetividad, porque esa subjetividad está construida desde la mirada exterior. El tatuaje como autocomplacencia no es más que una fantasía con un trasfondo moderno que pone el acento en la subjetividad, sin embargo la sensación de satisfacción viene dada por una significación comunitaria, a pesar de que el rayón en la piel implique aparentemente una posibilidad de distinción, es por ello que surgen escuelas y técnicas, y el mismo arte del tatuaje ha sido absorbido por la lógica de la distinción de clases.

    El tatuaje como arte ostenta la potencia de la representación humanizada, es

    decir, el arte no representa a un árbol como tal, sino a un árbol humanizado, siguiendo las reflexiones de Sánchez Vázquez sobre las ideas estéticas de Marx. Si en este caso tenemos la piel como lienzo, la corporalidad como consciencia del mundo, entonces acentúa al ser humano como sujeto y objeto del arte, “El hombre es el objeto específico del arte aunque no siempre sea el objeto de la representación artística.” (Sánchez Vázquez, 1973, 34; véase 1980). Si bien en la praxis creadora se desarrolla un proceso de objetivación y de transformación del mundo, en el momento de plasmar la obra en la piel, el sujeto tatuado se hace también objeto, así como el creador. El sujeto deviene obra de arte intersubjetiva, representa una comunidad de sentido y se convierte en una obra itinerante. Es claro que no cualquier impresión dérmica se trata de una obra de arte, ya que eso implicaría el análisis respecto de estilos, técnicas y otras cualidades creativas, sin embargo es innegable que se trata de un fenómeno estético complejo que va desde la poiesis en proyecto -es decir, la planeación previa a la decisión sobre qué tatuarse- hasta el goce contemplativo, pasando por el dolor en la piel y la praxis transformadora del tatuador, “El artista es ese profesional de la transformación de lo implício en explícito, de la objetivación, que transforma el gusto en objeto, que realiza lo potencial […]” (Bordieu, 1990, 183, veáse 2010).

    No se ha de olvidar que la expresión creativa no se reduce a una ideología ni a

    una forma de conocimiento, porque con ello se perdería de vista que ese objeto es ante todo una creación, no es el reflejo de la realidad, sino la construcción de una

    realidad propia. Según Sánchez Vázquez el trabajo creador es el estrato más profundo del trabajo humano: los objetos que producimos llevan su potencia en la proyección creativa que generamos previamente, esto de desarrolla de manera más fuerte aun cuando ya no se trata de una creación propia, sino colectiva que se crea a partir de códigos de una comunidad de sentido1, piensa Sánchez Vázquez que no hay “arte por el arte” sino arte por y para el ser humano. La afirmación propia es contraria a la enajenación, por lo tanto es importante que la expresión en la piel devenga de ese proceso poiético, de lo contrario se reflejará un lienzo más con carteles comerciales, es decir, que el tatuaje esté más cercano a la lógica creativa que a la de mercancía, porque se sustituye la voluntad del corazón por la supuesta voluntad de consumo que acaba en la compra-venta, el proceso del arte debe estar inclinado hacia el trabajo creador y no hacia el trabajo enajenado.

    La piel entonces funciona como la pantalla de una lámpara que iluminará de

    tal o cual manera el contexto colectivo, esa pantalla puede presentar algunas decoraciones, de tal manera que será a partir de sus formas que se configure hacia los demás, “El cuerpo habla, el cuerpo es a la vez un hecho físico y un acto comunicativo que alcanza a la totalidad del sujeto […]” (Herra, 1998, 10). Se trata también de un juego entre lo singular y lo colectivo “[…] la piel arraiga el sentido del yo en una carne que nos singulariza.” (Le Breton, 2013, 9) Como parte de la particularidad humana se encuentra la transformación, no habitamos el mundo pasivamente, sino que lo modificamos y con ello nos modificamos a nosotros mismos.


  3. El tatuaje como caracterización y colonización


    Hasta aquí puede decirse que el tatuaje es una marca, sin embargo -y como sucede con cualquier otro producto cultural- esas marcas pueden resultar en la caracterización visible de un sujeto -comunidad- colonizado, un cuerpo controlado que refleja su contención necropolítica en la piel, es el caso de tatuarse una lata de Coca-Cola, un personaje de Disney o bien un código de barras. Esto quiere decir que el imperialismo no acaba en las relaciones humanas, lo cual no es de extrañar si el refresco mencionado hace estragos en el interior del cuerpo de millones y millones de personas y el imperialismo norteamericano asesina mediante distintas estrategias a los seres humanos alrededor del mundo, siendo la forma más visible la guerra. Tatuarse por ejemplo un código de barras en el cuerpo, puede parecer para su portador un simple trazo curioso o bien, agradable, sin advertir que está llevando un signo ideológico de control que representa un sistema mercantil. En una posible defensa podría decirse que él ha significado su pigmento de distinta manera, sin embargo eso muestra el nivel de penetración ideológica en la cultura, a tal grado que la libertad de tatuarse aparece como un medio de sujeción, es como si se dijera que se ha ocupado la libertad para elegir las cadenas propias, pero no en un tono sartreano. Es éste un proceso de in-corporación en una corpo-lítica, pues nos hace parte de una comunidad que se rige bajo ciertas normas. Dentro de la mecánica del consumo en la que nos encontramos insertos, la piel como un órgano colonizado porta tatuajes con marca registrada en tanto que una disposición no tan libre de portar un logotipo de la empresa en la que se labora o bien, de una compañía que promete una pensión

    vitalicia del producto que produce. Tal parece que como en cualquiera de las artes, el sistema mercantil lucha por usar la creatividad y la sensibilidad a su favor, y de manera siniestra. Es en ese sentido que si la escritura en el cuerpo es parte de la memoria en la piel, esa expresión la empobrece en su dignidad simbólica. La expresión capitalista contra el sentido creativo aparece en función de su inminente avance, como ejemplo puede pensarse en la significación del tatuaje como sinónimo de criminalidad o prostitución que en el transcurso del tiempo fue absorbido por el sistema, creando con ello una especie de industria de la tinta2, que ostenta grandes ganancias. Es de este modo que surgen los artistas de la piel exclusivos de figuras famosas y que hacen un trabajo al que no pueden aspirar las clases bajas. No obstante el tatuaje como símbolo de estatus no es algo nuevo, pero ahora va más allá de los méritos propios y se pone al servicio de la economía.

    En nuestra cultura el proyecto del tatuaje se activa a partir del deseo de

    transformación, por lo común es un deseo de embellecimiento y en otros casos de integración a una cierto código cultural. Hoy en día no es tan frecuente la discriminación hacia las personas tatuadas, sin embargo sigue habiendo una suerte de distinción a partir del estilo de trabajo que se porta en la piel, tal parece que la pulcritud se sigue midiendo a partir de una blanquitud cultural. Los salvajes tatuados que vieron los colonizadores en las culturas amerindias ya no existen como tal, sino que se identifican con los tatuajes característicos al estilo de los chicanos en EU o los Maras. Esto quiere decir que el tatuaje como marginalidad -tribus, obreros, marineros, presos y prostitutas- no ha desaparecido, sino que se ha transformado de diversas maneras, de tal modo que en la actualidad es difícil dar cuenta de tal fenómeno de manera simple.

    Podría decirse que el tatuaje ha sido también una forma de globalización -los marineros se tatuaban al aburrirse en los largos viajes, inspirados en lo que veían en otras culturas-, de manera que diferentes expresioes han sido compartidas, por ejemplo desde los bikers y sus tatuajes de Harley Davison y la cultura chicana que tuvieron influencia en los maorís de Nueva Zelanda o bien, la popularización del uso en occidente de motivos tribales o dragones al estilo yakuza, así como imágenes de la tradición de la mafia rusa. En su expansión ha devenido moda y en el extremo no ha perdido su significado tradicional como amuleto de sanación, símbolo de valentía, de pertenencia o de estatus, es decir que frente a este desborde, el significado se ha diversificado de tal manera que este fenómeno ya no se reduce a los criminales ni a los marginales en general, sino que se han generado hibridaciones culturales que ofrecen una amplia gama de posibilidades, desde las más enajenadas, hasta las más cercanas a la creación libre como modo de autoconstrucción, “La persona tatuada inventa un mito personal alrededor de su tatuaje.” (Le Breton, 2013, 43), es así que se afirma y busca interpelar de una manera idealmente auténtica a los demás, ya que al tiempo se trata de una labor de individuación y de colectivización.

    La inyección íntima de sentido implica una revolución interna en el sujeto, sobre

    todo si con ello se rompen valores tradicionales inculcados por el núcleo familiar, la religión y la educación. Sin embargo es preciso atender a ciertos límites de sentido que marcan distancia entre la lógica de consumo y la autopoiesis como proceso evolutivo memético (Dawkins, 1990), es decir cultural y volitivo, “La capacidad poiética del

    hombre lo distingue de todos los restantes primates.” (Dussel, 1984, 26). Es preciso ante la relación entre la oferta y la demanda tomar medidas ante la mercantilización del cuerpo o la colonización dérmica. La piel también es un espacio de afirmación política y por tanto es que una decisión al respecto requiere de ciertos filtros críticos que permitan cuestionar el propio devenir como mercancía o como creación artística más allá del dictado de la moda: “La moda es una intervención económica-estética en el mercado que da mayor valor de cambio a la mercancía en tanto es signo de diferencia para el que porta (como vestido) o usa (como auto) dicho instrumento” (Dussel 2018, 18).


  4. Conclusión


    Si no se desea un epistemicidio en el trabajo de pigmentación corporal es preciso apelar por una consideración colectiva en la creación de la pieza a realizarse, es decir, entre el artista y el lienzo, que se fundirán en una relación de sentido que explotará la imagen más allá de los límites estilísticos o comerciales. Una praxis liberadora comienza desde el propio cuerpo, desde el principio material de la producción, la reproducción y el desarrollo de la vida humana (Ética de la liberación) al que se suma el principio autopoiético como la propia transformación.


    Notas


    1. Quien ha decidido tatuarse ha proyectado en sí mismo, y en cierta medida en el artista, el producto final. Este momento poiético que podría pensarse como una primera creación, se aloja en el proyecto y en el deseo del sujeto, que después debe compartir con el tatuador, a manera de crear una suerte de canales de sentido que lo hagan comprender, en lo posible, la idea original. La significación sensible se producirá de manera particular, aunque quizá se compartan algunos rasgos mínimos de ésta, sin embargo es ahí en donde se halla el misterio sensible.


    2. Mediante fantasías de exclusividad y shows mediáticos que promueven un negocio redituable.


Referencias


Bourdieu, Pierre. (2010) El sentido del gusto. Elementos para una sociología de la cultura. Buenos Aires: Siglo XXI.


  . (1990). Sociología y cultura. CDMX, México: Grijalbo.


Dussel, Enrique. (2018). Siete tesis para una estética de la liberación. En Revista Praxis. No.77, enero-jinio

de 2018. Accesible en: https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/praxis/article/view/10520/13078


   ; (1984). Filosofía de la Poiesis. Bogotá: Nueva Mérica.

Dworkin, Richard. (1990). El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta. Barcelona:

Ssalvat.

Herra, Rafael Ángel. (1988) Lo monstruoso y lo bello. San José. Editorial Universidad de Costa Rica.


Lacassagne, Eugenio; Le Blond, Albert; Lucas, Arthur. (2012). Tatuajes de criminales y prostitutas. Madrid: Errata Natura.


Le Breton, David (2013). El tatuaje o la firma del yo. Madrid: Casimiro.


Sánchez Váquez, Adolfo. (1996) Cuestiones estéticas y artísticas contemporáneas. CDMX, México:

Fondo de Cultura Económica.


  . (1973). Las ideas estéticas de Marx. La Habana: Instituto Cubano del Libro.