Este artículo narra algunos hechos en torno a los fusilamientos de Juan Rafael Mora Porras y José María Cañas, a partir de la creación de los murales sobre dicho acontecimiento, los que se ubica en la Parque Mora y Cañas, en la ciudad de Puntarenas, Costa Rica. Dichos murales se componen de cuatro partes, aquí se explican en qué consisten las escenas que aparecen en tales murales. Además, se enuncian sus nombres.
Autores/ Authors Luko Hilje Quirós Carlos Aguilar Durán
Recibido: 01/11/21 Aprobado: 24/01/21
… ¿Cuántos árboles serían? ¿Tal vez media docena? ¡Quién sabe! Lo cierto es que ese modesto predio fue bautizado Los Jobos, aunque al final solo uno sobrevivió por suficientes años como para refrendar tal bautizo. Y ya estaba desmejorado. En la única foto que conozco -quizás de 1914, hallada en un vetusto periódico-, su fuste se nota asimétrico, víctima de severas podas, más muerto que vivo, tal vez ya profusamente perforado por el comején o el barrenillo. Hasta que un día decidió desplomarse, o quizás fue talado para evitar que causara una desgracia.
*Extracto del ensayo homónimo de Luko Hilje Quirós, publicado en el diario digital Nuestro País (4/10/10), seleccionado por Carlos Aguilar Durán; y descripción de los paneles del mural por Carlos Aguilar Durán.
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Con eso se cerró su historia. Pero de él o del congénere que lo acompañaba entonces, he visto un trozo en un museo. Y no es un trozo cualquiera. Tiene plomo incrustado y, de seguro, también tuvo sangre, sangre que alguna vez se disolvió en el incesante y silencioso torrente de su savia. Sangre de mártires, ruinmente engañados por mentirosos y traidores.
¿Por qué los fusilaron ahí, bajo su fronda buena? No lo sé. Quizás, ante la ausencia de un paredón natural en la muy plana y angosta lengüeta de tierra que es Puntarenas, el tronco de alguno de los dos jobos era apto, así como por estar ellos en un descampado y con el estero detrás, donde no había peligro de que balas fallidas provocaran más tragedias.
De la capital había llegado ya el tétrico decreto. Solo faltaba consumarlo. Persiguieron, esculcaron rincones, y por fin localizaron a don Juanito quien, de madrugada, desamparado, con dos días en ayunas y demacrado, solicitaba asilo político al cónsul inglés Richard Farrer. Inicialmente se opuso, pero después aceptó ser inmolado, con tal de que no mataran a nadie más. Para entonces eran las seis de la mañana. Fue apresado y encarcelado. Apenas tuvo tiempo de escribir una extensa carta a su amada Inés, una a su hermano Miguel, y otra al propio Farrer. Católico practicante, pidió un confesor. Transitó con paso firme hasta el fatídico punto, junto con su compañero de infortunio Ignacio Arancibia. Renunció a ser vendado y, sereno, él mismo apresuró la orden de fuego. Eran las tres de la tarde del domingo 30 de setiembre de 1860. Todo eso lo atestiguaron los jobos, al final también descascarados y perforados por algunos proyectiles. Contra todo pronóstico, y faltando a la palabra empeñada y al honor, los verdugos disfrazados de corteses y modosos negociadores acogieron una orden traída a todo galope desde San José, entre aguaceros y barriales. El macabro correo llegó al despuntar el alba. Y ese ominoso martes 2 de octubre, ya a las nueve del mañana ahí mismo caía José María Cañas, con apenas tiempo para escribir una carta a su Lupita amada, otra a su amigo y paisano, el general salvadoreño Gerardo Barrios,
y dos más a su entrañable amigo chileno Eduardo Beeche. Ecuánime como era, impávido ante el fatal trance y pidiendo que no le dispararan a la cara, de la propia boca de ese general airoso en tantas batallas, emergió el mandato de fuego. Reverberante en el aire la seca descarga de fusiles, muda la arena recibió su sangre.
Tres días para tres crímenes, ahí en el mismo sitio, junto a los generosos jobos, que se habían prodigado en bondades, que no conocían sino de afecto, vida y dación. Es decir, las malditas balas no solo segaron valiosas vidas humanas, sino que envilecieron tan noble lugar, otrora refugio de extenuados caminantes. Desde entonces, durante casi un siglo, con cariño sincero agradecidas manos han plantado otros jobos ahí, en el hoy Parque Mora y Cañas. Pero no han prosperado. Roto por aquellos infames el gentil e inmemorial pacto, quizás ya nunca más sea buena esa tierra para asuntos de humanos y jobos.
Pero no hay que cejar. Porque ha sido este año, a
siglo y medio de distancia de sus infaustas muertes, que en desagravio pide perdón el Estado y decreta que niños y jóvenes estudien más a fondo el legado de don Juanito y Cañas. Que lo interioricen, que lo hagan suyo, como actitud de vida. O sea, que amen más la patria que aquéllos tanto defendieron. Y tal vez entonces vendrán tiempos en que sus renovadas almas y manos podrán plantar el litoral de jobos y más jobos.
Enemigos políticos de Juan Rafael Mora: Vicente Aguilar, Francisco María Iglesias, Saturnino Tinoco, monseñor Anselmo Llorente y La Fuente, Lorenzo Salazar y Máximo Blanco.
Plan de reelección de Juanito. La expropiación de tierras al este de San José, negocio fallido de un sector de la oligarquía cafetalera, por apertura del Banco de Medina, el no haberle otorgado los títulos militares a los que aspiraban Blanco y Salazar, cobro de la deuda que Aguilar tenía con él.
Llegar de madrugada a la casa de Juanito, con el engaño de que había una revuelta en el cuartel principal y que sólo él podía calmarlo, enseguida, arresto realizado por Sotero Rodríguez. Luis Pacheco Bertora, entre otros, y defensa de Juanito por parte de su fiel criado español.
Confinamiento en el palacio presidencial: primero en el calabozo del cuartel, luego en su despacho. también el general Cañas, y Manuel Argüello, el sobrino de Mora.
Por el mismo camino a Puntarenas llevaron a Juanito y a su grupo para exiliarlo del país.
Bien recibido en El Salvador, con su hermano, su esposa llega unos días después. Cañas es nombrado cabeza del ejército en El Salvador.
Viaje a Estados Unidos: el presidente norteamericano ofrece poner a Juanito como presidente de toda Centroamérica. Él rechaza la propuesta.
Un falso amigo, en realidad es un espía, le pasa al gobierno de Montealegre informes de cada paso que Juanito hace pensando en su regreso al Costa Rica.
Los varios intentos de Juanito por bajar a Puntarenas. Las cartas que recibe de los ticos para que regrese, entre ellas una trampa: presionan a Mora para que regrese, dice que igual habrá un levantamiento y que él cargaría en su conciencia el haber estado tranquilo en El Salvador mientras hubo quienes se alzaron por él en Costa Rica.
Mora escribiendo una carta, diciendo que se siente triste, que al día siguiente regresará a Costa Rica. Mira a sus hijos dormido (será la última vez que los vea).
Mora recibido en Puntarenas, primeras horas de optimismo.
Se construye la trinchera.
Arancibia no enfrenta el ejército mandado por Máximo Blanco en Barranca.
En el asedio a las fuerzas de Mora en la angostura, el cañón central no dispara porque hubo nuevamente boicot y traición. Mora, Cañas, José Joaquín, huyen… Argüello también.
Iglesias entra a decirle a Mora, en la Legación Británica, que si se entrega les perdonará la vida a sus leales. Romperá la promesa.
Juicio amañado, irregular, rápido. Condena a muerte. Diálogo final con su hermano José Joaquín.
Mora llevado a fusilar, Arancibia va con él hecho un mar de nervios, Juanito lo amonesta.
Mora ante los jobos dándole el pecho a los soldados. Las distintas versiones que hay de que los primeros soldados se negaron a matarlo y dispararon en otra dirección. El segundo pelotón sí ejecuta la orden (hay varias versiones).
Mora cae.
La bandera de Francia sobre su cuerpo para que no lo lancen a los tiburones.
Enterrado de prisa en el estero.
Cañas fusilado dos días después.
El morismo recuperado en la memoria nacional a partir de la década de 1920, con la inauguración del monumento frente al club unión. despacho.
Sangre bajo Los Jobos