Rita Liss Ramos Pérez
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Rita Liss Ramos Pérez
Recibido: 06/08/21 Aprobado: 04/10/21
El hombre moderno, aquel que descendió de las cavernas, que evolucionó junto a otras especies de homínidos y que ha seguido evolucionando a través de millones de años, ha ido transformando la naturaleza y lo que ella le ha ofrecido. A diferencia de otras especies, eso le ha permitido no solo evolucionar y sobrevivir, sino también trascender. ¿Pero hasta qué medida esas transformaciones y ese progreso han transformado y deteriorado el ambiente? ¿Cuánto más resistirá el planeta? ¿De qué trata realmente el desarrollo? Sin duda alguna, todas estas y muchas otras interrogantes nos las hacemos a diario, en un mundo que cambia constantemente y en el que el progreso es sinónimo de desarrollo. ¿Pero estamos realmente preparados para ello?, o la idea de desarrollo que hemos concebido y con la que hemos actuado solo es una idea de un mundo colonizado, al que no se le ha permitido trascender. En este artículo se trata de abordar el desarrollo y su origen desde la teoría decolonial.
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Hablar de desarrollo implica, inevitablemente, remontarnos al origen propio del término y cómo va ligado a la colonialidad y lo que ha significado el giro decolonial en la búsqueda de narrativas que lo expliquen a partir de las propias realidades latinoamericanas.
Durante más de 20 años, se ha hablando de progreso y evolución como sinónimo de lo que se ha desarrollado bien o mal llamado. En ese sentido, a inicios del siglo XX se da ese proceso de cambio, a raíz del propio proceso colonizador que de alguna u otra manera ha venido dominando las formas de entender el mundo y que, en la actualidad, los principales intelectuales han tratado de transformar, dando paso a un cambio en el pensamiento a partir de una deconstrucción y construcción de nuevas narrativas.
Los cambios que han regido América han sido marcados por una visión eurocéntrica del mundo. Es la mirada del extranjero, del otro, de aquel que observa todo desde afuera con una lupa, como si de algo exótico se tratara, que mira Latinoamérica como un territorio que debe ser dominado y controlado. Sin conocerlo realmente desde su interior, aquel extranjero lo ha considerado digno de explotación y, con ello ha introducido la desigualdad, no un intercambio igual y combinado.
hasta cierta manera impuesto, es una idea desde el colonizador, desde el otro. Una concepción hasta cierto punto mal entendida, mal definida; por tanto, mal interpretada.
La sociedad moderna ha internalizado tanto esa concepción de desarrollo, aceptada en el seno de una sociedad colonizada, sin ser capaces de concebir ninguna otra.
El desarrollo se ha convertido en un paradigma muy propio de esta sociedad moderna, obsesionada con la idea de progreso como un sinónimo de prosperidad, pero en donde ese progreso solo es posible para ciertos grupos y, hasta cierto punto, en algunas latitudes de este llamado planeta tierra.
Esta institucionalización y posterior discusión en ámbitos (tanto políticos como de carácter socioeconómico) se da en términos de que debe hacerse todo por el desarrollo, sobre todo de los países del mal llamado Tercer Mundo. No solo la Organización de las Naciones Unidas le ha dado marcada visibilización a tal concepción, sino que, además, ha montado toda una campaña en pro de cumplir con ciertos objetivos, los cuales han ido cambiando de acuerdo con las estipulaciones y problemas que dicha organización ha planteado.
En ese sentido, también se destaca el inicio de una era de utilización del término desarrollo, no solo como un concepto de carácter económico, sino que desde aquel primer uso a la actualidad ha sido marcada por muchos apellidos. Es así como se refleja, en el gran sistema moderno, el uso de un desarrollo sostenible. Ha sido propuesto por la ONU como desarrollo social, económico, cultural. Pasa por el desarrollo humano, y vuelve al desarrollo sostenible, que en la modernidad se ha vestido con objetivos que procuran disminuir algunos problemas planteados como primordiales y en cuya búsqueda de cumplimiento participan 193 países:
El desarrollo se ha caracterizado por la definición de modelos de vida, identificación de problemas como retrasos, empleo de métodos y estrategias que tienen una duración importante en el tiempo, una cierta incompletud para que quienes se insertan en este campo puedan seguir resolviéndolo, delimitándolo y reinventándolo, y un compendio de leyes, teorías e instrumentos que le normalizan, es decir, le institucionalizan en los imaginarios y prácticas sociales. (Gómez, 2014, 11).
El presente es un momento de transición: entre un mundo definido en términos de modernidad y sus corolarios (el desarrollo y la modernización), y la
La idea de desarrollo que se ha transmitido y
certidumbre por ellos instalada —un mundo que ha operado mayoritariamente bajo la hegemonía europea en los pasados doscientos años, si no más—, y una nueva realidad (global) que es aún difícil de asir pero que, en extremos opuestos, puede ser vista ya sea como el afianzamiento de la modernidad sobre el mundo o, al contrario, como una realidad profundamente negociada que comprende múltiples formaciones culturales heterogéneas y, por supuesto, muchos matices entre ellas. (Escobar, 2012, 25).
No cabe duda de que se está ante una modernidad plagada de un sentido de desarrollo, marcado por un proceso colonial que se ha instaurado en Latinoamérica, pero solo ha sido posible avanzar y debatir sobre la necesidad de nuevas alternativas y narrativas, que vayan de la mano con la realidad de estos países.
La colonialidad del poder capitalista moderno y occidental, consiste en identificar diferencia con desigualdad, al mismo tiempo que se abroga por el privilegio de determinar quien es igual y quien es diferente. La sociología de las ausencias se confronta con la colonialidad, procurando una nueva articulación entre el principio de igualdad y el principio de diferencia y abriendo espacio para la posibilidad de diferencias iguales-una ecología de diferencias hecha a partir de reconocimientos recíprocos. Y sometiendo la jerarquía a la etnografía crítica. Esto consiste en la deconstrucción tanto de la diferencia como de la jerarquía. (De Sousa Santos, 2009, 120).
Se ha creado conciencia al respecto gracias al origen de un grupo de intelectuales decoloniales, que han basado parte de sus obras a estudiar sus propias sociedades desde sus visiones, para permitir considerar mejores alternativas al futuro. Como se verá más adelante, uno de esos intelectuales marca la necesidad de salir de una colonialidad del poder que no solo ha sido capitalista moderna y occidental a una sociedad moderna desde nuestros entornos, desde nuestras realidades, desde la América Latina.
El 20 de enero de 1949, cuando el presidente de Estados Unidos Harry S. Truman en su discurso de mandato, le da cierta legitimidad al término desarrollo en el mundo académico, planteaba una visión económica del término que aún en la actualidad se mantiene. Señalaba la importancia de fomentar la inversión de capital en sociedades libres que necesitan desarrollo. Sin embargo, esa visión está definida desde la perspectiva de aquellos que se creen superiores; significaba producir más ropas, más alimentos, más materiales para viviendas, etc. Pero lo que esa transformación de materia prima, esa confección de materiales no decía, es que ese desarrollo basado en el capital solo seguía favoreciendo a los denominados países desarrollados.
En 1984 se realiza la primera reunión de la
Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, creada por la Asamblea General de la ONU en 1983, para establecer una agenda global para el cambio. Es obvio que, para entonces, todo cuanto se había considerado como desarrollo iniciaba a tener complicaciones. Los problemas ambientales que se estaban generando iniciaron una problemática que en la actualidad se debate entre lo que debería ser el desarrollo y cómo hacerlo sin destruir el medio ambiente. Se inició un proceso de mayor atención al medio ambiente como la parte más afectada en ese camino marcado por la agenda del desarrollo propuesto. Y entonces ya no había mayor preocupación por el desarrollo como tal, sino por cómo sostener ese desarrollo sin afectar las futuras generaciones.
El desarrollo, como paradigma social, se reconfigura constantemente en su aparato discursivo y sus estrategias. Logra renovarse a través de nuevos enunciados, como enfoques creados para dar respuesta a catástrofes ambientales, sociales, políticas y culturales que el desarrollo va dejando a su paso, convirtiéndose, así, en una esponja de contención y asimilación ante las constantes crisis. En este sentido, su hegemonía ha logrado mantenerse como tendencia de vida universal a pesar de las críticas realizadas desde diversas prácticas locales que han sido cooptadas hacia
una sola vía de humanización y de sociedad. (Gómez, 2014, 12).
Retengamos este aserto: la invención del desarrollo que nos ha sido impuesta hasta cierto punto en Latinoamérica es un paradigma extranjero, ajeno a nuestras realidades.
Se ha vendido la idea de desarrollo mientras se han saqueado y conquistado la tierra y sus recursos. Eso sucede desde hace más de 500 años. Entonces
Como concepto el desarrollo adquiere un significado relevante y específico al interior de alguno de los enfoques interpretativos de la realidad social surgidos a lo largo de las cinco últimas décadas. Estos enfoques o paradigmas incorporan en buena medida los aportes de las ciencias sociales y las experiencias occidentales de industrialización y cambio social. Cabe subrayar la importancia de la interacción entre la evolución de la teoría del desarrollo y el cambio del contexto histórico y geopolítico a escala mundial, sobre todo en momentos de crisis. La teoría evoluciona en respuesta a observaciones empíricas y obedeciendo también a su dinámica interna. Para el período 1945-1980 podemos identificar básicamente dos grandes enfoques del desarrollo: modernización y dependencia sobre los cuales en un inicio se cimentó la teoría del desarrollo. (Valcárcel, 2006, 6).
¿por qué no brindar una nueva propuesta a eso que han llamado progreso? Requiere una narrativa acorde con la realidad latinoamericana; una concepción no del Occidente, no europeizada, sino decolonial, descolonizadora que brinde un nuevo porvenir. Ha de permitir un debate acorde con esas realidades latinoamericanas y ¿por qué no?: ha de plantearse desde la visión de aquellos académicos tan capaces como cualquier otro en el hemisferio de crear, deconstruir, y reconstruir sus realidades desde sus propias narrativas.
de sociedades consideradas subdesarrolladas. El criterio dominante es que tales sociedades debían ser interpretadas, estudiadas, analizadas y de cierta manera colonizadas. Ese fue el gran objetivo de Occidente, de allí que el desarrollo o lo que ha significado y cómo ha ido variando siga muy vinculado a ese proceso colonial.
Arturo Escobar ha planteado en su libro El final del salvaje cómo se puede estudiar el desarrollo mediante el análisis del discurso que se ha generado en torno a él. Ha de considerarse la internalización de este en los países de América Latina y cómo ha ido evolucionando. Eso no significa que no esté en crisis, no solo como concepto, sino como paradigma. Escobar plantea en este libro analizar el desarrollo como discurso, el desarrollo como
Comienza por ubicar al desarrollo dentro de la antropología de la modernidad, como práctica que vincula de forma sistemática la producción de conocimiento experto con formas de poder. Analizar al desarrollo como discurso significa suspender su naturalidad aparente, contribuir a darle una crisis de identidad. ¿Cómo, a través de qué procesos y con qué consecuencias nos definimos -África, Asia, América Latina como subdesarrollados? La planificación es, desde esta perspectiva, una práctica paradigmática de la modernidad y su racionalidad. Desde los inicios de la era del desarrollo, “la planeación del desarrollo” fue el símbolo más potente de este discurso. La planificación fue así la tecnología política más importante del proyecto de la modernidad en el Tercer Mundo, así sus escultores la asuman como lo más neutral posible. Con el paso de los años, la planificación y el desarrollo colonizaron lo ambiental. (Escobar, 1999, 25).
práctica cultural.
La antropología está muy vinculada, al menos en sus inicios, a un proceso de colonialidad y dominio
Así surgieron nuevos problemas. El desarrollo, como discurso, se planteó un proceso de nuevos inicios para encontrar la cura a los problemas ambientales que el desarrollo trajo consigo. Empezaron por crear apellidos a ese desarrollo y comenzó el momento del desarrollo sostenible. El problema de tal planteamiento es que seguía teniendo los mismos elementos que en su inicio
no en términos ambientales, sociales o humanos sino económicos. Eso acrecentó la crisis que en la actualidad se mantiene.
resolver los problemas sociales y económicos en esas regiones. (Escobar, 2007, 21).
Pero no es seguro que esos tipos de desarrollo, así planteados, hayan sido útiles para resolver los problemas que afectan a la América Latina, Asia o África. Lo que han permitido –debemos reconocerlo– es una serie de narrativas vinculadas a las realidades de cada sociedad, y lo más importante: narrativas desde el interior de estas sociedades y para ellas.
Con el desarrollo sostenible, llegamos a erigirle templos a la gestión ambiental. Aún estamos en esas, aunque ya se vislumbran otras formas de pensar la naturaleza, la biodiversidad y la sustentabilidad. Podríamos preguntarnos finalmente si la antropología puede conducir a otra forma de estudiar el desarrollo y si la práctica antropológica podrá llegar a trascender la dicotomía estéril entre una antropología para el desarrollo -antropología aplicada al servicio de las agencias del desarrollo- y una antropología del desarrollo -definida como el análisis crítico del aparato del desarrollo como práctica cultural. Aunque este dilema tiene más pertinencia en el contexto anglosajón, donde la antropología para el desarrollo está más consolidada, no deja de tener relevancia en el ámbito latinoamericano, dentro del cual los antropólogos se ven obligados cada vez más a circular entre el Estado, las ONG’S, la academia y los movimientos sociales. (Escobar, 1999, 26).
Hasta finales de los años setenta, el eje de las discusiones acerca de Asia, África y Latinoamérica era la naturaleza del desarrollo. Como veremos, desde las teorías del desarrollo económico de los años cincuenta hasta el “enfoque de necesidades humanas básicas” de los años setenta, que ponía énfasis no solo en el crecimiento económico per se cómo en décadas anteriores, sino también en la distribución de sus beneficios, la mayor preocupación de teóricos y políticos era la de los tipos de desarrollo a buscar para
Esto le permitiría a la antropología de orientación colonialista y al servicio de Occidente abrir sus horizontes; crear nuevas narrativas. De hecho, en la actualidad la antropología ha ampliado su campo; se ha convertido en una disciplina respetable, cuyos teóricos han aportado a darle mayor cientificidad y objetos de estudios ya no como parte de un proceso de colonización o dominación, sino de un análisis de la realidad de las sociedades y su integración a objetivos comunes.
Elementos propios de la colonización, como, por ejemplo, el empoderamiento económico de las élites, el desmantelamiento de sistemas propios de producción y comercio, la exportación de recursos naturales o la imposición del modelo Estado-Nación, encuentran su análogo en determinadas prácticas que la cooperación lleva a cabo en los países receptores. Ejemplo de ello podría ser el uso de instrumentos sofisticados de financiación, políticas económicas y comerciales de apertura al exterior o la creación de organismos políticos y entidades de gestión en línea con el modelo occidental, con el fin de otorgar institucionalidad y credibilidad a los proyectos de cooperación.” (Maciá et al, 2013, 99).
Macía introduce a la discusión en torno al desarrollo, los elementos de la colonización que aún en la actualidad se pueden encontrar en la llamada sociedad moderna, financiación, políticas económicas, modelo Estado-Nación; pero, sobre todo, la exportación de recursos naturales que, más allá de favorecer el crecimiento de los países que tienen estos recursos naturales, ha mantenido en gran parte el mismo sistema que en la colonia, o residuos de esta, evitando que estos países puedan lograr el tan anhelado desarrollo.
Como veremos en la cita posterior de Arturo Escobar, ese desarrollo, modelo de progreso que de alguna manera América Latina importo ha destruido el ambiente y provocado un daño cuasi irreversible, aunque hay esperanza y eso solo será posible en parte con la construcción de nuevas narrativas que permitan entender las sociedades actuales en que
colonizados y, posteriormente, descolonizados. (Maciá et al, 2013, 98).
se vive y crear desde esas realidades nuevas formas de entender y analizar el mundo.
Porque de la mano del capitalismo desorbitado que importamos al “desarrollarnos”, hoy nuestros países se encuentran al borde del desierto ecológico y del infierno explosivo de la miseria de las mayorías. Además, el servilismo mimético resultante amenaza nuestras raíces históricas y culturales. (Escobar, 2007, 8).
Como ha señalado, en La invención del Tercer Mundo Arturo Escobar, hay un papel importante que tiene la Antropología en este proceso de transformación de las culturas por su propia forma de nacimiento y por la necesidad latente de producir nuevas narrativas dirigidas a desmitificar todo cuanto se ha dicho sobre el desarrollo.
Por casi cincuenta años, en América Latina, Asia y África se ha predicado un peculiar evangelio con un fervor intenso: el “desarrollo”. Formulado inicialmente en Estados Unidos y Europa durante los años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial y ansiosamente aceptado y mejorado por las elites y gobernantes del Tercer Mundo a partir de entonces, el modelo del desarrollo desde sus inicios contenía una propuesta históricamente inusitada desde un punto de vista antropológico: la transformación total de las culturas y formaciones sociales de tres continentes de acuerdo con los dictados de las del llamado Primer Mundo. (Escobar, 2007, 11).
Con la argumentación propia de la teoría postcolonial y de las corrientes subalternas de pensamiento, se puede reflexionar acerca de la introducción de elementos propios de las culturas occidentales que fueron asimilados por los países
Irene Macía introduce la teoría poscolonial para entender y analizar el desarrollo desde sus orígenes, y su evolución, como los elementos que lo han conformado han sido asimilados en América Latina y la importancia que tiene la teoría de la postcolonial en la conformación de nuevas narrativas.
y como bien señala, Nisbet en La idea del progreso(1986): “No existe ninguna prueba que atestigüe la degeneración de la razón humana desde la época de los griegos, Y si los hombres de nuestro tiempo están tan bien constituidos física y mentalmente como lo estaban los hombres de la antigüedad, se desprende que ha habido y seguirá habiendo un definido avance tanto de las artes como de las ciencias, simplemente porque cada era tiene la posibilidad de desarrollar lo que le han legado las eras precedentes.” (Nisbet, 1986, 10).
Esto significa que más allá de cuanto se ha concebido acerca del desarrollo o del progreso, el ser humano siempre ha sido capaz de transformar su entorno, algunos más que otros, pero esto significa que la humanidad aún tiene esperanza y que, ante la crisis del desarrollo, el ser humano podrá transformar su realidad.
No se pretende en este artículo abarcar todo el espectro dado aportes teóricos, ya que se quedan en el tapete autores y autoras que se han dedicado a abordar el tema del desarrollo, y hablar de conclusiones no sería adecuado en este primer abordaje de la temática desde la decolonialidad, sin embargo, invita a profundizar en el debate de cara al porvenir.
Todo cuanto hay escrito y debatido sobre el desarrollo en gran medida ha sido una herencia de un mundo que ya no existe y que ha cambiado como todo, pero que ha intentado instalarse en sociedades que aún se están construyendo en cuyo seno la idea que se ha impregnado sobre el desarrollo, aún no se acaba de establecer.
El mundo moderno basado en el avance de un capitalismo salvaje, que ha destruido la materia prima de los países considerados durante mucho tiempo no desarrollados permitió propuestas en
torno al desarrollo que más allá de satisfacer las necesidades del presente sin afectar las del futuro, han destruido progresivamente el ambiente.
Las narrativas en torno al desarrollo o una nueva concepción del mundo deberán permitir revertir los daños y mejorar el mundo moderno partiendo de una reinterpretación y construcción de nuevas formas de análisis de la realidad. Este articulo permite empezar a releer, debatir, analizar y cambiar el discurso que se ha generado en torno al desarrollo y seguir profundizando sobre ello más adelante.
De Sousa Santos, B. (2009) Una epistemología del sur: La reinvención del conocimiento y la emancipación social. México: Siglo XXI.
Escobar, A. (1999) El final del salvaje. Santa Fé de Bogotá.
Escobar, A. (2007) La invención del tercer mundo. construcción y deconstrucción del desarrollo. Caracas,Venezuela: Fundación editorial el perro y la rana.
Escobar, A. (2012) Más allá del tercer mundo: globalización y diferencia. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Universidad del Cauca.
Gómez, E. (2014) Decolonizar el desarrollo. Buenos Aires: Espacio.
Maciá, I. and De Angelis, A., 2013. La perspectiva cultural en el discurso del desarrollo. Revista Iberoamericana de Estudios de Desarrollo, 2, pp.86–105.
Nisbet, R., 1986. La idea de progreso. Revista Libertas, 5, p.30.
Valcárcel, M., 2006. Génesis y evolución del concepto y enfoques sobre el desarrollo. Departamento de Ciencias Sociales-Pontificia Universidad Católica del Perú.